Para muchos, la longevidad es un anhelo: vivir varias décadas más por encima del promedio de los 75 u 80 años constituye algo así como un sueño. De hecho, algunas veces se cumple, hay quienes baten records y pasan la barrera de los 100 sin problemas mayores. ¿Qué pasa en los organismos de estos individuos? ¿Constituyen una excepción? ¿Influye una cuestión genética o, más bien, tiene un gran peso el ambiente (esto es, sus condiciones de vida)? ¿Cómo se hace para vivir tanto? Aunque parece un milagro, es pura ciencia.
Una de las posturas que más circulan en el espacio público es la sostenida por investigadores que aseguran que “la vejez es una enfermedad” y que, en este sentido, puede ser curada. El genetista David Sinclair (científico de la Universidad de Harvard y una de las 100 personas más influyentes del mundo, según la revista Time) es un exponente de este enfoque. El envejecimiento de un organismo está directamente relacionado con el envejecimiento de sus células; por ende, la hipótesis es que si se pudiera retrasar este fenómeno, en alguna medida podría demorarse el deterioro de los órganos y de los organismos.
De acuerdo a los aportes de Sinclair, el envejecimiento depende del ADN y también de los estilos de vida. ¿La fórmula sugerida? Una conocida: comer menos y mejor, y sumarle actividad física constante. Pero, ¿con eso alcanza?
Genes, estrés, enfermedades
“La esperanza de vida en las mascotas, por ejemplo, aumentó brutalmente en los últimos 30 años, no solo porque acceden a mejores cuidados médicos, sino también porque la alimentación les mejora su calidad de vida y la prolonga en el tiempo”. Así comienza su fundamentación el bioquímico, investigador superior del Conicet y profesor de la UBA Alberto Kornblihtt. En este sentido, existen componentes ambientales y también genéticos que resultan decisivos para vivir más.
“Entre los genes que se relacionan con la longevidad se pueden mencionar, por ejemplo, aquellos que participan en la vía de la insulina y el metabolismo de la glucosa. Se ha demostrado que aquellas personas que portan una mutación que afecta la señalización de esta vía tienen una vida más larga”, comenta Fabián Norry, biólogo e investigador principal del Conicet. Y completa: “También hay genes del metabolismo de los lípidos que impactan favorablemente a la longevidad”.
Desde aquí, un aspecto a considerar, según Norry, es el estrés oxidativo. Dicha teoría fue propuesta en 1956 y sugiere que “la acumulación de daños en macromoléculas inducidas por los radicales libres es un determinante de la expectativa de vida, no solo en humanos sino también en cualquier especie animal”. El especialista del Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires se refiere a que los radicales libres son moléculas “muy reactivas" que generan las propias células cuando, por ejemplo, las personas respiran. Aunque son necesarias, en exceso generan un estrés oxidativo que, a su vez, daña células y tejidos, y en última instancia, impacta sobre la longevidad.
Los componentes genéticos, completa Kornblihtt, se vinculan, asimismo, con la propensión a generar enfermedades como el cáncer. “Cuanto más viejo sos, mayores son las probabilidades de que emerja la enfermedad. Por ende, mientras algunas personas se volverán más susceptibles a desarrollarla, otras no”, dice. Y continúa: “En las personas centenarias suele ocurrir que, aunque sus células envejecen, no comprometen ningún órgano. Tuvieron la suerte, ya sea por la alimentación o por background genético, de no desarrollar ningún tumor maligno que las matara”.
Como dato adicional, también es cierto que el estado inmune de un individuo (que puede destruir un tumor sin que este siquiera lo perciba) en algunas personas actúa mejor que en otras. Las defensas son silenciosas pero efectivas.
Comer (bien) para vivir (más)
“Aquellos que durante su vida fueron muy poquito al médico y vivieron hasta los 100 años son personas que, probablemente, fueron favorecidas por un aspecto genético y también por la alimentación”, explica Kornblihtt. La microbiota --o microorganismos que colonizan y habitan el intestino grueso-- genera sustancias que pasan a la circulación sanguínea y que pueden actuar como factores positivos o negativos para la salud.
Son varios los especialistas en longevidad y envejecimiento que aprovechan cada ocasión que pueden para reforzar la premisa: una buena alimentación puede ser clave para retrasar el envejecimiento. “Todos los alimentos que tengan grasa animal, es decir grasa saturada, contribuyen a incrementar los niveles de colesterol y pueden conducir a una ateroesclerosis (se tapan las arterias y producen infartos). La dieta mediterránea, que incluye pescado (un animal que no posee mucha grasa saturada) y aceite de oliva, representa una opción buena y necesaria. Muchas veces se confunde: no hay que bajar las grasas totales, sino disminuir las saturadas y reemplazadas por las insaturadas”. Norry apunta: “Una dieta pobre en calorías contribuye más a la longevidad que una rica en calorías. Se realizaron muchos estudios en diversos organismos y se vio que la mediterránea es favorable para aumentar la longevidad”.
Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Harvard y difundido por el American College or Cardiology plantea que una de las claves estaría en el consumo del aceite de oliva. Según los argumentos, consumirlo en reemplazo de otros productos como las mantecas o mayonesas extendería la vida de las personas. De acuerdo a un análisis realizado en 92 mil voluntarios, quienes lo hacían, afrontaban un 34 por ciento menos de posibilidades de padecer enfermedades letales. Sin embargo, como es de esperar, el trabajo necesita ser complementado.
Esperanza y desesperanza de vida
La historia, en parte, le da cierta razón a David Sinclair y su enfoque de pensar a la vejez como una enfermedad. En la Edad Media, en promedio, los seres humanos vivían 35 años. Si no dependiera del ambiente (y de las posibilidades de acceder a agua potable, a condiciones sanitarias y medicamentos) esa transformación radical que se vincula con duplicar la esperanza de vida hoy no tendría mucha explicación.
De acuerdo a la División de Población de las Naciones Unidas, la esperanza de vida en el mundo se incrementó de 46.5 años en 1950 a 71.7 en 2022. Hacia 2050, se prevé que esa cifra podría seguir en aumento y llegar a 77.3. Un dato a destacar es que, a excepción de África, la brecha entre las diferentes regiones del mundo parece cerrarse: Asia y América Latina y el Caribe se acercan a los números que durante mucho tiempo solo destacaban en Europa y América del Norte. Hacia mediados del siglo XXI, tanto Asia como Latinoamérica podrían rondar los 80 años de promedio. En la actualidad, Japón, Suiza, Singapur, España e Italia son las cinco naciones que están en los puestos más altos de la esperanza de vida, con cifras que se acercan a 84 y 83 años de promedio.
Según Statista, hacia fines de julio, la lista de personas más longevas del mundo era liderada por la española María Branyas Morera, con 116 años y 144 días. Luego le siguen la japonesa Fusa Tatsumi (116 años y 92 días), la estadounidense Edie Ceccarelli (115 años y 171 días), la japonesa Tomiko Itooka (115 años y 64 días) y la brasileña Inah Canabarro (115 años y 48 días).
Lo que para algunos puede provocar vértigo es proyectar qué sucedería si, de acuerdo a la postura de mentes como la de Sinclair, no solo algunas excepciones sino todo el planeta pudiera vencer a la vejez y, en efecto, a la muerte. Para este interrogante aún no hay respuestas desde la ciencia, aunque sí desde la literatura. De hecho, el nobel portugués José Saramago ya lo imaginó en su libro Las intermitencias de la muerte, donde enumera con un sarcasmo quirúrgico todos los problemas que afrontaría un mundo programado para la muerte y no para la inmortalidad.
En el último tiempo, la medicina ha combatido la muerte con tratamientos cada vez más innovadores, que buscan mejorar el paso de los humanos por este planeta. Para otros, por el contrario, la cantidad de años no se traduce en calidad y esperan su final, desprovistos de cualquier ambición. Mientras tanto, la muerte constituye un eslabón fundamental de la vida y todos los humanos saben que tarde o temprano culminarán en el mismo destino.