En la mitad del concierto, Natalia Lafourcade se dejó caer en el escenario y empezó a luchar/danzar con su largo vestido negro hasta lograr desprenderse de una parte de él. Fue casi un acto de exorcismo o psicomagia. Era el final de “Muerte”, la última canción de su nuevo disco, De todas las flores (2022), un trabajo íntimo, profundo y sofisticado que da cuenta de su maduración como intérprete y compositora. “Después de morir mi guerra / hoy renazco agradecida”, cantó la artista mexicana en ese acto de liberación y aceptación de la muerte. De esos temas habla el disco: la vida y la muerte, el autoconocimiento, el amor propio, las raíces, la memoria, la espiritualidad y la sabiduría de la naturaliza.
Frente a un Movistar Arena colmado, Lafourcade se dio el permiso de interpretar junto a su banda todas las canciones del disco nuevo, en el orden original y con los arreglos fieles al sonido del álbum. El concierto comenzó con la voz de la chamana y curandera mazateca María Sabina, fallecida en 1985. “Cúrate mijita, con la luz del sol y los rayos de la luna”, se podía oír a la anciana que aparecía en una pantalla gigante trabajando con su telar. Esa imagen simbólica eligió Lafourcade para iniciar su concierto y tocar con su guitarra criolla “Vine solita”. Con su amplio y ondulado vestido, la mexicana permaneció sentada con un velador a su lado y una concentración envidiable hasta culminar las doce canciones del disco –aunque, sí, faltó “Que te vaya bonito Nicolás”, dedicada a su sobrino-.
En tanto, su banda ganaba de a poco protagonismo y se sumaba con sutileza en cada canción. Pero todo era un plan íntimo, austero y de absoluta calma. En “Pasan los días” o “Pajarito colibrí”, por caso, se logró la mayor conexión con el silencio. En la pantalla gigante, ella jugaba con una cabeza de un maniquí –como en la tapa del álbum- o se sucedían imágenes de montañas imponentes y nubes revoltosas. Todo un desafío para el público, tal vez. De hecho, Lafourcade saludó y regaló unas palabras recién en la quinta canción. "Muchas gracias, buenas noches”, dijo antes de “El lugar correcto", una canción más colorida y con un swing comandado por el pianista Emiliano Dorantes.
"¡Qué bonito campo de flores!", dijo emocionada en relación al público. Y ahí sí se largó a conversar: "Mi gente linda. Qué enorme placer es estar en este enorme jardín lleno de flores. Me hace feliz poder compartir mi música en este formato. Valoro todo lo que tuvo que ocurrir para llegar a este punto”, dijo Lafourcade, tal vez reconociendo la importancia de la escucha atenta. “Esta canción llegó de la naturaleza, de la Madre Tierra. Un pajarito que tanto necesitaba. Me vino a decir un mensaje muy simple, que toda va a estar bien, el mensaje de la libertad del alma", expresó antes de “Pajarito colibrí”, una de las piezas más bellas y serenas del disco.
Después vinieron las canciones más luminosas y bailables: “Canta la arena” (una coautoría con David Aguilar), “Mi manera de quererte” (dedicada al “amor libre y sin género”), el aire de bolero “Caminar bonito” y “María la curandera”, una canción con arreglos de cumbia protagonizados por el trompetista Alfredo Pino, el pianista Dorantes y los percusionistas Francisco Wilka y Uriel Herrera. “Que se vuelvan polvo todos los dolores/ que los queme el fuego y vengan nuevas flores”, cantó con convicción Lafourcade en esa canción medicinal, como los niños santos de María Sabina. Entonces, “Muerte” le dio fin al disco y Lafourcade salió de escena después del acto de exorcismo.
Luego, en la segunda parte del concierto y con un vestuario más suelto y minimalista –ya había “soltado” el peso excedente del vestido-, llegó el turno de sus clásicos y de aquellas versiones del repertorio popular latinoamericano que incluyó en discos como Musas (2017-2018): “La llorona” (un son tradicional popularizado por Chavela Vargas), “Tonada de luna llena” (Simón Díaz) o el bolero “Cien años” (Rubén Fuentes). "He tenido que contener la emoción y el nervio. Han pasado como 25 años del camino de la música. Y ahora estoy en una tierra que ya es mi tierra, somos hermanos y hermanas. Una música que me ha ayudado a encontrar mi raíz, mi voz y mi lugar”, dijo antes del segmento más folklórico vinculado a la exploración de la última década.
En el caso de los clásicos de su propia cosecha, sonaron especialmente con nuevos arreglos, incluso con un pulso bailable y un despliegue instrumental potente. Fue el caso de “Lo que construimos”, “Para qué sufrir” o “Nunca es suficiente”, todas de Hasta la raíz (2015), un disco clave para entender su transición entre el pop y el folklore latinoamericano. En hasta “Hasta la raíz”, tal vez su canción más conocida, el público se levantó de las butacas para bailar y agradecer con aplausos y gritos. Pero la mexicana no estuvo sola en escena. Más allá de sus músicos, se dio el gusto de invitar a varios artistas argentinos. Y no solo eso: cantó un tango, género que no había incluido hasta ahora en su repertorio.
De este modo, la artista afincada en Veracruz invitó a la cantora Adriana Varela para compartir una versión a dos voces de “Alfonsina y el mar” (Félix Luna y Ariel Ramírez) y entonces, sí, se le animó a “Volver”, también a dúo con Varela, el bandoneonista Gabriel Merlino y el pianista Marcelo Macri. Luego de “Soledad y el mar”, invitó a Mateo Sujatovich en "Para qué sufrir" y eligió terminar el show con la compañía de su amigo Kevin Johansen en “Tú ve” y “La fugitiva”. Y así pasó una nueva visita al país de Natalia Lafourcade, una artista que supo reinventarse y consiguió la maduración artística cuando comprendió que el tesoro estaba más cerca de lo que creía: en su propia tierra.