El infierno está encantador
En mayo de 1977, un fotógrafo suizo de 30 años llamado Willy Spiller recién llegaba a la ciudad de Nueva York. Tras recuperarse del jet lag y de una noche loca en el Chelsea Hotel, bajó las escaleras del metro de la ciudad para la primera vez. Lo que vio, diría después, fue aterrador. Y electrizante. Y, sobre todo, adictivo. Desde entonces y durante ocho años, Spiller llevó su cámara al metro y creó un documento que devino belleza urbana en estado salvaje. Fotografió a ladrones y a policías, a elegantes e indigentes, a los adultos formales y a las chicas que escapaban del colegio secundario. Todos, en vagones sucios y grafiteados que también se transformaron en un signo de la época. Así, a lo largo de los años, acumuló unos 2000 fotogramas. Todo ese material forma parte del libro Hell on wheels, editado en 2016 y fuera de catálogo desde entonces, ahora reeditado por Gallery Bildhalle de Zurich. En esa ciudad el fotógrafo, que ahora tiene 76 años, vive y sigue el trabajando. El crítico Bill Shapiro explica en la revista Brooklyn que el libro original fue editado de manera casera en 1986 por el propio Spiller, con un nombre muy sobrio e informativo: Subway New York. Pero las imágenes tenían un gesto demasiado vívido e impredecible. De ahí la decisión de readecuar el nombre y hacerle justicia a las imágenes: “Algo inesperado sucede cuando las mirás 40 años después. La distancia que da el tiempo permite ver las fotos con el dolor de la nostalgia en lugar del pulso del miedo”, dice Shapiro. Este documento, contó Spiller, surgió por accidente. Como simple freelance, él viajaba en el tren, a veces con su Leica, a veces con su Olympus, explorando la ciudad, desde Harlem hasta Coney Island. “Lo que para la gente estadounidense era normal, para mí era una locura hermosa e infernal que documenté por pura curiosidad y asombro”, afirma en el libro.
Alta fidelidad
Una artista de Nueva Jersey, Amy Corson, estaba limpiando sus armarios cuando se cayó un cassette de Blood on the tracks. Parte de la cinta quedó dispersa en el piso y Amy pensó en el pelo rizado de Bob Dylan. Ahí comenzó un trabajo de diez años que ahora comparte en sus redes sociales: crear retratos de músicos hechos con estas cintas magnetofónicas. Elton John, Dolly Parton, Willie Nelson, George Harrison, John Lennon y Bruce Springsteen son parte de esta galería diversa que brota de los cassettes y los trae al presente, resignificados. “Tengo la tendencia de guardar objetos por años casi de un modo acaparador así que todavía conservo un montón de mis viejas cintas de cuando era más joven. Ahora me doy cuenta de que hice bien”, dijo Corson en declaraciones a Ultimate Classic Rock. “Sin embargo, además siempre estoy atenta a las cintas en las tiendas de antigüedades o de discos. Si veo una que creo que me gustaría convertir en un retrato, la compraré”. Cada retrato, explica, puede llevarle desde una semana a un mes ya que la materia prima es frágil y se comporta de manera muy caprichosa, en especial cuando la quiere fijar a un soporte. “La cinta puede ser un reto para trabajar, pero también es gratificante. Y es que me encanta la idea de crear algo hermoso a partir de objetos cotidianos. La música, como el arte, tiene la capacidad de conmoverte así que me parece interesante combinar las dos cosas”, dice Amy, que además es fotógrafa.
Siempre hemos vivido en el castillo
Cuando Simon Houison Craufurd y su esposa, Adity, heredaron Craufurdland Castle, un verdadero castillo del siglo XVI al sur de Glasgow que era propiedad familiar, también heredaron costos de mantenimiento exorbitantes. Así que pensaron en venderlo, aunque ahora están reconsiderando el asunto. Es que los expertos del reality Millionare Hoarders (que sigue a un grupo de anticuarios a la pesca de maravillas ocultas lo largo de Gran Bretaña) aseguran que en ese castillo hay un original de John Constable. Ronnie Archer-Morgan, quien pasó seis meses investigando la pintura para el reality, dijo que creía que se trata de un verdadero Constable. E incluso encontró evidencia en los cuadernos de bocetos de Constable, que muestran que el prestigioso artista especializado en paisajes estuvo en la región en la década de 1820, cuando el se cree que hizo la pintura. Desde entonces, la pareja ha enviado el trabajo para un análisis forense con la esperanza de haber ganado el premio gordo. Y es que, de ser verdadera, la obra podría subastarse por dos millones y medio de dólares. El dueño de casa explicó que esa pintura cubierta de polvo que vio mil veces nunca le impresionó demasiado; entre otras cosas porque alguna vez decidió tasarla y le aseguraron que era un cuadrito anónimo y no podía valer gran cosa. “Si es un Constable real, sí vamos a poder mantener el castillo para que lo hereden nuestros dos hijos”, se entusiasmó Craufurd en declaraciones al Daily Mail.
Otto, el fotógrafo enigmático
En 2017, Pierluigi Ortolano (un obrero y fotógrafo aficionado que vive en San Salvo, en el centro de Italia) recibió por correo los 141 rollos de película “impresos pero sin revelar, que datan de los años sesenta en Holanda” según aseguraba la subasta on line de la que había participado. Las películas estaban perfectamente conservadas, sí, envueltas en una hoja de periódico de 1969, el Randstad. Este es también el nombre de un tejido urbano que comprende Ámsterdam y otras 16 ciudades de los Países Bajos. Las pestañas de las películas llevaban vagas indicaciones sobre los lugares de las tomas, como “circo”, “vacaciones” o “barcos”. Y todas eran de la misma marca, Agfa, lo que sugería que probablemente fueran de un solo fotógrafo. Ortolano confió los rollos al impresor Franco Glieca quien, a partir de los 4000 negativos, reveló las primeras de una larga serie de imágenes que contaban la historia de una familia en un período estimado de dos años. En aquella primera foto se veía a tres niñas en bicicleta y en otra, a las mismas niñas mirando las lápidas de un cementerio junto a una mujer, quizás su madre. “Si son todas tan buenas, sigamos adelante”, dijo Pierluigi a Glieca tras ver las fotos. Y sí, todas eran enigmáticas y hermosas. Así que bajo el nombre de Randstad 1969, el proyecto se convirtió en una muestra itinerante a lo largo de Europa y en una web que da cuenta del del minucioso trabajo para dar con un autor que nunca reveló su obra. Ahora se sabe que se trata de Otto Verkuyl. Nació en 1925 y murió en 2008. Era conocido como agricultor y pequeño terrateniente de la zona. A menudo se desplazaba en un Volkswagen y siempre llevaba encima su cámara. Recién el año pasado, el italiano consiguió hablar con las nietas del fotógrafo. Una de ellas permitió encontrar a Otto en la única foto que lo muestra frente al objetivo. Era un día lluvioso de otoño y el fotógrafo había llevado a su mujer y a sus tres hijas al circo, según recordaron las nietas. Mientras tanto, se siguen exhumando imágenes de este archivo infinito. La última foto que se llegó a imprimir muestra a las hijas de Otto en una hamaca mientras la única de ellas que está de espaldas mira hacia el objetivo. Cuando Pierluigi la mira, sigue asombrado. “Sólo un artista pudo hacer estas imágenes”, dice sobre Verkuyl, el fotógrafo holandés que, según parece, adoraba el acto de fotografiar en sí y nunca se preocupó por ver el resultado. Un auténtico gesto artístico que el azar ahora corrige.