En el contexto actual la inseguridad constituye un grave problema que atenta contra la paz social. Históricamente el Estado ha buscado responder con políticas centradas en el control y la punición pero estas no dieron una solución y agudizaron la situación de un lado y de otro de las rejas. Desde el Instituto Rosario de Investigaciones en Ciencias de la Educación (IRICE) que depende la UNR y el Conicet, la doctora Claudia Perlo estudia qué aprenden las personas en la cárcel, específicamente en la Unidad Penal N°5 de Victoria, Entre Ríos, y en la Unidad N°15 de máxima seguridad de Batán, Buenos Aires. Para la investigadora “no es posible resolver el problema de la seguridad pública a espaldas de una política penitenciaria, que no vaya por el modelo punitivo represivo, sino por un modelo educativo basado en una ética del cuidado".
A partir de sus observaciones de campo delineó un perfil de las personas presas signado por el abandono, la violencia, las adicciones y el resentimiento. “No es en sí misma la falta de acceso a bienes materiales la que conduce al delito, se trata de una carencia afectiva en los primeros lazos sociales de estas personas”, afirma la especialista en educación.
Entre las historias de vida recogidas observó que muchos de los detenidos, antes de ser victimarios, fueron víctimas. Incluso algunos de ellos estuvieron bajo la guarda de instituciones de menores. “El resentimiento fundacional de estas infancias y el abandono del Estado producen la reacción más inflamable: la violencia”, subraya.
La investigadora considera que si bien la cárcel constituyó una solución posible entre los siglos XVlll y XIX, hoy, dos siglos más tarde, esta institución parece ser un callejón sin salida: “Se evidencia que no resocializa a nadie y más aún que agrava las condiciones socioeducativas y laborales con las que ingresan los reclusos”.
Pero cree que la institución penitenciaria no fracasa sola, sino con un sistema judicial y legislativo que no cumple con el artículo 1° de la Ley de Ejecución Penal, que señala: “La ejecución de la pena privativa de libertad, en todas sus modalidades, tiene por finalidad lograr que el condenado adquiera la capacidad de respetar y comprender la ley, así como también la gravedad de sus actos y de la sanción impuesta, procurando su adecuada reinserción social, promoviendo la comprensión y el apoyo de la sociedad, que será parte de la rehabilitación mediante el control directo e indirecto.”
"Sin embargo -afirma-, en la mayoría de los casos la cárcel reproduce y empeora las condiciones de origen de aquellos niños que vivían en situación de peligro: violencia, adicciones, abandono, trabajo infantil, estigmatizaciones, niños que hoy adultos redoblan la apuesta en el encierro”.
Perlo explica que el encierro en sí mismo no resocializa sino que genera y multiplica la inseguridad y las conductas antisociales, no sólo de las personas confinadas sino del resto de la sociedad. Dentro de este marco advierte que las instituciones penitenciarias dejan poco o ningún margen para desarrollar los potenciales de aprendizaje de las personas encarceladas y su entorno.
De acuerdo al último Informe anual del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena del año 2021, el 95 % de la población presa de nuestro país está compuesta por varones de 24 a 44 años de los cuales el 44 % aún espera condena. El 49% de estas personas no tiene la escolaridad obligatoria completa y, aun así, en el encierro el 49% no participa de actividades educativas. El 80% tampoco se integra a programas de capacitación laboral y el 64 % no trabaja.
Para transformar las prácticas actuales en la cárcel, Perlo presentó un Programa de investigación acción llamado “Madiba” que es el nombre del clan al que pertenecía Nelson Mandela. El mismo se basa en un enfoque ético-relacional del problema de la seguridad pública para atender la violencia y el delito. Toma fundamentos científicos actuales, provenientes de diferentes áreas del conocimiento que van desde las ciencias sociales y humanas, hasta las ciencias biológicas, desarrollos de la física y neurociencia actual.
Este proyecto piloto se está desarrollando en la Unidad Penal N° 5 de Victoria, una de las cárceles más antiguas y violentas de la región. El objetivo a largo plazo sería convertirla en un Centro socio educativo productivo laboral. Si bien está dirigido principalmente a personas privadas de la libertad, también contempla a personal del servicio penitenciario, docentes, investigadores, funcionarios estatales, operadores judiciales, jueces, familiares, víctimas y a la sociedad civil.
“Buscamos trascender la clásica idea de la educación formal institucional escolar y reconocer dicha práctica social en la vida institucional cotidiana”, explica. En este sentido, el contexto de encierro es entendido como espacio de aprendizaje. El eje de la propuesta lo constituye la educación biocéntrica, esto es una propuesta pedagógica centrada en la vida, las personas, la naturaleza, el arte, la identidad, la integración y convivencialidad con todo lo vivo.
“Es un proceso de aprendizaje para desactivar la violencia que engendra el poder como control y opresión, el castigo, la configuración del otro como enemigo, la competencia, la descalificación, el miedo y la inseguridad, para engendrar ciudadanía cultivando la confianza, la empatía y el compromiso afectivo que aloje a la alteridad y permita habitar nuevamente nuestra casa grande”, destaca la doctora en Humanidades y Artes de la UNR.
Si bien esta experiencia piloto busca llevarse a cabo desde una unidad penal, no está dirigida exclusivamente a ella sino que pretende integrar a personas presas con otras de la sociedad civil, restaurando los vínculos en la comunidad. Cabe destacar que este programa recoge estudios y experiencias nacionales e internacionales llevadas a cabo en instituciones y sistemas penitenciarios con probados resultados. Por ejemplo en la Unidad Penal 15 de Batán, Buenos Aires, los detenidos están llevando a cabo un emprendimiento autogestivo al que considera “las semillas de una nueva política penitenciaria”. Se trata de la Cooperativa Liberté, una comunidad que ha logrado trascender los muros.
El proceso de aprendizaje centrado en la vida que propone la investigadora en el programa Madiba tiene como eje principal el cuidado y el desarrollo de los potenciales de las personas. Este involucra progresivamente siete aspectos: autoconocimiento, contacto con la naturaleza, desarrollo de ejercicio físico, desarrollo de habilidades artísticas, trayecto de educación formal o no formal, derecho a un trabajo digno y posibilidad de brindar un servicio a la comunidad.