Hará tres semanas el sentido común predicaba que las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) serían un perdedero de tiempo, con baja participación. Desde el domingo cunde una sensación inversa: fueron la votación definitiva, la de octubre será un trámite ratificatorio (la escribanía, que se mudó del Congreso al cuarto oscuro).
Se incorporan al debate viejos vocablos, arrumbados por un relativo desuso: “hegemonía”, “reelección” las más resonantes. Los hay interesantes, tanto como para dejarlos para notas futuras.
El contrato (de adhesión) para la lectura de esta columna estipula restringir las simplificaciones, dosificar las profecías en especial las de largo plazo. Y diferenciar la gravitación del (tentativo) 35,90 por ciento que consiguió Cambiemos según de qué se hable.
El porcentual bastó y sobró para conseguir una victoria rotunda con impacto sobre el escenario político actual, la votación de octubre y los próximos dos años. Pero es incorrecta la metonimia que confunde a la parte con el todo, equipara a la primera minoría con la mayoría absoluta y hasta con la síntesis del conjunto social. Cuando menos, debe ser puesta en cuestión.
Se han usado ya los vocablos “según” y “pero”. El contrato de lectura agrega que se repetirán más de una vez, acaso tantas como “aunque”. Y una más, para matizar vaticinios apodícticos: “depende”.
Vamos por orden, empezando con lo corroborado.
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Un largo tercio poderoso: Se ignoran, tal vez hasta fines de la semana entrante, los guarismos exactos de las PASO. La manipulación del escrutinio provisorio en Buenos Aires deja vacante comprobar lo que parece clavado: la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner venció por estrecho margen en la elección de senadores. El Gobierno birla un dato relevante aunque de ningún modo define qué fuerza se quedará con las dos bancas de senadores para la primera minoría y cual con una. Sí da la impresión de estar resuelto que son dos y solo dos las que dirimen: Cambiemos y una de las vertientes del peronismo. Como sucedió en abrumadora mayoría de las provincias.
El politólogo Andrés Malamud resaltó una de tantas evidencias dejadas de lado: ese bipartidismo rigió en casi todos los distritos. Cambiemos y la fragmentada oferta de peronismos salieron primeros o segundos en 23 territorios. Las referencias numéricas generales las hacemos sobre las elecciones para diputados.
Solo en cinco provincias, terceras fuerzas superaron el quince por ciento: Chubut, Neuquén, Salta, Tierra del Fuego, Río Negro. Agreguemos que apenas en la última provincia hubo cuatro competidores por encima de esa valla, más bien baja. El quinteto podría llegar a sexteto si se redondeara a más el 14,78 por ciento que congregó 1País, el partido de Sergio Massa, en Buenos Aires.
Se reprodujo un fenómeno, hijo de la crisis integral de 2001. La coalición que habita la Casa Rosada es la única con implantación nacional. Desde 2005 y hasta 2015 el Frente para la Victoria (FpV) contó con esa herramienta, que pasó a manos de Cambiemos dos años atrás. Bien escribe el politólogo Julio Burdman en Anfibia.com: “La Presidencia es la mejor herramienta de construcción partidaria nacional. El Ejecutivo, dicen algunos sin eufemismos, es el partido político nacional argentino”.
El que gobierna está en posibilidad de imantar adhesiones en toda la Argentina por fuerza gravitatoria. Los partidos provinciales, cuando les va bien, sólo son torazos en su rodeo, se esfuman allende las fronteras. Más allá de leyendas urbanas sobre Ligas de gobernadores, solo se confederan cuando los atrae o tracciona un liderazgo nacional.
Cambiemos se impuso en cuatro de las cinco provincias que gobierna. Goleó en tres, solo en Jujuy disminuyó sensiblemente su caudal. La quinta, Buenos Aires, está en veremos. Y avanzó sobre territorios ajenos, algunos de modo espectacular (Córdoba), otros en menor proporción (Santa Fe). Batió a gobernadores peronistas de todo pelaje (San Luis, La Pampa, Santa Cruz).
A su turno, el kirchnerismo quedó primero en provincias adversarias: Santa Fe, Tierra del Fuego, Chubut, Río Negro. Solo en ésta por un gap que asoma como indescontable dentro de dos meses.
La gravitación del número en una competencia se redondea con los de los adversarios. Cambiemos ganó también (subrayamos “también”) merced a la dispersión de sus adversarios prefijada en el armado de las listas que se potenció porque muchos perdieron “en fila india” a menudo en condición de locales.
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Sintonía (fina) inconclusa: En sentido amplio, el veredicto del 13 de agosto asoma como altamente predictivo del resultado de octubre. Nada está escrito en la piedra pero… De cualquier modo, recién dentro de dos meses se dirimirán las bancas en el Congreso nacional y en varias Legislaturas provinciales
Falta un dato clave del domingo, en Buenos Aires. El “apagón” informativo es una vergüenza que pesa en la mochila del Gobierno.
El desempeño de la ex presidenta sigue siendo central en el nuevo contexto. El desenlace está abierto. La gravitación es cualitativa además de cuantitativa: hay en juego mucho más que la tercera banca.
Las proyecciones efectuadas por analistas y medios, incluyendo a PáginaI12, son útiles y orientadoras. Pero los números estrictos y decisivos surgirán de otra compulsa.
Para Diputados el conteo es complejo , merced al sistema D’Hondt. Variaciones pequeñas pueden modificar el reparto en favor o detrimento de alguna de las dos coaliciones o de una tercera. La traslación a bancas debe estudiarse caso por caso: la punta no garantiza, de cajón, más escaños que el segundo. Depende de cuántos se renuevan y de las diferencias entre las listas
Algo semejante aplica al interrogante de “quién ganó” en número de votos en cada provincia.
El cuadro general y los 24 locales cambiarán. La composición del Congreso, la dendeveras, diferirá de la virtual que disponemos ahora. Imposible decir cuánto, anticipemos una hipótesis sensata: más que nada, menos que muuucho. En general…
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El voto migrante: Los precedentes corroboran que hay migraciones de preferencias entre las PASO y las elecciones generales. El padrón se reconfigura, los votantes utilizan el recurso de “moverse” tácticamente. Massa 2013 y María Eugenia Vidal disfrutaron tales mudanzas en 2015, Daniel Scioli las sufrió en la segunda vuelta, ese año.
Las campañas trabajarán para conservar, re-polarizar, debilitar a quienes salieron terceros o más atrás. Tema para otras notas, que dejamos pendiente, de momento.
Aumentar la alta participación (que no fue homogénea en todos los distritos) del domingo no será sencillo, en general. Está muy cerca de los techos históricos.
Es aventurado suponer que quienes no participaron son un conjunto muy diverso al resto del padrón. De ordinario, se corrobora que acostumbran a repetir las tendencias de los demás ciudadanos.
Por imperio del umbral del 1,5 por ciento hay personas que están impedidas de repetir su voto: las boletas del partido que acompañaron no estarán en el cuarto oscuro. En el total general suman 705.969 ciudadanxs , un numerito tan tentador cuan difícil de identificar en las campañas para hacerles “cuerpo a cuerpo”. En Buenos Aires trepan al 4,5 por ciento de los votos emitidos: 359.300 agujas humanas en un pajar. Seducirlos es un desafío, para candidatxs y militantes.
El resto es laburo político para todas y todos. Según el manual, los ganadores atraen, los perdedores son mancha venenosa. Quienes gestionan ejecutivos – gobernadores e intendentes– disponen de más recursos para mover voluntades. En ciertas provincias (Chubut, Neuquén, Tierra del Fuego en especial) el Ejecutivo local quedó segundo por diferencia escasa, conservan probabilidades de remontar. Hay ejemplos de comicios previos que les pueden insuflar esperanzas. Pero el manual reseña asimismo excepciones en el pasado y no garantiza nada.
Bajando más a tierra, los intendentes se valen de astucias o defecciones para preservar sus reductos cuando el referente provincial tiene pinta de perdedor. Lo abandonan, cortan boletas, reparten la propia con la de otros partidos, más taquilleros.
Consultamos a los conocedores de los Conurbanos cuanto mueven la aguja tales manejos. Las interpretaciones son sumamente variadas. Mucho, poquito… en cualquier caso más que nada.
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La Matanza no es Perico: La diputada Elisa Carrió quedó a una uña de la mitad de los votos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y se impuso en todas sus comunas. Si se aguza la mirada se disciernen diferencias entre las zonas más opulentas y las más humildes pero la homogeneidad prevalece. La apoyó un espectro poli clasista.
Salvando sensibles diferencias, algo por el estilo se trasunta en las goleadas con más del cincuenta por ciento en Formosa y en Tucumán, una de las provincias más pobladas.
Son, mayormente, excepciones. La traza de las preferencias denota un sesgo social: discierne entre las poblaciones con menores niveles de ingresos y mayores de informalidad versus el resto.
Un componente de clase marca diferencias contundentes entre el Conurbano y el Interior bonaerense. El cómputo global es cabeza a cabeza, en Florencio Varela Cristina se impuso por 49 a 22,6 por ciento. En La Matanza fue 46,7 a 24,5. Son partidos superpoblados, no villorios. Comprenden barrios o ciudades “de clase media” que no alcanzan a compensar a la mayoría.
En el Interior las proporciones se invierten. Traducir si se trata de un voto por motivaciones económicas o por pertenencia de clase es un ejercicio imposible, al menos para este cronista. De todos modos, la estructura social incidió en las decisiones ciudadanas. La variable no es única, todo es multicausal y dialéctico en las viñas del Señor.
Un mapa de la zona núcleo, sojera, revela una primacía mayor de Cambiemos. Los beneficiarios de la quita o supresión de retenciones retribuyen el beneficio. El clientelismo VIP también existe y “garpa”, claro que mencionarlo queda feo.
Distinciones de clase, de territorios se conjugan con las etarias, cuyo quantum, basado en encuestas, es menos preciso y fiable aunque innegable. Los jóvenes acompañan más a UC que los mayores de 60 años.
El monocausalismo “cultural” puesto súbitamente de moda simplifica al mango. No se expresó un vasto acompañamiento a la ideología, el credo o el imaginario (usted elija o combine) del macrismo. Los dos tercios que se inclinaron por otras opciones son, casi unánimemente, opositores cabales. Podrían quedar afuera expresiones díscolas del radicalismo como las que convoca el ex embajador Martín Lousteau en la CABA o Jorge Boasso en Santa Fe. El resto, casi la totalidad, se pronunció contra el Gobierno.
Volvamos a diferenciar la aritmética electoral de la política: no son un colectivo político unido.
Extrememos el punto: muchos también se oponen a CFK férreamente, hoy en día. Quizá voten en defensa propia pero se inclinan por otras banderías. Cambiemos sigue sacándole jugo a la táctica de mostrarse como “opositor a la oposición”, según la simpática frase del periodista Martín Rodríguez.
Nadie es dueño de los dos tercios opositores, Cambiemos posee un capital más sólido y potente.
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Ofensivas y defensas civiles: El triunfo de Cambiemos entusiasmó a la capciosa City porteña que celebró, volviendo a pedalear la bicicleta financiera.
Las ínfulas del ganador acicatearon una maniobra ilegal en el Consejo de la Magistratura para forzar el jury al juez Eduardo Freiler. La tramoya contó con la imprescindible complicidad de la Corte Suprema de Justicia. El oportunismo del presidente Ricardo Lorenzetti no es, ni por asomo, una novedad de esta semanita. Su jugada fue la enésima manifestación de la vocación pro cíclica en materia política del Poder Judicial.
El oficialismo se apresta a retomar ofensivas contra la Procuradora Alejandra Gils Carbó, contra jueces que sentencian con apego al Derecho del trabajo. Las Reformas laboral y jubilatoria, regresivas al mango, se sacan del cajón.
La política económica acaso pase de su etapa autodenominada gradual al shock exigido por las grandes corporaciones empresarias.
La dinámica política desde diciembre de 2015 revela que las tropelías del oficialismo solo encuentran límites en las réplicas de la sociedad civil (mayormente) y, en ocasiones, del Congreso o la oposición política.
Con eficacia y asiduidad, movilizaciones retardaron o mitigaron iniciativas de derecha dura, a menudo ilícitas o inconstitucionales. Pensamos en los tarifazos sin audiencia previa, los amagues de cambios en la legislación laboral, el 2x1 para represores urdido en las sombras del cuarto piso de Tribunales. Hasta la perversa prisión domiciliaria concedida a Milagro Sala fue arrancada por la acción concertada de militancia social, organismos de derechos humanos y agencias internacionales.
El voto es la expresión más acabada de la participación democrática, sin agotar el repertorio. Las movidas en el espacio público signan la etapa de Cambiemos.
Cambiemos avanzó hasta ser una primera minoría consolidada, tal como explicó el sociólogo y consultor Eduardo Fidanza en “La Nación”. Se alzó provisoriamente con, más o menos, los mismos votos que lo auparon a la presidencia en la primera vuelta. No los acrecentó significativamente, al menos en esta ronda electoral, ni se le escaparon. Hablar de un plebiscito ganado es impropio, la integración del Parlamento lo explicita: primera minoría en Diputados, segunda minoría en el Senado. Ambas crecerán en proporción no determinada todavía.
El Gobierno ya apunta a ahondar proyecto y programa. ¿Construirá las mayorías parlamentarias que le permitan concretarlo? ¿Vencerá las resistencias sociales que se le pondrán en la vereda de enfrente? Depende de correlaciones de fuerzas, capacidad de alianzas y cien factores más. Uno preponderante, hoy traspapelado: la capacidad de las vertientes opositoras para reagruparse, generar una alternativa que convoque y sume.
Si el oficialismo avanza en sus objetivos declamados –bajar la informalidad, reducir la pobreza, combatir con éxito el narcotráfico– su porvenir será más promisorio. Si, como tantos pensamos, ahonda la desigualdad, la exclusión y el desmantelamiento del aparato productivo, la tendrá más difícil.
La magnitud del triunfo depende de las cifras reales de la votación de octubre. Al cierre de esta edición, se ignora parte del veredicto del domingo pasado.