La decisión del juez Gustavo Lleral – que se reseña en nota aparte cuya lectura se recomienda--. es injusta, arbitraria por sobrados motivos. El magistrado quizá no sea el peor de la Argentina, hay alta competencia por ese sitial: los integrantes de la Corte Suprema y numerosos jueces de Comodoro Py acumulan méritos. Lleral integra dicha élite inversa, un conjunto de funcionarios que incumplen sus deberes y juramentos.
Oscuro juez federal de provincia a quien le tocó un caso que excedía sus aptitudes, Lleral concreta ahora un récord de mala praxis jurídica. Por segunda vez dispensa de responsabilidad a los gendarmes acusados por la muerte violenta de Santiago Maldonado. Se subraya: por segunda vez. Ya lo había hecho en sentencia dictada durante el año 2018. Como se detalla líneas abajo, decidió que no hubo delito. En 2019 la Cámara de Comodoro Rivadavia revocó el disparate: ordenó mantener abierta la causa, investigar, realizar varias medidas de prueba.
Tras un serpenteo digno de Franz Kafka el expediente volvió al juzgado de Lleral. Usted dirá que es una aberración, un despropósito, que mediaba prejuzgamiento. Tendría razón en cualquier Facultad de Derecho del planeta… desconocería el savoir faire de la jurisprudencia autóctona. La responsabilidad por dicho desquicio es colectiva, Lleral forma parte de un colectivo, ya se dijo. El magistrado admitió algunas pruebas, se negó a otras y sentenció por segunda vez.
La sentencia actual es voluminosa, como la anterior. Si se mira con finura técnica no decide exactamente lo mismo que la previa porque la revocación de la Cámara cambió algo el enfoque del expediente. Pero la sutileza engaña, solo funciona para regodeo de los leguleyos. El resultado es el mismo. El juez es el mismo, la impunidad la misma. Los sospechosos beneficiados, los mismos. Tanto como la fuerza política que los incitó y luego los encubrió.
Las circunstancias políticas no son idénticas, pero hay semejanzas que llaman la atención.
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En su fallo originario, el único que podría haber firmado en un sistema sensato, Lleral escribió: “con certeza se puede afirmar que Santiago Andrés Maldonado, a la carrera, huyendo de la persecución de los efectivos de la Gendarmería Nacional que se encontraban efectuando el procedimiento policial, ataviado con todas las ropas y calzado señalados, se introdujo con vida en las frías aguas del Río Chubut en donde, pese a sus esfuerzos por respirar y mantenerse a flote, encontró su muerte a partir de la asfixia producida por el agua de río que invadió sus vías respiratorias, del entumecimiento corporal producido por la bajísima temperatura de ese medio y de la probable pérdida de conciencia”.
Describió los motivos de la zambullida: “la desesperación, la adrenalina y la excitación naturalmente provocadas por la huida”. Para el juez, la adrenalina sería una suerte de alucinógeno que induce a conductas autodestructivas, filo suicidas.
Tras desembarazarse de la causa, Su Señoría destinó un párrafo a quienes reclamaban un proceso justo. Les faltó el respeto, los chicaneó. “Cuando la simplicidad de las cosas es patente, sobrevuelan los sinsabores de la especulación espuria. El ser humano no puede detener su mente y su fantasía cuando la sencillez lo alcanza. Negarse a ver la realidad es materializar lo absurdo y vivir en la mentira. En el mejor de los casos, es abrazar una quimera”. Las palabras “espuria” “fantasía” la expresión “materializar lo absurdo y vivir en la mentira” rezuman soberbia, agreden al derecho de defensa en juicio. Un autorretrato del magistrado que lo coloca por encima de la familia, los organismos de derechos humanos, los abogados defensores.
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La desaparición del cuerpo de Santiago Maldonado y el descubrimiento largamente posterior de su cuerpo conmovieron a la sociedad hace alrededor de seis años, en la previa de elecciones nacionales. El contexto del ilícito se fue conociendo. Un operativo premeditado por la entonces ministra de Seguridad Patricia Bullrich para el que fue comisionado días antes una de sus manos derechas, el funcionario Pablo Noceti. El pretexto, desalojo de un corte en ruta despoblada, en las primeras horas del día. Cantidad de gendarmes enardecidos que persiguieron a los manifestantes en superioridad numérica, usando armas, gritando. Los atacaron ingresando en territorio de una comunidad mapuche. Los agredieron y corrieron a kilómetros del lugar del corte de ruta.
No recontaremos toda la historia que el lector de este diario conoce. Apenas señalar que el segundo fallo del juez arbitrario se difundió, oh causalidad, al día siguiente de la muerte violenta de Facundo Molares, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En un operativo de la Policía de la Ciudad que gobierna Horacio Rodriguez Larreta, dirigente de PRO como Bullrich. Una (otra) movilización pequeña, pacífica, dispersada por una caterva de uniformados agresivos. Un (otro) manifestante muerto. Violencia en el desalojo, abuso de fuerza corroborados por filmaciones y fotos que no hubo en Chubut, seis años atrás. Las simetrías son notables, fueron señaladas en enfoques diversos de periodistas o políticos de variadas banderías. Con las evidencias actuales sería aventurado avanzar con más paralelismos.
Es válido, hasta sensato, suponer que el momento en que fue difundido el fallo de Lleral no es casual ni ajeno a motivaciones políticas.
Este cronista no aspira a ser pesquisa, ni dar por descifrado qué pasó anteayer en las inmediaciones del Obelisco. Apenas cree que es imprescindible que se investigue con rigor, que se realicen pericias y autopsias creíbles, imparciales. Que no haya supuestos testigos que declaren sobre lo que escapa al alcance de sus sentidos. Algo así hizo un funcionario, médico a la sazón. el titular del SAME Alberto Crescenti quien informa públicamente sobre un hecho que no vio y sobre sus causas que no auscultó.
La resolución de Lleral puede recurrirse. La demora de la maquinaria judicial es tremenda, tanto como la desprotección de los familiares y compañeros de la víctima.
Todas estas historias, ay, continuarán.