Cuando Carolyn Merchant escribió La muerte de la naturaleza no se hablaba como se habla ahora sobre la crisis climática y la amenaza de la extinción no se sentía tan cercana. En los '60 ella era una investigadora fascinada con la física y las matemáticas, abocada al estudio del surgimiento de la ciencia moderna mientras participaba de luchas ecologistas contra los pesticidas. Publicó este libro en 1980. Recién ahora fue traducido al español, y su vigencia impresiona, así como también la potencia del enfoque. Fue un trabajo pionero en articular tres aristas: ciencia, ambientalismo y feminismo.
"Pensé en el título cuando estaba acampando con mis hijos un verano en Cañón Bryce. Las rocas parecían vibrantes y vivas como lo habían pensado los primeros habitantes, pero la mayor parte de la historia occidental desde el siglo XVII creía que estaban muertas", recuerda Merchant, nacida en 1936, filósofa e historiadora de la ciencia, profesora emérita de Historia Ambiental, Filosofía y Ética en la Universidad de California, Berkeley. El subtítulo del texto es "Mujeres, ecología y Revolución Científica".
Pasaron ya más de 40 años de su publicación y su autora mantendría el título. "La idea de que las rocas son inertes y sin vida ha hecho posible usarlas para carreteras y construcción sin preocuparse de que puedan dañarse", grafica, en un intercambio vía mail con Página/12.
La anécdota va al corazón del libro, editado aquí por Siglo Veintiuno, dentro de la colección "Futuros posibles", dirigida por Maristella Svampa. El núcleo es el contraste entre dos visiones de la naturaleza (que son, a la vez, dos visiones sobre la mujer). Porque, claro, la certeza de que se puede hacer con ella lo que uno quiera -en otras palabras, el extractivismo- tiene un comienzo. Y ese comienzo se da, ante todo, en el terreno cultural. En la batalla de las ideas.
Desde la Antigüedad hasta el Renacimiento se tomaba a la naturaleza como un "cosmos orgánico que tenía en su centro una tierra viva y femenina", incluso como una madre nutricia, lo que configuraba determinado marco de acción para el ser humano: había límites para meterse con ella. La autora hace un repaso muy detallado sobre las corrientes y utopías que se correspondieron con esta visión orgánica del mundo, en muchos casos planteos que entroncaban con una manera de pensar la sociedad.
Entre los siglos XVI y XVII todo cambió. Aquella construcción fue desplazada -no del todo, aclara la pensadora- por una concepción mecanicista del mundo. La naturaleza se volvió materia inerte. Había que controlar y dominar su carácter salvaje y caótico. Los procesos de mercantilización e industrialización instaurados por la Revolución Científica ubicaron tanto a la mujer como a la naturaleza en roles pasivos. Las contribuciones de los "padres" fundadores de la ciencia moderna -como Francis Bacon, William Harvey, René Descartes, Thomas Hobbes e Isaac Newton- son reevaluadas en estas páginas.
En la introducción para esta reedición, Merchant enumera tres aportes que se le atribuyeron a este recorrido de casi 400 páginas. Formuló "una de las primeras críticas relativas al problema de la modernidad, en especial la ciencia mecanicista y su cosmovisión". Marcó un camino hacia el "replanteo de la relación ética humana con la naturaleza por medio de un desplazamiento de las ideas de dominación", defendiendo una "nueva cooperación dinámica entre las personas y su ambiente". Se volvió un "clásico fundacional del análisis de la relación mujer-naturaleza", ubicado en el ecofeminismo.
En cuanto a este último punto, Merchant llamaba a liberar a ambas de estereotipos, a la vez que señalaba la conexión entre las intenciones y luchas de los movimientos feminista y ecologista. En respuesta a una pregunta al respecto, dice: "En muchas culturas donde el feminismo y las organizaciones de mujeres son cada vez más importantes fuera del hogar, ellas han asumido roles en organizaciones que ayudan a salvar el medio ambiente. Además, están desempeñando papeles cada vez más importantes en las políticas verdes, y en la creciente igualdad de mujeres y hombres en la economía y el gobierno".
Considera que "necesitan participar cada vez más en candidaturas a cargos políticos y en la organización de movimientos que se ocupen del cambio climático. Es para su beneficio y futuro, así como también para el beneficio de todos los seres humanos".
Las transiciones en la ecología europea, con el abandono del modelo de la granja como base de la economía agraria y el arrasamiento de bosques y humedales; la bruja como símbolo de la violencia de la naturaleza; los roles productivos y reproductivos de la mujer; ideas de filósofas feministas, como Anne Conway; un capítulo dedicado a Leibnik y Newton componen también el lúcido análisis de Merchant.
"Hoy en día se supone que la Naturaleza está formada por átomos y moléculas no vivos junto con seres vivos. Los seres vivos deben cuidarse, mientras que los no vivos pueden ser utilizados por los seres humanos para construir cosas como carreteras, puentes, casas y fábricas", describe. "Tanto la conservación como el uso de la naturaleza son esenciales para la supervivencia, pero necesitan ser regulados a través de leyes, ciencia y tecnología", postula.
Y concluye: "Las tecnologías de energía limpia, la conservación de bosques, aguas y suelos, la restauración de suelos fértiles y praderas mediante la aprobación de leyes y la compra de tierras contribuirán a la supervivencia del planeta. Las fuentes de energía renovables y el reciclaje de productos y residuos también son muy importantes". "Urge una nueva alianza entre los seres humanos y la tierra", escribió para una reedición de 1990. Podría haberlo escrito también ahora.