No sorprende a nadie que el mundo adultocentrista conservador, históricamente, haya estigmatizado y ridiculizado los intereses de lxs adolescentes que rechazaban las expectativas normativas circundantes. Sobre todo, en lo que se refiere a lo sexogenérico y consumos culturales: que los pantalones de Mick Jagger eran demasiado ajustados, que Robert Smith se maquilla los ojos como una mujer, que Ale Sergi tiene una sexualidad sospechosa, que los floggers no se entiende si son nena o varón y que el animé les está arruinando la cabeza. ¿¡Alguien puede pensar en los niños?!
Sin embargo en los últimos años, y como reacción a la visibilidad y ampliación de derechos del colectivo trans y travesti, la agenda ultraconservadora, al ver sus intereses amenazados, está yendo un paso más allá al demonizar, puntualmente, a las infancias trans. Esta mirada descalificante la construyen catalogando la decisión de transicionar en la adolescencia como un acto banal, impulsivo y caprichoso. Una práctica sospechosa y peligrosa, que lleva a la ultrasexualización y corrupción de lxs niñes, que son confundidxs por la “ideología de género”, que los coopta dejándoles expuestos a la perversión de “los trans adultos”, a quienes los reaccionarios entienden como hombres pederastas disfrazados de mujeres (de transmasculinidades ni hablan).
Dentro de esta ¿matriz de pensamiento?, lxs adolescentes ya no son jóvenes manipulables que siguen modas excéntricas que pueden hacerlos devenir trolos. Ahora, el verdadero enemigo es el “lobby gay”, la “agenda queer”, que quiere hacerle creer sistemáticamente a lxs chiques que nacieron en un “cuerpo equivocado”, y que por eso deben “corregirse” “mutilándose” o “sometiéndose” a terapias químicas que los y las pueden “dejar estériles de por vida”, provocándoles cambios físicos irreversibles, de los que se arrepentirán por siempre. Y lo peor de todo: ¡en Argentina el Estado progre está avalando este atropello a la patria, la familia y la religión, y las mamis no pueden hacer nada para detenerlo! Escándalo.
Sobre esta línea circula la última nota de Claudia Peiró en Infobae titulada, para sorpresa de nadie, “Mi hija ahora dice que es varón, ¿qué hago?: duros testimonios de madres de adolescentes con disforia de género repentina”. Este artículo, (que no es más que un discurso de odio publicado en una plataforma mediática), es el corolario de una serie de redacciones suyas en las que se ha explayado sobre cómo la “ideología de género” está corrompiendo a los niños y a las buenas costumbres.
Nota al pie: lo que los adláteres de los conservadurismos califican como “ideología de género” no es más que, básicamente, el respeto de los derechos humanos y la dignidad y autodeterminación de les integrantes del colectivo LGBTIQ y feminista. Algo intolerable para ellos, que ven a esta comunidad un enemigo interno que hay que combatir desde la demonización mediática, la represión, el castigo y, obviamente, despojarlxs de cualquier derecho conquistado, del cual no son merecedores por faltos de humanidad y decencia. Dentro de lo posible, a estas monstruosidades hay que reconvertirlos en hombres y mujeres de bien, para demostrar que el camino de la salvación es posible. Y si no se puede, condenarlos al ostracismo, los recovecos, la oscuridad, la cárcel y la marginalidad.
Volvamos a Peiró. Como ya señaló esta cronista, ella tiene varias notas en esta línea. Llama la atención una, donde llama a impugnar la Ley Micaela, calificándola, básicamente, como una forma de adoctrinamiento. Otra, donde expresa su preocupación porque en Chascomús la municipalidad organizó un Festival del Orgullo LGBTIq+ donde, sospechosamente, se invitó a los niños a dibujar y colorear a “Pedro, que lucía falda y jugaba con una muñeca, y a Vera, que se entretenía con autitos”. “Una forma no muy sutil por cierto de instalar en las cabezas infantiles que se puede ir más allá del binarismo sexual (…)”, escribió en este artículo, donde desliza que hablar sobre estos temas sexualiza a las infancias. Y que ellos (los chiquitos) “podrían no estar preparados emocionalmente para comprender completamente estos conceptos y que la exposición a temas relacionados con la sexualidad podría interferir con su desarrollo natural”. En otro artículo, habla sobre cómo Noruega quiere “reformular la ley trans” para “proteger a los menores”; y, en otro escrito de esta serie lamentable, reseña “Lost in Trans Nation”: “un libro refleja el drama de los padres de adolescentes que creen vivir en el cuerpo equivocado”.
Todas estas narrativas, que tienen como objetivo perseguir al colectivo LGBTIQ+ y sus expresiones, son particularmente difundidas en el Norte Global como otro ardid para descalificar y sospechar de cualquier política progresista. En Estados Unidos (por dar un ejemplo), los republicanos demonizan los baños sin género calificándolos como espacios donde hombres disfrazados de mujeres pueden colarse para abusar de las niñas. Teorías conspiranoicas que, a su vez, son sostenidas por TERFs como la escritora JK Rowling.
Volvamos a Peiró. Sus artículos previamente mencionados son el anticipo de su última nota. En ella, puntualmente, relata “el calvario” que atraviesan las mamis de adolescentes “confundidas”, “desajustadas”, patológicas,“caprichosas” que, para “seguir una moda”, de un día para el otro se cortan sus rubias cabelleras de princesa, tiran sus Barbies y accesorios de niña, se ponen un binder, empiezan a escuchar KPop y exigen que les llamen Mateo. Actitudes que hicieron que las mamis rompan en llanto, “entren en estado shock”, les corra “un frío por el cuerpo” y se enfrenten “a un abismo” destrozadas, desconosoladas, sin margen de acción, presas de este flagelo social. (Peor que si hubiesen visto a las nenas aspirando cocaína directo del cuaderno de comunicaciones).
“Me puse a investigar, y me topé con numerosa información: que había que ‘afirmar’, respetar la libertad de niños y adolescentes en su sentir, etc. Algo no me cerraba, no cuadraba con mi Camila”, dice en esta nota Cintia, una mami que no puede tolerar que SU Camila no cumpla con el paquetito de la experiencia de ser mamá de “una nena” que, supuestamente, tiene que asegurar la hetero cis sexualidad. Como si les niñes les DEBIERAN a sus mapapis ser heterosexuales, cisexuales y entrar a su fiesta de quince con un vestido rosa con volados para dejar a la abuela contenta.
“A los 15 años, mi hija Zoe nos dijo que quería ser varón”, relata Marcelo, uno de los testimonios de la nota. “Luego del tremendo cimbronazo inicial, tratamos de ser lo más amorosos posible pero desde inicio le dijimos que ella era nuestra Zoe y la seguiríamos llamando así”. Es interesante su concepto de la “amorosidad”.
Claudia Peiró distingue entre dos “disforias de género”, (porque recordemos que para los reaccionarios ser trans es una patología, claro). La primera, la que según ella ocurre “en la más tierna infancia”, que es es una patología psiquiátrica un poco más “válida” y otra, que se “dispara” repentinamente en la adolescencia, que es peor y más problemática, porque supuestamente responde a una moda, un antojo, un error, una manipulación, mirar demasiado animé, etc. A esta última la califica como “disforia de género de inicio rápido (DGIR)”, que es otra de las “teorías” que usa la extrema derecha para seguir descalificando e invalidando a las adolescencias trans (y a todo lo queer en general).
En ese sentido, Peiró expresa cómo las mamis tienen que cargar con la cruz de que sus hijitas digan “que se sienten varones” sin antes haber sido “diagnosticadas” por ningún médico que de cuenta de este desajuste. Y cómo a las Cintias y Marcelos se los demoniza si quieren resistirse a “la transición de género” de las niñas, que no solo no son reconocidas como víctimas, sino que la sociedad las invita a “celebrar” esta reafirmación.
Siguiendo esta línea de ¿pensamiento?, asegura que estas transiciones son una epidemia imparable que viene acompañada de otras patologías, como el bullying, la anorexia, la depresión, autolesionarse, ser niñas tristes y miserables. “Es duro ver cómo todas estas madres sienten que deben aclarar que no son transfóbicas, como si hiciera falta… pero a eso lleva el fanatismo: toda crítica, duda o pregunta es descalificada con epítetos, nunca refutada, aclarada ni respondida”, comenta Peiró.
Los discursos de odio y discriminación no son opiniones. Invalidar las existencias trans no es una opinión, como tampoco lo es ser antisemita, racista, clasista o xenófobo. Cimentar la idea de que las personas queer son un enemigo interno que hay que combatir no es una opinión. Por eso, cuestionar estas ideas transodiantes no es un acto de “fanatismo”, como dice Peiró. Al contrario, es velar por los derechos de un colectivo históricamente oprimido donde, como siempre, los más vulnerables son lxs niñxs, que no pueden vivir sus identidades de forma libre y respetada.
Y este es el verdadero drama que ellxs (las infancias y adolescencias) sufren: sentir que están en deuda con sus padres, pares o tutores, y sentirse culpables y rechazados por no responder a normas patriarcales y represivas. Una situación triste, abusiva, violenta y alienante que sí puede tener en elles consecuencias graves. Que haya más adolescentes transicionando tal vez no responde a una moda, sino a que consideran que ahora es más seguro hacerlo, porque quizás cuentan con más referencias, información y espacios de contención. Hasta que se chocan con una Claudia que no puede aceptar que Mía quiere ser Oliver y raparse la nuca.
La adolescencia es un momento de exploraciones, dudas, incertidumbres y descubrimienos. Conocer nuevos aspectos de la propia identidad puede ser una experiencia gozosa, enriquecedora, de agenciamiento y reafirmación de la propia autonomía. Cortarse el pelo o ponerse un binder no es un capricho banal: es expresar la propia personalidad en función de la construcción que cada unx hace de su identidad. Que tus amigxs y familiares te llamen con tu nombre elegido son acciones que demuestran que el entorno valida y acompaña una decisión tan trascendental como elegir transcisionar. Como también lo es elegir hacerse una mastectomía e iniciar una terapia de reconversión hormonal: cambios profundos e importantes, que demandan tiempo, dinero y energía física y mental, que Peiró y la ultraderecha equipara con la liviandad que ir al kiosco a comprar un alfajor.
Dar marcha atrás con una transición no es un fracaso, es una situación válida y posible, dentro de tantas otras, que debería ser acompañada con amor y comprensión por parte de lxs referentxs adultos. Que los antiderechos se agarren de esto para condenar las identidades trans es injusto y un ardid más que usan para seguir discriminando sus existencias. Ahora sí, ¿alquien puede pensar en los niños?