El petróleo como combustible quedó sin potencia en la era del agua no identificada . Así se promueve la llegada de lo inminente y La vida es un misterio con las sequías y salva un vino conector de los unos y los otros; para dejarse de escuchar en reuniones . Para que finalmente nada importe, salvo el sentimiento profundo que llevamos en un mundo interno lleno de aire. Algo así como una cámara de bicicleta que rueda hasta saber que la vida está en otra parte, como aquel libro del yugoslavo Milan Kundera.
Con esa frase me tildó de ingenuo un playero de la estación de servicio que me negó un bidón de agua destilada.
Se llama Nelson y se autodefine del rojo; no justamente por el club de Avellaneda, según me dicen por lo bajo sus compañeros, sino porque es amante de la historia del suelo de Marte.
Aquello lo lleva a pensar que el agua del planeta rojo quedó en bidones que perdieron la batalla con el plástico. Aunque, hasta hace poco lo ridiculizaban, los mismos que hoy empiezan a aplaudirlo.
Reflexioné en la memoria con un comentario de la investigadora María Paula Raffo del Conicet, la que vive en Madryn a pura pasión. Hablando de sus vacaciones luminosas en Miramar, sin esbozar ningún delirio en su dialéctica, me comentó sobre el material que invade los océanos y nos hace comer una tarjeta de crédito por año en la ingesta de pescado y frutos del agua.
Eso que seguramente sucede cuando nos sentamos en restaurantes caros, a oir delirios de grandeza sobre la canktidad de cosas que sabemos en vano, puede distraernos y hacernos olvidar que la vida es ahora y que hay que tener fe en la naturaleza.
Lo que me desconectó terrenalmente de esa inspiración fue cruzar la calle observando como unos vecinos detuvieron a un motochorro. Lo que ocurrió fue que quiso llevarse la cartera hecha de sachets de leche que llevaba la señora del cartonero.
-Todo indica que la guerra es pobres contra pobres-, dijo enojada mirando el cielo.
De pronto, como una ola de surf y allá en la vereda de enfrente, venía un charrúa que decía en voz alta que la pérdida de su baño se había resuelto por la falta de agua en la ciudad.
Y feliz con las manos en el pecho tiró al aire: -¡Zafé del presupuesto delirante del plomero!-.
Luego seguí caminando para no perder la esperanza de conseguir agua destilada, para el radiador del Fiat 1500 que estábamos restaurando con el mecánico más alto de todo el conurbano. En su taller, la protagonista es la bañadera llena de agua marrón para meter las cámaras de goma pinchada y descubrir por donde respira ese vacío comprimido que lleva adentro.
Haciendo un contacto extraterrestre por telepatía, la info que me tira dice que ese caudal de oxígeno artificial, que llena la cubierta, es algo así como un delirio que llevamos dentro para pensar que somos los elegidos de un posible efecto paranormal.
Una espacie de aire fabricado en la neurosis para sentirnos más importantes que el otro humano.
Sucede cuando escuchamos una historia incomprensible para la realidad terrestre, y sale con confianza a competir la nuestra.
-A mí me pasó algo paranormal y se lo cuento a poca gente-, me dijo el fierrero que tenía el apodo de Silvester por su parecido a Rambo en su primera versión.
Eso hizo que desde esa época salga a la calle con una remera ballenera y una vincha negra, asumiendo que en algún momento iba a enganchar a un productor de cine que vaya por Castelar buscando dobles.
El dilema siguió y el agua destilada me la consiguió un runfla del barrio que ponía macetas vacías para juntar el agua de lluvia. Pero lo más llamativo fue que en su patio decía tener la base operativa de las naves luminosas que le daban cuenta de visitas a una tierra de empanadas. Entonces cerró convencido: -Porque sea planeta tierra o vida extraterrestre, siempre lo importante es morder y chupar-.
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