Antes del 2003, Gándara solía ser un paraje que nucleaba una población atraída por una empresa láctea que daba vida al lugar, tanto por las familias que vivían allí como por la cantidad de personas que la circulaban diariamente para trabajar en la fábrica. Pero ese año, la empresa cerró sus instalaciones, dejando un tendal de desempleados que debieron migrar lejos, lo que hizo que el paraje se convierta en una sombra de lo que había sido. Hoy, no viven allí más de 15 o 20 familias, aunque se ven solamente unas pocas casas. Como muchos ambientes rurales, no tiene ningún lugar a los alrededores donde la gente pueda reunirse a tomar algo, comer algo, tomar un café o simplemente descansar. Hasta ahora.
Una de esas familias es la conformada por Virginia Costa Soto, Sebastián Cappiello y su pequeño hijo León. Virginia y Sebastián decidieron instalarse en Gándara en noviembre de 2020, después de encontrarse desamparados en la ciudad.
"Ambos somos azafatos y cuando la empresa LATAM se fue de Argentina en 2020 nos vimos sin laburo, como otras 700 personas, y sin poder ejercer porque casi no había vuelos por la pandemia. Ahí fue cuando pegamos el volantazo de querer vivir acá, en un terreno familiar que era como una casa de fin de semana de toda la familia cuando yo era chica", afirma Virginia.
Efectivamente, su primera apuesta fue instalarse y además apostar por el ecoturismo, construyendo una pequeña cabaña para alquilar en un tiempo donde las restricciones por la pandemia estaban valorando las posibilidades de un turismo más tranquilo, sin grandes concentraciones de gente y desconexión.
Desde que comenzó a funcionar su pequeña posada, no tuvieron un solo día libre. "Nos empezaron a pedir más cabañas, nosotros habíamos hecho una para cuatro personas y la gente nos pedía una más, una de dos, una de seis. Con lo que nos quedaba de la indemnización nos alcanzó para hacer una muy chiquita, para dos o tres con un chiquito. Una vez que la inauguramos, era tener todos los fin de semanas ocupados", afirma.
Como observaron que había una demanda de más cabañas, así fue también como Virginia se dió cuenta que el fin de semana el paraje tenía un movimiento importante. El "centro" de Gándara, su lugar de mayor movimiento, es alrededor de la estación de tren, donde la gente llega con su heladerita, o se baja desde el auto con su perro y se pone a tomar mate al costado de la ruta. Victoria y Sebastián, como muchos aledaños, también lo hacen constantemente.
"Un día me paré ahí con Seba y le dije acá hay que poner algo. Esta gente no tiene un baño, no tiene agua para el mate, incluso estar acá al costado de la ruta es peligroso. Necesitan un lugar donde estar tranquilos. Y ahí empecé con mis ideas locas de vos imaginate si pudiéramos poner un restaurancito, qué lindo sería. Lo que me dió la pauta fue un día que vinimos, a modo de prueba, a vender comida casera que habiamos hecho, con algunas bebidas. Vendí hasta nuestro almuerzo. Y ahí dije acá hay que poner algo", afirma.
A partir de ese momento comenzó un proceso que duró casi tres años, donde Virginia convenció a sus familiares, dueños del terreno donde se encuentra el ex restaurante de la fábrica lechera, de que le vendan o le alquilen el espacio para transformarlo. Hoy, ese comedor que llegó a albergar de 300 a 500 obreros está en reconstrucción, para convertirse en La pulpería.
"Todo esto, incluido el restaurante, para mí es un lugar muy familiar, porque lo gerenteban mis padrinos que tenían dos hijos que eran como primos del corazón míos y de mi hermana, entonces pasábamos muchos fines de semana ahí y nos hemos quedado a dormir mil veces, es como el patio de juegos de mi infancia. Entonces para mí verlo destruido, con el techo caído todo lleno de moho y que la gente se haya robado cosas, rompa vidrios por deporte te duele un poco. Cuando lo abrí, me paré adelante y le dije "te voy a volver a abrir" para mí fue como un desafío. Tiene que ver también con mi propia historia, no es solamente darle un lugar a Gándara, es volver a verlo brillar, al espacio y a la historia del lugar", afirma.
Desde su Instagram Pulpería Gándara mantienen al tanto a sus seguidores de la puesta en valor del espacio, que planea su apertura para 2024. Su idea es ofrecer “un servicio muy simple, de cafetería rural” en una “pulpería moderna”.
"Me gustaría realmente poner a a Gándara en el mapa en ese sentido, como que no venga nada más para saber qué hay e irse con la foto triste del monasterio todo roto. Quiero que puedan decir si la pasé bien, comí, charlé con gente, hablé de la historia del pueblo y me parece que para eso estamos haciendo esta transformación", afirma Virginia.
Mientras avanzan para tener todo listo para el próximo verano, la gastronomía que plantean para recibir a propios y a turistas la piensan muy sencilla. No habrá platos complejos, aunque sí apuntan a la simpleza. Además, la solución es replicar el método que usan para restaurar el comedor: sacar provecho de lo que tienen a mano. Además de nutrirse de productos de emprendedores locales.
Esto ya se siente en la última acción que tuvieron para con ellos la gente de la marca de medialunas Atalaya, que decidió donarles toda su vajilla, mesas y sillas viejas que tenían abandonadas en un galpón, para que tengan una nueva vida.
"Para mí fue muy emocionante, me largué a llorar ahí con uno de los dueños mientras me lo decía, y ni lo conocía. Se me caen las lágrimas de emoción porque yo me crié ahí adentro, y ahora esas mesas en vez de estar haciendo nada van a tener una vida nueva acá, sin gastar nueva madera para hacernos unas nuevas nosotros", afirma Virginia.
La última actualización de las redes sociales de la dichosa pulpería fue su flamante barra nueva, que le otorgó ya al espacio el carácter justo entre simplicidad e importancia, al igual que el gesto de otorgarle a una comunidad ruralizada un espacio donde beber, reír. Como dice un slogan muy conocido que nunca hay que subestimar: regalar, de una vez por todas, el sabor del encuentro.