El juglar llega al centro del pueblo, apoya su morral en el piso, desempolva sus jubones morados a golpes de palma, se sacude la camisa que alguna vez fue blanca (la sacude como si eso fuera a limpiarla) y mira la plaza vacía mientras siente la tierra a través de los agujeros de sus zapatillas de pana azul. Mientras espera al público, tocando la mandolina a modo de llamada, recuerda los más valiosos o divertidos chismes y hechos curiosos de los pueblos por los que pasó hasta ayer, y los ordena en su cabeza para contarlos al tan distinguido público, hermosas damas, elegantes caballeros y preciados niños.
Luego recogerá los dimes y diretes de estas gentes y los llevará al próximo destino. El pueblo que dejó atrás, siempre será su próximo tema.
Algún día, el juglar envejecerá y de tanto pueblo en pueblo, su cabeza será un amasijo de datos y caras y cuentos con los que seguirá riendo sin ningún orden.
Nada de esto le pasará a Pablo Cordonet porque “mi tema es mi barrio y el mundo visto desde acá, desde la cocina de mi casa con mi vieja, hasta el cuarto de mi hijo en mi casa de hoy. Ahí entra el mundo”. Y ese es el infinito universo de ocho cuadras que van desde la calle Quintana, hasta la calle Belgrano, en Banfield, lugar donde vive, habita y pasea:” hay gente que el fin de semana se va a pasear a la capital, al mall, al shopping. ¿vos sabes lo que es pasear por Banfield un sábado o un domingo a la mañana? ¡Hay un humito y un olor a asado que te dan ganas de vivir!”. Y su risa fuerte llega -siempre- después de una mirada relámpago.
Pablo es musico, productor, director y actor que “es lo que elegí para vivir, para crear, para contar. Estudié y estudio mucho desde hace veintiocho años, y cuando subo al escenario tengo todo en la cabeza, desde la sinfonía 9 en do mayor, de Shubert, hasta los videos de Capusotto, pasando por Ibsen, pero mi obligación es entretener a la gente, divertirla, mejorarle el humor. Que te elijan, que te vayan a ver, que pongan en vos su plata y su tiempo es una responsabilidad enorme”.
Su tema es su barrio, Banfield “porque yo hablo de lo que sé: mi almacenero, siempre en camiseta y con el cuchillo enorme de cortar queso, el sodero, la verdulera, que sabe lo que comés y te avisa que llegaron los choclos, la vecina que increíblemente ¡siempre fue vieja! Y las medianeras…porque desde ahí nos comunicamos con todos ¡esa es una red social!”
Pablo Cordonet deja la sensación de tener nostalgias de un tiempo que todavía existe y se vive. Es como extrañar algo que aún se tiene: “sí, es raro, pero me gusta. Vivo en un barrio del conurbano, donde todavía los vecinos se cuidan entre sí, se conocen. Me da pena la gente de capital que vive en departamentos donde no conocen a nadie. Esa gente tiene problemas…” y la carcajada vuelve, no sin algo de piadosa maldad.
Entiende como lejano que algunos artistas se pretendan como universales y abarcativos. Él anda por el país hablando de Banfield, de su casa, del viejo, ex obrero de Rigoleau y de una madre estudiante de filosofía y docente, y la otra vecina que por un milagro, siempre tenía luz y nunca la afectaban los cortes “porque resulta que la vieja había quedado enganchada a un cable de La Ítalo bajo tierra, ¡que se olvidaron de anular!”. Y el remate es claro: “eso jamás te va a pasar en un departamento. ¡qué pena!”.
Cuando llegó a presentar su show a Montevideo, se preguntaba qué pasaría con su espectáculo y “descubrí que el barrio es universal, y yo comencé diciendo que soy de Banfield, y cuando arranqué a describir el barrio la gente se empezó a cagar de risa, como cuando hablé de tener perros. Mirá, yo siempre juntaba perros de la calle, igual mis amigos, y cuanto más jodido estaba el perro, vos lo cuidabas y más guardián era. Después se armó una moda con los perros, y pasamos a comprar perros, como el chihuahua, que anda siempre con esos ojos así, que parece que tienen problemas de tiroides. ¡Horrible!”.
Esas ocho cuadras desde la casa de su papá hasta la que hoy es su casa, guardan su carta de presentación, son mil metros de génesis, donde entran paisaje, personas y frases por igual, más su propia construcción que implica observar para saber, así que enciende el tercer cigarrillo, le mira el filtro, mueve la mano para dibujar con el humo y arranca de nuevo, pero suave:” yo no sé nada, y al igual que todos, hago lo que puedo con lo que tengo. Solo le rajo al lugar común, y eso implica una búsqueda para encontrar algo que dar. No hay sabiduría previa o teoría útil para mí. Mira, tu viejo te decía “anda para allá” y vos te ibas a algún lado. Hoy con mi hijo a veces me voy yo. Los tiempos cambiaron y ser padre es gracioso de contar y lo cuento desde el peor escenario que puedo imaginarme y si, es gracioso, pero antes vos le preguntabas algo a tu mamá o a tu papá y la respuesta era la verdad más absoluta. Hoy tu hijo te pregunta algo, vos respondes y él busca en el Google ¡para ver si es cierto! Entonces no tenemos método para enseñar. Bueno eso se aplica a todo: hago lo que puedo con lo que tengo. Y ya. Por eso no pontifico, no aconsejo, trabajo mucho con lo que tengo: mis viejos, mi abuela, el árbol de la plaza, alguna carencia, y el psicólogo que me la complica para que siga yendo, y cuando lo cuento la gente se ríe y pone cara de yo también”.
Hay una diferencia asombrosa entre el Pablo que habla a toda velocidad en el escenario de salas siempre llenas, y este Cordonet tratando de explicar sus orígenes, entre el abuelo y los intermedios humorísticos de los espectáculos de hace casi cien años en Barcelona, y el recorrido de la vida hasta hoy y la tarea de “observar, traducir al absurdo, armar las maquetas, los textos, los escenarios posibles de las situaciones que voy a contar, los bloques de lo que será un show de poco más de una hora donde la gente tiene que divertirse, y además tengo que divertirme yo contándolo, sin salir de mis casas de Banfield”.
En sus espectáculos no hay humor político porque “no hay humor en lo que pasa. No sé estar ahí, siento que todo se está convirtiendo en una trampa en la que, si entramos, puede no haber salida. No me divierte y no hago chistes ni con mis amigos. Yo nací durante la dictadura, podría decir que no la viví y así y todo lo tengo como un mal sello. Yo veo un facho y tiemblo. Yo hablo de otras cosas. Infelizmente en la situación política de hoy hay malos chistes que se cuentan solos.” Termina la frase con la mirada grave y decide soltar esa brasa hablando a la velocidad de la luz:” yo tengo otros problemas, ¿entendés? Mira, mi mamá cuando era chico me manejaba con la culpa…y ahora también. Ella sabe que el sábado tengo espectáculo y me acuesto a las seis de la mañana, ¿y qué me dice? “vení el domingo a comer, pero vení temprano y si no, no vengas” contradictoria? Claro que no. Cuando me mandaba una cagada de chico ella gritaba “Pablo ¡vení para acá” y cuando iba volvía a gritar “ándate que no te quiero ni ver” ¿entendés?”, porque su mamá, aclara, es una mamá de barrio, y “no es lo mismo que una mamá que tiene problemas porque vive en un departamento de algún lugar de esos que no tienen personalidad, y que pena por esa gente, pero la mayoría vivimos en barrios, así que para mí, todo el mundo entra en un barrio, o sea, en Banfield. ¿y con todo lo que tengo de qué querés que hable? Yo hablo de lo que sé.”