La historia de la Argentina está plagada de tragedias, dramas e injusticias. Si se remonta a la década del 30 eso ya era notoriamente visible: vale recordar que el golpe encabezado por el general José Félix Uriburu significó la persecución de diversos sectores, entre ellos los anarquistas. No te olvides de mí, ópera prima de Fernanda Ramondo, es una ficción ambientada en esa década, en la que Leonardo Sbaraglia compone a Mateo, un inmigrante de origen italiano y de ideas anarquistas. Mateo fue encarcelado por “disturbios al orden público”, y hace unas semanas salió en libertad condicional. Cuando vuelve al ruedo, este hombre pretende recuperar a su gallo “El Rey” –a quien llevaba a practicar riñas–, cueste lo que cueste. En el camino por la llanura pampeana, con su camioneta y unas gallinas, Mateo se topa con Aurelio y Carmela, dos hermanos que buscan a su padre. Sin rumbo fijo que lo ate a un destino cierto, este hombre anarquista decide acompañarlos hacia el Sur. Justamente, la idea de una historia que bordea la inmigración le llegó a Sbaraglia cuando todavía vivía en España: la propuesta se remonta a 2005, pero una década después pudo concretarse. “Me encantó y me pareció una historiadora conmovedora y necesaria. Y me resultó uno de los mejores guiones que leí en mi vida”, resume el actor en la entrevista con PáginaI12.
–¿Cómo fue el trabajo de composición de esta suerte de cowboy solitario?
–Lo fuimos encontrando con Fernanda. Te hacen interpretar a personajes históricos y, prácticamente, no tenés ninguna referencia de lo que es esa identidad. Hay algo de esa identidad en la que tratamos de encontrar en ella a un tipo trabajador, que se había hecho con las máquinas. Y, al mismo tiempo, es un tipo que con su propio cuerpo se tiene que ver con ese sentimiento de rebeldía frente a la cosa automatizada.
–A lo que se impone como orden, ¿no?
–Exacto. Fuimos encontrando varias referencias, como algunas películas italianas. Hablamos de Rocco y sus hermanos y de Obsesión, de Visconti. También vimos La Strada, de Fellini. Fueron referencias. Después, fui a visitar diferentes fábricas de hoy día, como para entender cierta cabeza que, de pronto, en lo urbano o en el mundo actual es más difícil de encontrar.
–Hay todo un tema con el sentido de la libertad que tiene el personaje, pero para usted, ¿qué es la libertad?
–Es algo que me lo sigo preguntando. La libertad y la idea de la relación con los propios deseos, con la propia vida de uno y con la identidad son preguntas que uno se hace por siempre. Me parece que no tiene respuesta. La libertad se va construyendo y uno se va acercando o alejando acorde a los vínculos sociales y laborales que vaya teniendo. Esas condiciones van cambiando todo el tiempo. Hay momentos del mundo y del país que te acercan más a un sentimiento no individual o particular sino a uno colectivo, bajo la idea de poder realizar o acercarse a las cosas que uno quiere realizar.
–No te olvides de mí es una película de época con su personaje, un anarquista que, por sus ideas, tuvo más de un problema con la ley. ¿Qué piensa usted del anarquismo? ¿Rescata algunos de sus principios?
–En el 98 o 99, con Luis Puenzo estuvimos a punto de hacer una historia basada en el libro de Osvaldo Bayer sobre Severino Di Giovanni. Un conflicto interno entre Bayer y Luis, del cual no podría hablar, lo perjudicó un poco. Yo no iba a hacer de Severino sino de Paulino Scarfó, el hermano de América Scarfó, a quien tuve la suerte de conocer.
–¿Cómo fue eso?
–Estábamos preparando ese proyecto, fui a la casa, charlamos y ella estaba muy entusiasmada con que yo interpretara a su hermano. A Paulino lo fusilaron en el año 30, apenas se produjo el golpe de Uriburu. Fusilaron a Severino Di Giovanni junto a Paulino Scarfó. Me conmovió mucho el libro de Bayer y todo lo que he leído en su momento en relación al anarquismo; no solamente en relación al anarquismo sino a todo el movimiento libertario de principios de siglo XX. Yo creo que se generó una gran confusión y un relato que taponaron y que confundieron arriba de eso las dictaduras, los militares y todo el proceso capitalista que asesinó y masacró a millones de personas a principios del siglo XX, justamente como si fueran movimientos contrarrevolucionarios: desde las Guerras Mundiales, el proceso nazi o el de Mussolini o las Ligas Patrióticas en la Argentina. Lo poco que yo sé es que se ha masacrado a todo un movimiento. Estudié en su momento libros, como el de Rosa Luxemburgo y todo el pensamiento socialista y era maravilloso porque era un mundo donde no hacía falta un pasaporte para moverse de un lugar a otro. Después, los países se fueron construyendo en empresas de sí mismos, algo que, al menos en todo el mundo occidental, lo vivimos como un orden natural, pero no es un orden natural sino que es una construcción muy sofisticada que se sigue sofisticando. Y se argumenta con mucha confusión. Se ha creado mucha confusión en relación a lo que es la violencia o la no violencia, que ha sido como esa especie de falsa pregunta, como si fuera una dicotomía. En realidad, era tan violento lo que sucedía desde el orden predominante de los gobiernos que para parar un orden violento solamente puede hacerse con fuerza. Si no, te aplastan.
–La diferencia es que de un lado se busca la justicia y del otro se promueve la injusticia, ¿no?
–Sí, claro. Y la exclusión y un orden de las cosas, donde el movimiento de clases sea absolutamente estratificado; es decir, que no haya ningún movimiento: que los ricos sean cada vez más ricos y que los pobres sean cada vez más pobres.
–¿El inconformismo social siempre es silenciado por el poder?
–No, me parece que los movimientos capitalistas y neoliberales que estamos viviendo hoy día en todo el mundo –por supuesto también en Argentina– no buscan solamente silenciar. Los métodos ahora son mucho más sofisticados. Es crear un enemigo, como si fuera crear un terrorista. En Estados Unidos, también se hizo mucho eso: aquel que se subleva es un enemigo peligroso y terrible, cuando en definitiva, sólo se trata de una lucha de clases. Los ricos quieren seguir sosteniendo su poder y para eso tienen que hacerlo crecer. El capitalismo no vive si no es fagocitándolo todo. Tiene que seguir dominando. No puede estar quieto sino que siempre tiene que estar en movimiento y en crecimiento. Por supuesto que puede tener infinitas caras para justificar o, al menos, para amansar a gran parte de la población y que esa gran parte no se rebele frente a ese plan que es de muy pocos.
–No te olvides de mí es también una película sobre los sentimientos que se generan entre estos tres seres. ¿Cree que, como dijo la directora, es una película humanista?
–No sé, pero es una película que habla justamente de personas como Mateo, que hoy en día siguen habiendo. Ese tipo de ser humano ha perdido la batalla, está del campo de los perdedores en el mundo actual. No es lo que predomina pero, sin embargo, y, por suerte, hay muchas gente que es así, con ese sentimiento humanista, solidario, que en lo micro y en lo macro puede defender ese mismo sistema moral y solidario. Como decía Tanguito: no todo se vende ni se compra.
–La película es, tangencialmente, la historia de un inmigrante ¿Se sintió identificado en ese punto por su propia experiencia?
–Por suerte, en mi caso no fue como podría haber sido en la época de la dictadura. Igual, fue un poquito antes de hecatombe de 2001. En 1996, se estrenó Caballos salvajes en España y en diferentes partes del mundo y me empezaron a ofrecer mucho trabajo en España. A partir de ese momento, tomé la decisión de tener la posibilidad de trabajo que me parecía fascinante en otro país. Podría haber sido Estados Unidos, Francia, pero en España se dieron las condiciones y terminó siendo allí. Me encantó, viví ocho años en ese país, donde nació mi hija y sigo teniendo ese vínculo con España. Acabo de estar seis meses allí porque estuve trabajando y me vuelvo en noviembre. Por suerte, no tengo que dejar mi casa acá. En su momento, me fui y un poco después pasó el 2001 en la Argentina y, entonces, la lógica era que me quedase allá.
–Aun así, ¿cómo se vive el desarraigo?
–Es dificilísimo. Los dos primeros años son de mucho entusiasmo porque estás aprendiendo una nueva cultura, estás excitado con ese viaje y después empezás a extrañar. Yo tenía la suerte de poder venir una vez al año a la Argentina. No es que dejé de venir sino que estaba todo el tiempo en contacto.
–Usted es un actor que trabajó y trabaja en películas independientes y cine de autor como así también en producciones más grandes. ¿Qué es lo que más tiene en cuenta a la hora de elegir una participación?
–Fundamentalmente, que la historia me conmueva. El tema es que hay momentos en los cuales te podés dedicar más a películas que solamente tenés ganas de hacer porque te “mató” el guión. En realidad, hace muchos años que no hago una película que no quiero hacer. Muchísimos años. Por supuesto que hay guiones que te pueden gustar un montón y otros que te pueden gustar un poco menos, pero que te gustan. En ese sentido, es una suerte tener la posibilidad de que me ofrezcan cosas que me gustan. Tiene que ver con eso. De pronto, hay una película que te encanta y no la podés hacer porque hay otra que te gusta más y, además, te pagan más.
–Usted parece ser un actor sin prejuicios a la hora de elegir sus participaciones, ¿no?
–Lo veo más por el lado que las propias películas le van contando a uno. No me siento un actor que trabaje para otros. Yo trabajo para mí. Y trato de que lo que hago sea parte también de mi propio lenguaje, de mi propia construcción como actor, como persona y, sobre todo, lo que estoy transmitiendo y contando. En treinta y pico de años que llevo en mi profesión nunca he dejado eso de lado. Me pude haber equivocado, me pudo haber salido mejor, peor, hay películas que pude no haber hecho, pero algo que me ha ordenado toda la vida fue tratar de hacer lo que me gusta y que eso sea un conjunto, que esas películas me cuenten a mí también, que sean parte de lo que yo creo, de lo que quiero hacer, de lo que quiero transmitir y de lo que quiero aprender. Por ahora, no digo que tenga una carrera intachable porque uno ha hecho un poco de todo pero al menos siempre me criterio se ha movido por ahí.
– Haciendo la analogía con su personaje Mateo, que es un hombre que, de alguna manera, se enfrenta a un mundo que cambió, ¿cómo se enfrenta usted a la Argentina que cambió?
–Con paciencia. Hay que tener mucha paciencia y seguir confiando en la democracia. Hay gente que destruye. Uno tiene que seguir construyendo. Hay gente que sólo se ocupa de destruir o de construir para unos pocos. Uno tiene que seguir construyendo para uno y para todos. Esa es la gran diferencia. La gente que está del lado de uno construye para uno y para todos. Y hay otro grupo de gente que construye sólo para sí. Entonces, bueno, uno tiene que seguir construyendo para todos, creando, inventando cosas y no destruyendo. Y ahí seguiremos, si nos dejan.