A los 62 años, Enrique Chalar ya había visto, cantado y contado demasiado. Casi como si buscara cerrar su propio arco narrativo, de entre los veintidós discos que había grabado con Los Violadores, Pilsen y sus formaciones solistas, eligió como favoritos definitivos el primero y el último de la larga lista.
Del primero se cumplirán cuatro décadas en diciembre próximo, una efeméride que se entrelaza con otra de relevancia para Argentina: la vuelta de la democracia. A su modo, el primer grupo punk de Latinoamérica también plantaba un mojón en ese pasaje de lo oscuro a lo menos oscuro con un álbum que, a la fecha, sigue sonando actual, terrible y urgente con himnos como “Cambio violento” (“Vamos a tener que cambiar a la gente”), “Viejos patéticos” (“Hay que volar con lo establecido / regido por el tiempo, podrido por el tiempo”) y el tristemente actual “Represión” (“Semanas largas sacrificadas / trabajo duro, muy poca paga / desocupados, no pasa nada / ¿en dónde está, bestias, la igualdad deseada?”). El disco se había grabado durante la guerra de Malvinas pero hubo que esperar un año y medio para que saliera a la luz.
Y así como aquel vinilo (titulado secamente con el nombre de la banda que durante la Dictadura debía renombrarse “Los Voladores” para calmar el miedo de los productores de fechas) mostraba la frescura de cuatro veinteañeros dispuestos a cosas de las que no eran profundamente conscientes, algo similar ocurrió en “Carne, tierras y sangre”, obra cumbre de una formación entreverada entre la experiencia del propio Enrique y su gran socio creativo, el guitarrista Eduardo Tucán Barauskas, más las juventudes del baterista Antulio Pozzio y el bajista y productor Tomy Loiseau.
De la suma de esas partes salió un disco antológico firmado por Pilsen, ese proyecto anfibio que el cantante tuvo en los entremeses de Los Violadores y que, a la vista del tiempo, también mostró la evolución de quien comenzó siendo el arrebatado Pil Trafa que pateaba tachos en las medianoches de Villa Urquiza hasta convertirse el equilibrado Pil Chalar que madrugaba para hacer Chi Kung en la terraza de su vivienda familiar en Lima, Perú.
El último disco de Pilsen salió en 2020, poco después de la triste partida de Loiseau y con la pandemia de la Covid confinándonos en intimidades que no todos estábamos listos para enfrentar. Recién ahí Pil vio ese hilo que espejaba el título “Carne, tierras y sangre” con “Fútbol, asado y vino”, la tríada de “Represión”, su primerísima canción y, probablemente, la más imbatible de toda la historia de Los Violadores, al menos en términos de peso histórico y testimonial.
Pipón de letras y músicas, Pil encontró en los tiempos inactivos de la cuarentena un espacio para buscar nuevos horizontes de creatividad. Así surgió, por ejemplo, la idea de coescribir un libro sobre esa primerísima era de Los Violadores, aquella surcada entre marzo de 1981 con su ingreso a una banda que hasta entonces tenía formaciones diletantes, y diciembre de 1983, mes de la salida del disco debut. Un trabajo interesante que incluye entrevistas del propio Chalar al otro elenco de personas y personajes con los que protagonizó esa etapa que él consideraba “punk antes del punk”, tal su forma de reflejar aquel momento de frescura que luego el grupo inevitablemente perdería una vez que el álbum salió a la venta y tanto las popularidades como las ventas y los egos tomaron escalas menos inocentes.
Pero, más allá del revisionismo por un pasado que quería registrar antes de que otro lo hiciera por él (y cuyo resultado seguramente saldrá a la calle hacia fin de este año), Pil también quiso experimentar aquello que durante tanto tiempo leyó con ostensible fruición: la ficción literaria. Desde las que descubrió con la colección Minotauro que el gallego Paco Porrúa publicó en Argentina cuando se mudó desde su Coruña natal hasta George Orwell, Julio Verne (quien lo había inspirado en la bella canción “La caída de la luna”), Roberto Arlt, Rodolfo Walsh y Osvaldo Soriano, posterizado éste último en “Seis novelas”.
Aunque hubo uno que le voló la cabeza por demás: Borges. “El primer libro que leí de él fue ‘Ficciones' y esos cuentos extrañísimos me enloquecieron. No pude parar”.
Una mañana de febrero de 2021, Pil empezó a escribir en una charla por WhatsApp una historia fabulosa. Un gaucho y un cowboy se encuentran en un punto indeterminado para jugar a las cartas. Solo que con un detalle: cada cuál colocaba su mazo, uno el cartas españolas, otro de póker. Y las manos de naipes surgían de la mezcla de ambos. “Los dos parcos, los dos pintados. Uno por John Ford, otro por Leonardo Favio”, explicaba Chalar. Surrealismo puro.
“El gaucho se llama Rosales, el cowboy, Mc Cloud, y ambos representan a dos culturas que se parece. Uno bebe whisky de baja destilación y el otro una turbia aguardiente en una dura partida, de esas que no se olvidan: ahí estaban dos hombres y una sola salida”, narraba Pil con urgencia desde su casa en Lima.
“Aunque son barajas distintas, flores y espadas en ambas hay. Oros y diamantes —describía Chalar—. En un momento, el gaucho rompió el silencio y gritó ‘¡Flor!’. Pero el cowboy, de reojo, ‘Full poker’ balbuceó. Uno sacó su facón y el otro una Smith & Wesson. ¿Quién ganó? No se sabe: el relato tiene un final abierto, aunque la idea también metaforiza la disparidad de fuerzas entre el norte y el sur con el progreso de armas que hubo en cada lado”. Un punto dentro de otro punto. Borges al cuadrado. Y, en otro aspecto, un complemento de la batalla dialéctica que había planteado a mediados de los 80’ con Los Violadores en “Más allá del bien y del mal”.
Ese relato hubiese sido probablemente el primero de los cuentos que Pil tenía pensado publicar aquel 2021. Sin embargo, el 13 de agosto lo sorprendió otra urgencia. Y hoy, a dos años de aquella noticia inesperada, “Las dos barajas” emerge en formato de canción con el grupo El Ejército Negro la música de su amigo Tucán, quien, además, se tomó una licencia poética: agregarle a las estrofas la sentencia de que “las historias son recuerdos”.