Un día como el de hoy -no sé si era sábado, pero sí era 12 de agosto-, las tropas criollas, en nombre del rey de España, derrotaron a las fuerzas de la corona inglesa –que, cual un Rodrigo de Loredo del siglo XIX, los había hecho "venir al pedo”–. Las tropas criollas estaban al mando del francés Santiago de Liniers, quien sería honrado con el cargo de virrey y quien, después de la Revolución de Mayo, sería fusilado por resistirse a ella.
Capitaneados por William Carr Beresford, los ingleses habían ocupado nuestra ciudad y, a cambio de que nos volviéramos sus súbditos sudacas, nos ofrecían libertad de culto y de comercio, dos cosas que les venían muy bien... a ellos: porque eran protestantes en una ciudad predominantemente católica, y porque querían vendernos sus cosas ya fabricadas y comprar nuestras materias primas para poder fabricar más cosas que vendernos, quedándose con la diferencia y cobrándonos “el envío”. Prometían, justamente, "mercado libre" (cualquier parecido con la empresa del mismo nombre es pura coincidencia capitalista). La guita porteña huyó a Córdoba, gracias a los servicios del virrey de Sobremonte, tal vez el primer “Uber” de la historia nacional. Fue recibida, la guita, con todos los honores; y al virrey que la llevaba no le dijeron “pituquito de Recoleta”, solamente porque esa expresión aún no se había puesto de moda.
El 12 de agosto, o sea hoy, es entonces el “Día de la Reconquista”. Esperemos que el 13, o sea mañana, no sea el día de la pérdida de ninguno de los derechos que tanto nos costó reconquistar.
Es cierto que, en esos tiempos teníamos poquitos derechos (en verdad, nosotros no teníamos ninguno pues aún no estábamos en este mundo, pero permítaseme una licencia –poética– con goce de sueldo). Nuestros antepasados, o aquellos que sin ser de nuestra ascendencia vivían por acá, eran súbditos de la corona de España. Algunos tenían solamente derecho a ser esclavos; otros, a ser “vecinos que salen a la puerta a ver si llueve” o –muy poquitos– a cortar el bacalao, o lo que fuera que su Madre Patria les enviase. El tiempo pasó, nos fuimos volviendo viejos, y en cada conversación, cada beso, cada abrazo, se impuso siempre un pedazo de…, a veces, de razón; otras veces, de temor, o simplemente de todavía no sabemos qué.
Pero hoy, 217 años después, las argentinos y los argentinas tenemos muchos más derechos (lamentablemente, derechas también). Tenemos el derecho (y, como dijo uno de los precandidatos, el orgullo) de llamarnos "argentinos", el derecho a decidir quién nos gobierna, a protestar, a viajar, a una vivienda digna, a un salario ídem, a creer en el culto que mejor nos venga –o en ninguno–, a casarnos, a separarnos, a tener hijos, a no tenerlos, a educarnos, a la salud, y así podría seguir una larguísima y maravillosa lista de derechos que no siempre apreciamos y que, lamentablemente, a veces no podemos o no nos dejan ejercer.
Para que algo sea un derecho, debe serlo para todos y para todas: si no, es un privilegio. Podría aquí objetarme un respetable señor: “Para qué quiero yo tener derecho a interrumpir mi embarazo, si jamás voy a quedar embarazado”, y yo le respondería: “Sería entonces un derecho que usted no necesita, pero que igualmente tiene”. No todos tenemos por qué ejercer todos los derechos que tenemos. Probablemente, usted, lector, o yo, no necesitemos a esta altura de la vida educación primaria, pero está buenísimo tener ese derecho, y que el Estado lo brinde de forma gratuita y pública.
Tener un derecho no obliga a ejercerlo. Sin embargo, un argumento antiderechos suele ser: “Ahora todos se van a divorciar” o: “Ahora todos van a interrumpir sus embarazos”. A ver: nadie se divorcia porque tenga derecho a hacerlo, lo mismo para la IVE.
Otro argumento frecuente: “Por qué ellos/ellas/elles/esos/esas tienen derechos, y yo no”. Aquí me parece que el error lo cometen quienes comunican o consiguen esos derechos, pero los reivindican como derechos “de ciertos sectores sociales”. Sin embargo, los derechos son para todos, claro está, pero deben ejercerlos solo quienes los necesiten.
A veces, algunos tienen un derecho y otros no, entonces las leyes simplemente equiparan. No quiero decirle a nadie cómo hacer las cosas, pero me parece que este posible error de comunicación puede generar broncas y pérdida de votos.
Después está el deseo, el siempre valorado deseo, que nos vitaliza, erotiza y algunos “iza” más. Es maravilloso, y el deseo en sí mismo es un derecho, pero no así “lo deseado”. El deseo está más vinculado a la búsqueda que a la posesión; cualquier buen psicoanalista lo puede decir, pero acá se lo decimos gratis.
A veces, algunos grupos, o individuos, toman sus deseos y los reclaman como si fueran derechos, ventajas, privilegios para ellos mismos o sus amiguetes. Esas “demandas” serían “libertades para algunos/as/es” que implican la opresión de otros/as/es. Como los ingleses, que nos prometían cosas que solamente a ellos les convenían.
Hace 217 años, nuestros compatriotas supieron darse cuenta de esto. Ojalá nosotros también podamos, mañana.
Sugiero acompañar esta columna con el video “Kumpas 100 X 100” de Rudy-Sanz: