La Francia insumisa que recibirá al Mundial de Rugby vivirá un ensayo clave camino a los Juegos Olímpicos de París 2024. Nueve meses separan a un torneo del otro. Nueve meses entre la final en el Stade de France -el 28 de octubre- y el inicio de los JJ.OO a orillas del río Sena, el 26 de julio de 2024.
La organización de los dos mega-eventos hará del país el ombligo deportivo de Occidente. La gran prensa etnocentrista, europeísta, pilar de la industria del entretenimiento, aquella que suele pasar por el tamiz de sus prejuicios lo que sucede en Asia, África o América Latina, ya se deleita con lo que está por venir. Tendrá un respiro entre tantas noticias contaminadas por revueltas, incendios, movilizaciones y represión del conflicto social con víctimas fatales incluidas.
De Nahel Merzouk, el joven de 17 años de origen argelino asesinado por la policía en Nanterre, ya ningún medio hablará. Lo mataron en el corazón de la célebre rebelión estudiantil de Mayo del '68, en el mismo suburbio parisino. Su crimen levantó otras barricadas y desempolvó una vez más la hipocresía de una sociedad idealizada que torna invisibles a las clases oprimidas.
El rugby festejará sus 200 años desde el 8 de septiembre, con el partido inaugural entre Francia y Nueva Zelanda. Porque como escribió Sir Bill Beaumont el 23 de enero de este año, presidente de World Rugby y caballero de la reina de Inglaterra, “el deporte es emoción. Crea momentos inolvidables y grandes debates. Es el espectro del drama, la perspectiva de lo inesperado lo que nos mantiene atrapados”.
Los medios no publicarán noticias sobre jóvenes magrebíes desesperados, porque el deporte -como tantas veces antes- acaparará casi toda la atención. Esta vez será el rugby, aunque en menor medida que el fútbol, como sí sucedió en Qatar. Con la diferencia de que el Mundial de la FIFA lo organizó un emirato de mala reputación en Occidente. Francia, la Francia colonialista según otro prisma de las relaciones internacionales, está aumentando su mala fama en varias de sus ex posesiones en África. Un ejemplo: Malí eliminó al francés de su constitución como lengua oficial en junio pasado.
Beaumont no necesita exagerar su indignación como lo hizo Gianni Infantino en noviembre pasado. Cuando dijo que se sentía “árabe, gay y trabajador migrante”, y denunció la hipocresía de esta parte del mundo, embebida en la civilización occidental. La Copa Webb Ellis que estará en disputa a lo largo de 51 días en un torneo XXL, según Jacques Rivoal, el presidente del Comité Organizador, “será rentable” y con un “resultado financiero seguro”.
Los ingresos previstos por el gobierno de Emmanuel Macron rondan los 800 millones de euros. El presidente francés, que no se pierde una, ya posó con el trofeo que se entregará al nuevo campeón -el vigente es Sudáfrica- en el Stade de France. Ya tiene una final perdida con Argentina en Qatar. Pero viene sumando derrotas más importantes con sus políticas para sepultar los restos que quedan del estado de bienestar. Batallas que perdió en las calles y en sus índices de aprobación que están por el suelo desde marzo a la fecha.
Francia espera a unos 600 mil visitantes para la Copa Mundial que tendrá una oferta de 48 partidos a jugarse en nueve ciudades. La expectativa desató la venta anticipada de entradas. Casi 2,5 millones ya se comercializaron y quienes no puedan conseguirlas podrán ver cada juego desde las llamadas Aldeas del rugby. Espacios semejantes a los Fan Fest como los que ofrece la FIFA. Áreas de celebración que los organizadores dicen contarán con espacio para 40 mil personas y “música en vivo, comida y bebida, actividades de rugby, eventos culturales y zonas para los niños”.
Las estadísticas, un tanto incomprobables, señalan que el 90% de los franceses apoyan el torneo, el décimo de la historia donde los All Blacks y Sudáfrica suman tres títulos cada uno, Australia dos e Inglaterra uno. Los Pumas se ilusionan con llegar por primera vez a una final y Sudamérica completará su presencia con las selecciones del debutante Chile y Uruguay.
Francia temió que perdería la organización del Mundial en 2017 cuando protestó contra un informe que ubicaba mejor en la consideración a Sudáfrica. En aquel momento, el presidente de la Federación Francesa de Rugby, Bernard Laporte, se quejó: “Tenemos menos nota en el dopaje porque nos dijeron que somos demasiados severos. Sobre la seguridad tenemos los mismos puntos cuando hay 52 muertos al día en Sudáfrica. ¡Es de locos!”. El dirigente finalmente se quedó con el Mundial pero renunció a su cargo, desgastado por denuncias de corrupción. Las sospechas llegan hasta cómo consiguió que su país organizara la Copa que empieza en poco menos de un mes. Curiosa semejanza con la elección de Qatar para el último Mundial de la FIFA.
Laporte fue condenado el 13 de diciembre pasado a dos años de prisión en suspenso, y a una multa de 75 mil euros que apeló. Se lo acusó de favorecer a una empresa del presidente del club Montpellier, Mohed Altrad, también sentenciado a prisión, igual que Claude Aitcher, integrante del comité organizador de la décima Copa Mundial.
En enero de este año y en otra causa por corrupción, a Laporte lo detuvieron cuando la justicia le imputó “el blanqueo de capitales procedentes de fraude fiscal agravado”, según la Fiscalía Nacional Financiera de Francia. Pero salió ileso de la acusación según su abogado Jean-Pierre Versini-Campinchi: “Fue liberado sin cargos y sin ser presentado a un juez de instrucción”, le dijo a AFP.
Igual no soportó la presión del ministerio de Deportes ni del Comité de Ética de la Federación de Rugby (FFR) que veían venir el Mundial con un dirigente condenado al frente. Antes había sido ministro de Deportes entre 2007 y 2009 durante el gobierno del corrupto Nicolas Sarkozy -condenado a tres años de prisión en 2021-, entrenador de la selección de su país y figura como medio scrum. Hoy sería una presencia incómoda si apareciera en cualquier estadio durante el torneo.
Cuando el 26 de julio del 2024 el Mundial de Rugby sea un recuerdo y los JJOO una realidad, el país seguirá con sus heridas abiertas. Miles de jóvenes desposeídos como Nahel Merzouk continuarán rumiando su insatisfacción, convertidos en blancos móviles de la represión. La ONU, después de tantos días de violencia ininterrumpida en las calles de varias ciudades francesas, le aconsejó al gobierno de Macron que se ocupara del “profundo problema de racismo” policial. No solo se trata de un mal enquistado en las fuerzas de seguridad.
El gobierno francés está estudiando cómo hará para que París brille de nuevo como la ciudad luz que alguna vez fue. Pero su lógica parece oscurantista. Se propuso que para organizar los JJ.OO, lo mejor sería adoptar una medida como las que se han tomado en otras capitales del mundo, con Buenos Aires incluida en tiempos de Mauricio Macri como jefe de Gobierno y la patota de la UCEP (su Unidad de Control del Espacio Público).
Anunció que intentará desplazar a las personas sin techo de sus calles. El diputado de la Asamblea Nacional por el partido de izquierda Francia Insumisa, Hadrien Clouet, acusó al gobierno de imitar “el método de todos los regímenes autoritarios, y mover a las personas sin hogar por la fuerza para ocultarlas de la vista de los que participarán en los Juegos Olímpicos de 2024”.