Jueves violento, jueves negro, violencia premonizada, oscuramente preelectoral, con el intendente a cargo de Lanús difundiendo noticias falsas sobre el asesinato de una nena, el miércoles, en su distrito, al afirmar que el asesino era otro pibe. Y la furia sin sentido, desatada en la estación Constitución por el corte de vías del ferrocarril Roca realizada por agentes civiles de seguridad más la represión inexplicable en el Obelisco a un cierre de campaña de tres pequeños grupos de izquierda, con el saldo de un muerto y varios detenidos. Estas coincidencias ya no sorprenden en Argentina en una campaña que se desarrolla bajo la sombra torva del intento de asesinato de la vicepresidenta Cristina Kirchner.
Quizás por el recuerdo de la campaña de “La morsa”, la operación de Lanata entrevistando a Lanatta y la inmediata fuga inusitada de los asesinos del triple crimen de General Rodríguez, como fue el contexto que rodeó las elecciones del 2015. O por la instrumentación política de los desmanes en el Sarmiento y el trenazo con decenas de muertos en la misma línea, o la manipulación del suicidio de Alberto Nisman, quizás por todos esos antecedentes, aparece el fantasma de esa misma mano negra.
El asesinato de la chiquita Morena Domínguez, de 11 años, en Lanús, supuestamente por dos marginales, sólo forma parte de esa lista por la desesperación del intendente Diego Kravetz para eludir toda responsabilidad, acusar al gobernador Axel Kicillof y llevar agua para su molino al asegurar que estaba detenido un pibe de 14 años que era el asesino de Morena. Afirmó que el chico había confesado. Media hora después, era desmentido por el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni y por la fiscal Silvia Bussano, a cargo de la causa.
No figura en la causa ninguna confesión de ningún chico. Pero el intendente, que está reemplazando a Néstor Grindetti, el candidato de Patricia Bullrich a gobernador bonaerense, usó al chico para involucrar a la diputada kirchnerista Natalia Zaracho.
En febrero, la legisladora vio, desde el ómnibus en el que viajaba, que la policía maltrataba a un chico. La mujer bajó del colectivo para detener la paliza. La diputada dijo que su intención era impedir el maltrato de la policía contra el chico, pero el intendente Grindetti y Kravetz, apoyados por la corporación de medios macristas, hicieron una ruidosa campaña acusándola de que quería que dejaran en libertad al pibe.
Como ahora se trataba del mismo pibe, la intención era repetir la misma opereta mediática y relacionar a Zaracho con el supuesto asesino de la nena. Que cada quien reflexione sobre la calificación que merecen estas actitudes en política.
Los candidatos anunciaron que suspendían los cierres de campaña que harían ese día. Fue así, menos el de Patricia Bullrich, que anunció que lo levantaba, pero en vez de desinvitar, convocó a la Plaza de la Música, en la ciudad de Córdoba y se hizo un cierre, cuando había dicho que no lo haría y utilizó la tragedia de Lanús para hacer su discurso contra el oficialismo. Correspondía no hacerlo. O, en todo caso, no usar políticamente un hecho tan doloroso.
El crimen de Morena conmovió hasta en el último rincón del país. En la tele, en las radios, en los portales y en las redes fue un tema excluyente. El impacto era más fuerte porque se había producido en un distrito gobernado por el PRO, que usaba a la seguridad como caballito de batalla. La desesperación de Kravetz lo llevó a realizar un esfuerzo patético, pero frustrado, para desviar la atención.
El jueves se produjeron dos hechos en su ayuda, cuando todavía era latente la congoja colectiva por Morena.
Fueron casi simultáneas y en ambos casos dejaron el sabor de la sospecha. El primero fue un conflicto de agentes civiles de seguridad tercerizados que querían pasar a planta en el ferrocarril Roca. Querían que los recibieran las autoridades. A simple vista, resulta desmedido el objetivo en relación con la medida, suspendiendo el servicio en horas pico.
La rabia de los usuarios se expresó con violencia. Pero así como la medida parece fuera de caja, la reacción también, porque varios de los supuestos usuarios enojados llevaban hondas y piedras. Es raro que alguien vaya a trabajar con una gomera y piedras en la mochila. El momento en que se produjo también suelta mal olor. Si buscaban llamar la atención sobre un funcionamiento discontinuo de los trenes, lo consiguieron, porque las imágenes mostraban la furia desatada de los usuarios.
Casi al mismo tiempo, tres agrupaciones de izquierda, el Movimiento Teresa Rodríguez, Votamos luchar y el Movimiento de Rebelión Popular realizaban en el Obelisco su acto de cierre de campaña. Las agrupaciones llaman a votar en blanco. Eran pocas personas y no interferían el tránsito. Había más policía que manifestantes. La formación policial avanzó para desalojarlos y se produjeron forcejeos. No tenía sentido el desalojo. No había palos ni piedras. Simplemente los manifestantes forcejeaban a mano limpio para no ser desalojados.
Los videos muestran a un hombre de remera celeste, entre un grupo de manifestantes, que fuma, parado, mientras observa los disturbios. Y de repente un policía exaltado que camina hacia él y lo reduce al estilo de la policía norteamericana. Facundo Molares fue arrojado al piso, con las manos en la espalda y la rodilla del policía en su cuello. Otra manifestante que estaba a su lado en la misma posición comenzó a gritar que la dejaran respirar.
Fue una represión injustificada que solamente se podría entender como una demostración de mano dura contra las manifestaciones públicas en la ciudad. Y como parte de la campaña de un candidato al que su competidora acusa de blando.
Da qué pensar sobre los instructores de la policía porteña. Apretar el cuello con la rodilla, mientras inmoviliza las manos del manifestante acostado boca abajo, es un movimiento característico de las policías norteamericanas. Con esa toma, el policía de Minnesota, Derek Chauvin mató en 2020, al afroamericano George Floyd. De la misma manera que mataron el jueves a Molares.
La diferencia es que Chauvin fue juzgado y preso en Estados Unidos. En cambio aquí, los dos candidatos presidenciales del macrismo, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, dijeron que Molares había muerto de un paro cardíaco mientras participaba en una manifestación. Ambos justificaron la represión injustificada porque de esa manera, según ellos, “se evitaron hechos de violencia”, cuando la única violencia fue la que desplegaron los efectivos policiales.
“Algo va a pasar” se dice. Ya es una costumbre cuando se aproximan las elecciones. Suceden cosas que pueden suceder fuera de esas fechas pero de manera muy espaciada. Cuando coinciden y se amontonan en el momento inmediatamente previo al comicio, la creación de un clima de violencia, en algunos casos, atravesados por muertes y por la alteración de servicios públicos tiende a que la sociedad se sensibilice más por un discurso de orden y mano dura.
“Algo va a pasar” no es una frase sin contexto. Después de todo, estas elecciones se producen después del intento de magnicidio contra Cristina Kirchner, que tendría que haber sido candidata de una de las fuerzas en pugna. No hay expresión más alta de violencia política que el magnicidio. “Algo va a pasar” tiene sentido.