Las teorías conspirativas siempre fallan. Imaginan de más. Suponen lo que no existe. Siempre parten de una base: existe un jefe con poderes casi mágicos. Y la completan con otro elemento: hay una masa homogénea que automáticamente sigue al jefe, como si fuera una pequeña secta a la que antes el jefe y su séquito aleccionaron al estilo en que se forma a un kamikaze.
Como no existen ni jefes absolutos ni masas automáticas, las teorías conspirativas jamás se comprueban. Pero no importa. Dan cierto confort intelectual y muy poca gente compara la hipótesis previa con el resultado final.
Estos días se puso de moda imaginar una conspiración. El diputado nacional y jefe de La Cámpora Máximo Kirchner, vaya a saber por qué razón, ordenó a los votantes peronistas, y en general de Unión por la Patria, que el domingo se metan en la interna porteña de Juntos por el Cambio. Y que voten por Martín Lousteau contra Jorge Macri.
Es risible: incluso con su poder relativamente importante, en buena medida delegado por CFK, ¿cómo podría hacer Máximo para alinear tantos planetas en una ciudad donde, encima, cada persona hasta juega internas consigo misma?
Esa teoría conspirativa enmascara una realidad que sí es comprobable. Espontáneamente, muchos de quienes votan al peronismo, al kirchnerismo o que alguna vez fueron los votantes de Daniel Filmus, Carlos Heller y Aníbal Ibarra, discuten qué hacer. No es un tema de unidades básicas. Es un tema de bares, de casas, de cafés y de sobremesas.
Unos razonan que en las PASO convendría votar por Lousteau. El reparo es: “¿Y lo vamos a dejar solo a Leandro Santoro, que está jugando fuerte como candidato en un distrito tan difícil como el de la CABA?”. A veces aparece una respuesta: “En la ciudad importa lo que suceda el 22 de octubre, no este domingo. En octubre es obvio que vamos a votar por Santoro. Pero ahora conviene Lousteau”.
Y alguno agrega la palabra mágica: “Acordate”.
El “acordate” se refiere a cuando, en el ballotage porteño de 2015, Horacio Rodríguez Larreta le ganó a Lousteau la jefatura de Gobierno por 51,64 por ciento contra 48,36 por ciento. En esa época los encuestadores no solo hacían la típica boca de urna para adelantar resultados sino que indagaban más a fondo. Y la conclusión de esa investigación fresca, porque se hacía a la salida de las escuelas, fue clara: Lousteau estuvo tan cerca de ganar, o Larreta de que el PRO perdiera su bastión porteño, por el voto de kirchneristas y peronistas.
En aquel momento los periodistas, sorprendidos, también arrancaron por imaginar una conspiración. ¿Habría bajado una orden que tanta gente acató? En absoluto. Fue un producto de redes informales, de amigas y amigos, de grupos que se relacionan por el trabajo, o por el estudio, o por ciertas formas de militancia no orgánicas. El mensaje que se habían transmitido, para traducirlo en pocas palabras, era: “Hagamos que Mauricio Macri pierda”. No era literalmente Macri, claro, sino Larreta. Pero Larreta era, entonces, literalmente Macri. A tal punto que la elección porteña, como no fue simultánea con la nacional sino en julio, antes de las paso nacionales del 9 de agosto de 2015, alivió al candidato presidencial Mauricio Macri: el macrismo había ganado por poco su bastión porteño pero, como en fútbol, había ganado. Como los goles, un voto de más es un voto de más.
En las discusiones de estos días, tras hacer un paneo este diario descubrió muchos matices. Hay quienes dicen: “Ok, pero en aquel momento Lousteau encarnaba un proyecto personal, con su agrupación ECO, y hoy en cambio integra Juntos por el Cambio, está alineado con Gerardo Morales y es parte del Comité Nacional del radicalismo”. Y hay quienes replican: “Sí, eso es así pero Lousteau nunca deja de poner como referencia a Raúl Alfonsín, y tampoco deja de tener un proyecto personal. Por eso pudo ser ministro de Felipe Solá, ministro de Cristina Kirchner, embajador por poquito tiempo de Macri en los Estados Unidos, senador radical y ahora precandidato a jefe de Gobierno”.
El fondo de estos debates, informales pero muy extendidos, más allá de lo que mida ninguna encuesta, tiene alguna semejanza con el del 2015.
El argumento pro voto a Lousteau dentro del kirchnerismo y el peronismo en las PASO del domingo se estructuraría así:
*Lousteau es Lousteau y no es nuestro, ni hay que poner los huevos en esa canasta.
*Jorge Macri es Mauricio Macri.
*La designación de Jorge Macri como candidato es la gran apuesta de Mauricio Macri a retener el poder en la Capital Federal.
*Para el PRO, la CABA es la retaguardia. Aquí está la relación con los medios, aquí residen las matrices de las grandes empresas y aquí están los grandes desarrolladores urbanos que Macri y Larreta favorecieron en perjuicio del uso de la tierra pública para vivienda.
El pero, en esos debates, es el propio Larreta. Porque esas políticas fueron compartidas y porque la policía brava de la ciudad, tan brava como la de Mendoza o como los peores sectores de la Bonaerense, acaba de reprimir en el Obelisco con un muerto como resultado, Facundo Molares.
Y el pero al pero siguen siendo esos cuatro puntos, que se resumen en uno solo: desgastar a un Macri es desgastar al otro, que incluso con el descrédito con que salió de la Casa Rosada en 2019 sigue conservando una matriz fuerte de relaciones internacionales y nacionales con el establishment financiero al que ayudó tanto al reconectar a la Argentina con el Fondo Monetario Internacional gracias a sus jugadores de Champions League como Luis “Toto” Caputo y Nicolás Dujovne.
Nada está cerrado, por supuesto, por empezar para el propio Santoro, que se puso al hombro una campaña fuerte.
Pero la polémica está en pleno desarrollo. Algunos lo llaman “voto estratégico”. Otros, picardía. Unos más, hacer mella donde duele, porque quizás eso sea posible.
Pero de conspiración, nada. Si no, la política argentina sería mucho más previsible de lo que es y jamás aparecería un cisne negro.