La trashumancia ha sido utilizada como metáfora e inspiración para décimas, coplas y canciones, desde cantos ancestrales a buena parte de la obra de Atahualpa Yupanqui, Saúl Huenchul o Rally Barrionuevo. Es una práctica milenaria que tiene al menos 2000 años en nuestro continente y ocupa a unos 200 millones de personas en el mundo y 30 millones de kilométros cuadrados (el doble de las tierras dedicadas a la agricultura). Fue declarada en 2019 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
Sin embargo, desde el Movimiento Nacional Campesino Indígena Somos Tierra (MNCI), parte de la Mesa Agroalimentaria Argentina (MAA), se viene denunciando que el avance del negocio inmobiliario y el agronegocio viene amenazando esta práctica. “Si de por sí es difícil que los fiscales necios de la ciudad comprendan el uso de posesión de un campo, imaginen la dificultad para que comprenda está dinámica que incluye dos áreas y un camino”, explica Diego Montón, dirigente del MNCI Somos Tierra y la MAA.
Una práctica ancestral amenazada
Desde los pueblos mapuches y la cultura campesina patagónica, la transhumancia es una forma de producción de carne vacuna, bovina o caprina, que tiene en cuenta las condiciones climáticas y de suelo. Durante el invierno se utilizan las zonas de llanura o precordillera, donde se puede proteger al ganado. Sin embargo en primavera o verano (en la llamada veraneada), las familias campesinas llevan sus animales a la zona de cordillera donde el derretimiento de la nieve crea nuevas pasturas que engordan el ganado y dejan descansar los suelos de las zonas desérticas donde se desarrolla la invernada.
“A los hechos del uso del territorio, es importante que las familias tienen su casa principal en el llano, donde pasan el invierno. Pero también en la alta montaña tienen un refugio o una casa más pequeña, donde van a pasar la veranada, con corrales y el territorio ocupado. Sumado a los caminos de arreo, que es una de las cosas que ha entrado en conflicto”, explica Montón. “Acá en Mendoza, por ejemplo, tenemos el caso del El Azufre, un centro de ski que van a construir en Malargue en terrenos fiscales cedidos por el estado provincial con una donación de entre 20 mil y 50 mil hectáreas, desconociendo que son tierras utilizadas para la veranada en el marco de las transhumancia”, cuenta.
“Siempre viene gente de afuera a hacerse dueña de lo que nuestros abuelos y toda la gente anciana ha trabajado en esos campos. El Estado acá siempre ha sido ausente. Se acuerdan de los puesteros sólo cuando hay elecciones. Conocen las condiciones en que vivimos pero nunca han solucionan nada”, relata Natalia Arroyo, productora caprina de Malargue y miembro del MNCI Somos Tierra. “Acá es complicada la comercialización por el tema de la distancia, los caminos malos, la pastura, el daño del puma y del zorro. Gracias a ser parte del movimiento campesino pude conocer mis derechos y el tema de la tierra o el agua. Nos han apoyado mucho. Pero el Estado no. No tenemos vehículos y muchas veces sacan el colectivo”, se queja. “En Malargue se hace la fiesta del chivo, pero algunos puesteros ni se enteran. Hacen oídos sordos a todos nuestros reclamos. Cuando podrían recaudar en la fiesta fondos para ayudarnos con el forraje o mejorar nuestras condiciones de vida y producción”, opina.
Los beneficios de organizarse
“Al ser parte del MNCI nos hemos beneficiado en tener más fuerza y unirnos frente al atropello de los terratenientes. También ha sido más fácil entrar en programas provinciales o nacionales y finalmente lograr que se apruebe una ley de arreos, muy necesaria para nuestro sistema de producción”, cuenta desde Neuquén, Antonio Vázquez, también productor caprino y miembro del MNCI. “Yo crío cabras y vendo chivito, pero hay compañeros que producen verduras, quesos, dulces, escabeche, miel, medias de lana, fieltro o talabartería”, agrega.
En 2016, Neuquén sancionó la ley 3016 que garantiza el derecho de las familias trashumantes a transitar con su ganado por las huellas de arreo para trasladarse de ida y vuelta entre veranadas e invernadas. Además de la delimitación de huellas de arreo e infraestructura de alojos.
“La práctica de la transhumancia tiene toda una dimensión cultural que está plasmada en décimas y poesía del folklore, pero también una importante dimensión productiva y de sostenibilidad de los pastizales y la capacidad de carga de los campos. Estas zonas son las de mayor producción caprina del país”, explica Montón, refiriéndose al sur de Mendoza y el norte de Neuquén. Entre los beneficios socioambientales de la práctica transhumante también se encuentra la prevención de incendios.
“La ley 3016 toma muchas de las reivindicaciones de las organizaciones campesinas y comunidades mapuches que nuclean a las familias arrieras. Pero quedan muchas cosas por trabajar, como el relevamiento de muchas huellas históricas. También, si bien la autoridad de aplicación es el ministerio de Producción y Turismo de la provincia, en la práctica no ha sido así. Han tenido que ser las organizaciones las que en los territorios estamos buscando que se cumpla y respete la ley”, reclama Solverio Alarcón, referente del MNCI Somos Tierra de Neuquén y parte de Organizaciones Unidas en Defensa de los Arrieros, el frente que presionó para la aprobación de esta ley.
* Licenciado en Economía de la Universidad Torcuato Di Tella y master en Periodismo de la Universidad del País Vasco.