Cristina Vázquez tiene 35 años y hace 9 está presa en la única cárcel de mujeres de Misiones. Desde los 19, cuando estaba terminando el secundario, la justicia de Posadas la involucró, sin pruebas, en una causa por homicidio y terminó convirtiéndola en asesina. “Me condenaron por ser mujer y pobre, por prejuicios, porque fumaba marihuana y tenía materias previas”, dice Cristina a PáginaI12, en el despacho de la directora del penal de Villa Lanús, en las afueras de la capital provincial, donde conversó con este diario. En los años que lleva privada de libertad, se le fue endureciendo la mirada, cuentan quienes la conocen desde antes. La sentencia que la condenó a prisión perpetua dice que llevaba un “estilo de vida promiscuo y marginal”, es “mentirosa” y no ha terminado el secundario. La acusaron a ella, a otra joven y a su pareja por ser amigos y “consumir drogas”. No hay rastros, ADN ni huellas de ninguno en el lugar del hecho. Pero sobre todo Cristina pudo probar que se encontraba a 8 kilómetros de su casa, en la localidad de Garupá, con una familia amiga, cuando mataron a su vecina. “El caso es gravísimo. El procedimiento judicial está plagado de irregularidades”, denunció a este diario Indiana Guereño, coordinadora del Observatorio de Prácticas del Sistema Penal (OPSP) de la Asociación Pensamiento Penal (APP), que se enteró del caso hace tres años, por dos amigas de Cristina, y desde entonces está peleando por su libertad. “Esperamos que la Corte Suprema de la Nación, cuando le vuelva a llegar la causa, absuelva conforme los parámetros del fallo de Fernando Carrera”, apuntó Guereño. El caso de Cristina refleja la cara más sexista de la Justicia, que falla cargada de prejuicios de género y sin evidencias.
Guereño es como el hada madrina de Cristina. “A veces la llamo a Indiana llorando, diciéndole que no aguanto más”, cuenta la joven encarcelada. Conoció a la abogada en persona en noviembre, cuando viajó para visitarla. Hasta ese momento, se conocían por teléfono.
“A partir del análisis pormenorizado del caso, que hicimos desde el Observatorio, podemos decir que Cristina está condenada a prisión perpetua por un hecho que no cometió. Se la condena sin pruebas por ser mujer, joven y sin recursos”, afirma, convencida, Guereño. Su causa, dice, es un compendio de pésimas prácticas que terminaron arruinándole la vida a una chica inocente.
El expediente está ahora en el Superior Tribunal de Justicia de Misiones. Sus jueces deben decidir si conceden el recurso extraordinario contra la segunda confirmatoria de la condena. Si lo rechazan, Cristina llegará a la CSJN en queja, adelanta la abogada.
El homicidio que le plantaron a Cristina ocurrió el sábado 28 de julio de 2001, cuando ella tenía 19 años. Vivía con sus padres y otra hermana en Posadas. La víctima fue una vecina del barrio, que vivía a cuatro casas de la suya. La mujer fue encontrada muerta en su hogar con golpes en todo el cuerpo. Se presume que el ataque se produjo entre las 21 y las 22. La alarma de la vivienda no se activó ni las entradas fueron forzadas. La última persona que fue vista con la señora fue un electricista que estuvo haciendo reparaciones hasta las 21.30 y un testigo asegura que se fue “raudamente” del lugar. También dice que vio cómo el gato de la mujer salió repentinamente como disparado del patio hacia la calle segundos antes. Esto es importante porque la mujer fue encontrada cerca de la puerta de salida al patio. No obstante, no se siguió esa pista. Tampoco se investigó a los familiares y conocidos, dice el informe que elaboró el Observatorio, después de analizar todo el expediente judicial.
La pesadilla
A los días del hecho, la policía golpeó a la puerta de la casa de Cristina. Se la acusaba de haber robado y matado a su vecina, junto con una conocida y su novio. Su nombre surge en el expediente recién en la foja 82 sin motivo ni fundamento alguno, dice Guereño. Al tiempo se presentó una mujer en la causa diciendo que un hombre “andaría” vendiendo joyas que pertenecerían a la víctima. Ese hombre sería Ricardo Jara, pareja de Cecilia Rojas, conocida de Cristina. Los tres fueron condenados a prisión perpetua. Sin embargo, aquella mujer solo declaró una sola vez durante la investigación. En todo el proceso no volvió a declarar ni se presentó en el juicio oral a explicar en detalles lo que dijo. Tampoco aparecieron las joyas ni persona alguna que pudiera verificar esa versión.
Los que sí fueron a declarar al juicio oral, con todos los nervios y riesgos que eso implica –porque una persona cuyo testimonio se considera falso puede perder su libertad– fueron Celeste García y Pedro Oyhanarte, señala Guereño. Ambos declararon que, la noche del hecho y todo el día siguiente, Cristina estuvo con ellos en una granja hogar a ocho kilómetros del lugar. Celeste es amiga de Cristina y Pedro, su padre. “A pesar de la contundencia de los testimonios, el tribunal los descartó por considerar joven a la primera y mal padre al segundo. También se le quitó importancia a la declaración de un vecino que en el juicio oral sostuvo que vio pasar a Cristina junto a Celeste cuando se iban a la casa de esta última”, apunta Guereño.
–¿Cómo te sentiste en el juicio? –le preguntó a Cristina este diario.
–Los jueces fueron muy arbitrarios. Empezaron a hurgar en mi vida privada. Yo fumaba marihuana, iba a boliches. Decían que tenía una vida promiscua. Empezaron a juzgar eso. Pero jamás buscaron la verdad. ¿Quién mató a la señora? –dice la joven, con una mezcla de bronca y resignación.
En la escena del crimen no hay rastros ni huellas de Cristina. Diez pruebas científicas avalan que ella no tuvo relación con el hecho. Tampoco hay testigos directos que acrediten su culpabilidad. La propia sentencia condenatoria lo admite cuando afirma que no hay pruebas suficientes sobre su participación en el hecho (textual de fojas 74, 81, 84 y 86 de la sentencia condenatoria). “A pesar de ello, el tribunal construye la culpabilidad de Cristina Vázquez en base rumores, cargados de prejuicios de género y de clase”, destacó la abogada.
En base a un juicio moral se le endilga a Cristina tener un estilo de vida “promiscuo y marginal”, ser “adicta a la marihuana”; “tener como modo de vida cometer delitos contra la propiedad para obtener dinero a los fines de adquirir –entre otros– estupefacientes y, así, satisfacer sus adicciones” –Cristina no posee antecedentes penales–; tener padres desinteresados; ser “mentirosa”. “De esta forma se construyó una imagen negativa, haciéndola quedar como una joven desinteresada, sumida en el mundo de las drogas y sin familia presente, capaz, según los parámetros de los jueces, de matar a una vecina para satisfacer su ‘adicción’. Se la juzga desde la imagen de mujer joven que los jueces y juezas trazan desde su despacho, cuando lo que se debía juzgar era una acción, que, por otra parte, no se probó”, denunció Guereño.
De hecho, la condena se basa en lo que un testigo supuestamente dijo en el año 2005 en la instrucción. Según esta persona, que en el juicio oral declara no recordar haber tenido conversación alguna con Cristina y haber sido arrestado para ir a “declarar”, ella le habría “confesado el crimen” en “una noche de drogas”. Este testimonio de instrucción fue valorado en la sentencia condenatoria y en las confirmatorias como la principal prueba de cargo para fundamentar la culpabilidad de la joven, sin valorar que los dichos carecían de entidad suficiente como para fundar una condena: “me dijo en la cama que estaba preocupada porque la vieja estire la pata” y que, además, fueron desconocidos por el propio testigo en el juicio oral.