El asesinato de Morena conmociona. Una criatura es privada de la vida mientras va a la escuela. La familia, las compañeras de colegio, las amigas atraviesan dolor único e irreparable; lo testimonian. La inmediata respuesta social y vecinal merece respeto, emociona. La identificación es espontánea, genuina, humana.

Dirigentes políticos de diferentes banderías suspenden actos de campaña que serían insensibles o imbancables en el contexto. Proceden bien, más allá del orden en que lo decidieron o de motivaciones secundarias. Tales facetas se recorren en otras notas de esta edición. Esta columna, que remite a ellas, busca enfocar conductas habituales ante desdichas o tragedias únicas: las repercusiones mediáticas y políticas desplegadas en consecuencia. El modo en que se informa, se opera o se divulga sin atender a valores o reglas legales. Se bartolean acusaciones, se condena de antemano, se muestra lo que está prohibido. Todo vale en la dinámica del minuto a minuto o en la urgencia irresponsable de ciertas autoridades públicas.

Un crimen cometido en la calle que incluso está filmado suscita reflejos banales, impiadosos, irresponsables.

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Sucedió en Lanús cuyo intendente Néstor Grindetti es precandidato a gobernador de Buenos Aires por Juntos por el Cambio (JxC). El actual mandatario provincial es el peronista Axel Kicillof que buscará su reelección en octubre. Disculpen los lectores por señalar lo evidente, esas circunstancias forman parte del cuadro general.

Una reacción típica de las fuerzas de seguridad, de las autoridades políticas o judiciales es propalar versiones exprés, que sirvan para calmar los legítimos reclamos de justicia. La historia nacional abunda en ellos. La primera versión es que este homicidio fue cometido por dos menores de edad, de 12 y 14 años. Tras cartón llegan detalles: tenían antecedentes penales. Se propalan las iniciales de un acusado. Hay quien informa que confesó, luego se sabrá que es bolazo. Un periodista de La Nación lo identifica con nombre y apellido, lo vincula a la diputada Natalia Zaracho (lo que también se reseña en nota aparte), a "los cartoneros", al precandidato presidencial Juan Grabois.

Campo fértil para sembrar argumentos conocidos: la impunidad de los jóvenes chorros, el aserto “entran por una puerta de la comisaría y salen por la otra”, vinculaciones con “la izquierda”, "los planeros".

El precandidato a intendente de Lanús y actual responsable del área de Seguridad del municipio, Diego Kravetz, habla de volea por el canal de noticias TN. Expone su verdad que, pocas horas después, fue desmentida. Incurre en un hábito tradicional. Ya sabe todo, tiene dilucidado el crimen, que ocurrió porque sus prédicas fueron desechadas. “Son siempre los mismos, quince mocosos que entran y salen de prisión”. Reclama penas más duras, baja de la edad de imputabilidad, demandas discutibles. El hombre da por comprobadas sus tesis. Se jacta de conocer el terreno, las identidades.

La policía da a conocer un número asombroso de detenciones, arrastra a un presunto acusado delante de cámaras y micrófonos. Se lo ostenta (más que muestra) a cara descubierta, se escuchan en vivo sus palabras. El rostro, los gritos pueden ser auto incriminatorios en el futuro. Lo escrachan en el presente. Nadie está obligado a declarar en su contra, garantía que tiene que interpretarse de modo extensivo. La mostración previa instiga al linchamiento, a una vida imposible en el barrio el día después.

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La Convención Internacional de Derechos del Niño es uno de los tratados incorporados a la Constitución de 1994. La ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de las niñas niños y adolescentes los aborda con más detalle. El interés superior del menor es una de sus claves. ¿Qué menores? Todos, las víctimas, los considerados sospechosos, los arrestados.

El sistema penal impone cautela: no condenar antes de tiempo, no declarar homicida a quien no tuvo siquiera oportunidad de defenderse. Demasiadas personas con uso de micrófono o cámara se ne fregan de esos principios o paparruchadas. Los zócalos de los canales de noticias estallan. Este cronista no cubre el caso ni escribe una tesina sobre comunicación de masas. Pero lleva años cubriendo básicamente política y conoce ciertas recurrencias.

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El primer relato de un crimen resonante, narrado por fuentes policiales o judiciales suele ser falso. Hablamos de estadística, de mayorías abrumadoras, de costumbres arraigadas. La estadística no desentraña un hecho concreto pero alerta sobre las demasías. Vaya una mención Random aunque no falsa para un público informado. Piénsese en el atentado a la AMIA o los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. En el plano de “crímenes comunes” el asesinato de Nora Dalmasso. O tantos ejemplos de “mano dura” que se camuflaron hasta acusando a las propias víctimas como el sonado y reciente del pibe Lucas González cuya inocencia se comprobó después. Ejemplos que pueden multiplicarse por centenares o potenciarse.

En general, los periodistas saben-sabemos que las versiones dudosas, falsas, chantas o interesadas (o todo juntos) las proveen fuentes oficiales. Esconden la mano, propalan teorías, tratan de cubrirse o de dirigir sospechas, discriminan, criminalizan. No es obligatorio repetirlas como eco. La libertad de expresión es un derecho constitucional. No hay en ella derechos absolutos. Es un abuso confundirla con la impunidad de circular trascendidos que afectan honra de personas, que saltean las instancias del debido proceso.

El sociólogo Max Weber imponía para “el político” una máxima moral: cada uno es responsable de las consecuencias de sus actos incluso de las que no previó. El principio es aplicable a comunicadores sobre todo si las consecuencias son de manual y dañan a gente común, digna de tutela.

La polémica lleva años, uno lo sabe. Por si fuera necesario (tal vez es así en la jungla) aclara que tiene familia, hijos y nietos, que cree en la vida humana como valor superior. Labura como periodista, ama su profesión como tantos mortales que ejercitan otras. Y respeta “la política”. Apenas advierte sobre el uso fulero del oportunismo, del carancheo, de discursos simplificadores. En este caso la vindicta anti pibes chorros, da la impresión, quedó desmentida en cuestión de horas. No es lo habitual…

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