“Hay una guerra allá afuera; pero cada hombre no hace otra cosa que librar su batalla personal”, podría haber dicho Jorge, el narrador de Los que duermen en el polvo, la nueva novela de Horacio Convertini, donde al igual que en New Pompey, el mítico barrio de Pompeya funciona como escenario para que el policial negro salga al cruce con otros géneros; sólo que ahora, despojado de un tono satírico o absurdo, sin soslayar la ironía, se adentra de lleno en una tragedia con elementos propios de la ciencia ficción. “Algo terrible está sucediendo en Buenos Aires, le dije, y señalé el televisor. Le costó enfocarse en la pantalla. Negó con la cabeza, se levantó con paso inseguro, fue al baño a lavarse la cara y volvió. Qué es eso, preguntó, y yo contesté lo que había escuchado: gente que atacaba gente a mordiscones hasta dejarla malherida o muerta”. Pero en apariencia se trata de algo mucho más complejo y difícil de dilucidar: una especie de epidemia de origen incierto se propaga rápidamente en distintas zonas de las ciudad. La resistencia comienza a organizarse con voluntarios y las fuerzas armadas mientras se imponen barricadas,trincheras y Estado de sitio cerca del Puente Alsina para impedir el avance y aislar definitivamente a los denominados bichos, especies de zombis que atacan sin piedad y cuya mordida es suficiente para generar el contagio.
El mundo entero tiene su mirada puesta en Argentina. “Una vez nos mandaron a una modelo noruega de cierta fama que lideraba una organización integrada por exmilitantes de Greenpeace. Se llama Ingrid Hattestad y acusaba al gobierno de genocida. Exigía que un presupuesto similar al del cordón sanitario se destinara a mantener a las criaturas aisladas de la población sana pero a salvo y alimentada, aunque no especificaba qué darles de comer. Los muchachos y las chicas de Hattestad se desnudaban en las plazas de París, de Berlín, de Washington, embadurnaban sus cuerpos hermosos con trozos de carne cruda y afirmaban que sólo el azar los había salvado de la epidemia, que ellos también podrían haber sido bichos y que nadie merecía morir por casualidad y menos aún ser asesinado en juegos de tiro al blanco”. Para entonces, la trama de la novela ya se ha dividido; porque por un lado Horacio Convertini trabaja las variantes arquetípicas del policial negro y redobla la apuesta: allí donde podría haber un personaje duro, gran bebedor y de pitadas largas de cigarrillo, cínico y perspicaz a su manera, algo fracasado quizás, en su lugar está el Lele Figueroa,peor que un antihéroe, un político ambicioso, misógino, borracho perdido y contracara del fumador de pausas enigmáticas, que apenas le queda oxígeno para hablar y espera darle un giro a su vida involucrándose en la gesta heroica de recuperar la Buenos Aires hundida por la epidemia, mientras organiza todo tipo de negociados y conspiraciones sin ser capaz de tener una lectura de la realidad que lo rodea. “Su teoría era la siguiente: si las murallas y los accidentes geográficos seguían protegiendo bien a los países fronterizos, la peste iba a quedar circunscripta a la Argentina y a la parte de Paraguay que se había contagiado. Neutralizada la expansión, el número de criaturas iría bajando dramáticamente. Acabarían pronto con el ganado cimarrón, con las ratas, con los perros y los gatos, y ya que en su estúpida bestialidad no sabían hacer otra cosa que deambular como sonámbulas, morirían una a una de hambre”. Por otro lado está lo más sorprendente que tiene Los que duermen en el polvo:el modo en que establece un pacto engañoso con el lector crédulo hacia la primera persona que narra los hechos (sin dar el golpe de gracias efectista donde todo se resuelve en la última página); al releer la novela como quien busca un defecto en el bordado, uno advierte rápidamente que se trata de una trama cuidadosamente tejida a mano, todo está pensado previamente como las jugadas del ajedrez. Aquello que alguna vez se denominó “novela psicológica” irrumpe silenciosamente y de pronto ya nada es lo que parece, aunque tampoco pueda asegurarse que existe una sola verdad. Todo se reduce a la manipulación que realiza el narrador: Jorge, un periodista mediocre, que se define así mismo como un amante pésimo, en principio un poco paranoico y algo celópata, se encuentra en medio de una crisis matrimonial que pareciera culminar en una separación cuando estalla la epidemia en Buenos Aires. De algún modo lo que está ocurriendo lo motiva para probarse algo a sí mismo,tal vez también a su mujer, Érica, y decide involucrarse y acompañar a Lele Figueroa en su proyecto político. “El Lele nunca había querido que yo volviera a Pompeya y mucho menos que fuera a vivir solo. Decía que en vez de buscar consuelo en los recuerdos, lo que yo necesitaba era una buena terapia en la Argentina segura”.
La Argentina segura pertenece a los sanos, la otra a los bichos. Pero Jorge ya está metido en la vorágine, ha visto y escuchado demasiadas cosas que lo comprometen. De hecho, la compleja relación con su mujer, su repentina desaparición, lo afecta de una manera tan extraña que busca rápidamente consuelo en una joven que será asesinada en una situación demasiado confusa. “Hipótesis uno: que la haya atacado un animal salvaje que de alguna manera se metió dentro del perímetro. Que haya sido un tipo de infectado diferente del que conocemos pero no inocula el virus. Hipótesis tres: la mató uno de nosotros por celos, calentura, lo que fuera, y después quiso cubrir el crimen. En ese caso, Jorge, vos tenés todos los boletos de la rifa”.
Después sólo queda intentar atar los cabos sueltos y pensar a qué situación puede llegar un hombre desesperado por amor o acaso una mente enferma capaz de engañarlos a todos,incluso a los lectores. Habrá que ver. Los que duermen en el polvo es una novela que obliga a la relectura, puede desentrañarse en clave política y hasta simbólica si se quiere, o simplemente leerse como lo que es: una gran historia narrada por un escritor que no deja de sorprender con cada nuevo libro.