Un hijo habla de su padre. Nada más antiguo, nada más actual. El padre, una especie de extranjero en el mundo del afecto, reticente a las caricias y a los besos, es el filósofo mexicano-catalán Luis Villoro (1922-2014), autor de obras fundamentales como Los grandes momentos del indigenismo en México y El sentido de la vida, que a los 75 años se fue a Chiapas para escuchar y acompañar al movimiento zapatista. El hijo, Luis Villoro, escribe una de las novelas más lúcidas sobre ese gran tema existencial y literario que suele ser la vida de los padres.
En La figura del mundo (Random House), el escritor mexicano logra condensar lo que aparece dibujado en la tapa del libro: un niño ilumina la sombra de su padre. En esa iluminación descubre que la pasión por el fútbol es un legado fingido por el padre y que fue en los estadios donde compartieron muchos domingos juntos, donde el padre pudo ser “más padre”.
Desde la trinchera de la ficción, Villoro (Ciudad de México, 1956) despliega una construcción que captura los pliegues de las tensiones entre pensamiento y escritura, condensada en una vieja disputa entre Camus y Sartre (para el padre Camus escribía mejor, pero Sartre pensaba mejor). La novela deviene una conversación con el padre y también con la madre, la reconocida psicoanalista Estela Ruiz Milán, a quien está dedicado La figura del mundo.
“Lloré como no había podido hacerlo en la funeraria, vencido por la emoción del niño ante la derrota, el niño que busca la mano de su padre para salir del estadio y sabe, por primera vez y para siempre, que esa mano ha dejado de estar ahí”, plantea el autor de notables novelas como El disparo de argón, Materia dispuesta y El testigo, con la que ganó el Premio Herralde en 2004, entre otras, además de las crónicas de fútbol Dios es redondo y Balón dividido. “Escribir se convirtió en una permanente carta al padre”, dice Villoro en la entrevista con Página/12.
Fútbol y utopía
-La novela De perfil, de José Agustín, te reveló que la vida mejora por escrito. ¿En qué sentido escribir La figura del mundo mejoró la vida de tu padre?
-Es una muy buena pregunta porque en la relación con una persona próxima hay asignaturas pendientes, cosas que no se dijeron. Este libro trata de entender a una persona que quise mucho, pero que se me escapaba con frecuencia, porque él era un ser reticente, blindado a las anécdotas, que no contaba mucho de su vida, que ocultaba sus sentimientos. Entonces no se trata de mejorar necesariamente a mi padre, sino de conocerlo. Siempre es un acto afectivo conocer al otro. A mi padre le gustaba mucho pensar que una persona podía encontrar en el caos de la realidad una figura secreta que definía esa realidad, una constelación de sentido. Entonces fue justamente lo que traté de hacer, buscar esa constelación de sentido que definiera a mi padre y a su época.
-En el capítulo “Filósofos en el estadio” queda claro que le debés a tu padre la pasión por el fútbol, sin ser él un hincha. Incluso recordás que publicó un ensayo muy pionero en el ‘74, “El fútbol y la utopía”. ¿Todo esto lo descubriste escribiendo el libro?
-Efectivamente, durante mucho tiempo pensé que él era un hincha y me llevaba al estadio para divertirse conmigo. La verdad era otra porque él estaba divorciado de mi madre desde que yo tenía 9 años, necesitaba una actividad para entretenerme los domingos, que era el día que pasaba conmigo, y cuando descubrió que me gustaba el fútbol, encontró una manera de compartir esas jornadas con su hijo. Cuando pude ir por mi cuenta al estadio, él me dijo: “ve con tus amigos”. En realidad no había ido al estadio por ser hincha, sino por ser padre, lo cual me parece más conmovedor. Esas son las revelaciones que le da la literatura al propio autor. Por otra parte, esas visitas a los estadios hicieron que mi padre reflexionara sobre el sentido lúdico del juego e incluso sobre su potencial rebelde antes que escritores como Osvaldo Soriano o Eduardo Galeano, que desde la izquierda reivindicaron el placer del fútbol. “El fútbol y la utopía” fue un texto pionero que yo no leí en ese momento, no me importó, yo era un hincha y nada más. Escribiendo el libro pude descubrir por qué me gusta tanto el fútbol: el lugar donde estuve más veces con mi padre fue en un estadio de fútbol; no hubo otro sitio donde yo conviviera tanto con él.
La descarada manera de llorar de Maradona
-En el libro aparece mucho la cuestión del llanto. Reconocés que lloraste demasiado “en un país donde el valor del llanto es bajísimo”. ¿Cómo explicás ese llanto?
-Las reacciones ante el dolor son misteriosas; yo tenía que organizar el funeral porque era el único de sus hijos que vivía en México, él era una figura pública conocida, iban a ir militantes de la izquierda, grupos zapatistas, exnovias, todo tipo de personas que yo tenía que atender en la funeraria. Entonces me contuve bastante, pero al regresar a casa y recibir un fax de la comisión directiva del Barcelona recuperé un trozo de infancia porque el Barcelona sabe de mi pasión por el fútbol, yo he estado muy asociado a ese equipo, he escrito mucho de fútbol. Como dijo Javier Marías, el fútbol es la recuperación semanal de la infancia. En ese momento establecí un contacto con ese niño que descubrió el fútbol a través de su padre y ahí hubo una condensación emocional muy fuerte. Todo lo que no pude llorar en la funeraria lo hice al recibir este fax. Yo crecí en una cultura donde los hombres fuertes no lloraban. Y esto por supuesto ha cambiado. Yo creo que Maradona tuvo muchas contribuciones a la cultura de masas, y tuvo una conducta no siempre positiva, pero dentro de sus contribuciones interesantes, más allá de sus prodigios en la cancha, está la descarada manera de llorar en público, la libertad para hacerlo.
-¿Estabas en el estadio Azteca con tu papá cuando Maradona hizo el gol de “la mano de Dios”?
-Sí, estaba con él en ese partido memorable en donde Diego metió el gol legal más maravilloso de la historia de los mundiales y el gol ilegal más maravilloso. Vimos juntos el partido. Los dos pensamos que había rematado con la cabeza; tiempo después escuché la narración de Víctor Hugo Morales que de inmediato dice: “a los ingleses hasta con la mano”. También vimos el mundial del 70 con Pelé. Mi padre, sin ser un hincha fanático como yo, disfrutaba de esos grandes partidos.
La vida secreta del padre
-En un momento encontrás en un cuaderno de tu padre unos poemas a una mujer llamada Teresa. Se los entregás a ella y en el libro afirmás que no los vas a transcribir. ¿Por qué decidiste no transcribir esos poemas?
-Hay cosas que puedes decir de tus padres y cosas que no; hay cosas que quieres saber y cosas que no. Uno de los tabúes más legítimos es la vida sexual de nuestros padres, asomarse a eso que ha determinado tu vida, esa vida sexual que permitió que tú existas. Yo encontré estos poemas y no solo eso; al hacer la investigación para este libro descubrí que su primera novia todavía estaba viva, cosa que no sabía. Él había pensado fugarse con ella, pero pertenecían a dos sectores opuestos de la cultura española en México. Ella era la hija menor del general José Miaja, el defensor de la República. En aquel momento mi padre pertenecía a una familia española conservadora. Luego él cambiaría de ideas y se acercaría a los republicanos, pero entonces estas dos Españas se unieron en un romance que fue repudiado por ambas familias. Ellos quedaron en huir y ella no fue a la cita. Gracias a ese plantón existo yo. Todo esto lo supe por otras personas, porque mi padre jamás contaba estas anécdotas y él no supo que yo sabía. Era una historia secreta de mi padre y de pronto me doy cuenta de que la mujer existe, encuentro en un cajón poemas de amor a ella, escritos por un hombre que era muy ajeno a las expresiones emocionales. Y eran poemas líricos, muy de devoción por la belleza y la alegría que le brindaba esta mujer. Ppensé que había una demorada cita del destino, que esos poemas debían llegar a las manos que los merecían y que esas manos debían decidir qué hacían con ellos. Me pareció que eso era más interesante y legítimo que presentar a mi papá tardíamente como un mal poeta amoroso, porque cuando escribimos por amor solemos escribir con más corazón que talento.
-Un escritor sobre el que polemizaron fue Octavio Paz. Tu padre planteaba que no se podía separar la obra de la vida de Paz, algo que te parece como una especie de anticipación de la cultura de la cancelación. ¿Qué opinás sobre estos tiempos tan cancelatorios?
-Me interesaba exponer la transformación de mi padre porque empezó siendo un filósofo que consideraba que su disciplina era un método de conocimiento que no lo comprometía a una conducta especial. El resto de sus días trató de corregir esta postura, se fue convenciendo de que no tenía sentido pensar de una manera transformadora si no querías también transformar la realidad. Entonces se convirtió en un militante vital de sus pensamientos. Él le reclamaba a Octavio Paz que siendo un poeta hedonista, un hombre que siempre luchó por el gozo, por el entendimiento, por la inclusión, tuviera actitudes políticas que a mi padre le parecían de centro o bien conservadoras. Estaba cancelando al poeta porque el hombre público no estaba a la altura de esos versos. Una de las grandes conquistas de la Ilustración fue entender que hay una autonomía de la obra, que más allá de lo que opine la Iglesia o el Estado, una obra vale por sí misma. Y eso incluye la conducta del autor. Juan Jacobo Rousseau mandó a sus cinco hijos a un orfanato, pero luego escribió un libro maravilloso sobre cómo educar a un hijo. ¿Su conducta como padre cancela lo que él hizo a favor de la pedagogía y la educación, que casi le cuesta la vida y sin duda le costó el destierro? Yo creo que no; debemos apreciar las obras en su valor autónomo, más allá de estas conductas de los autores. Hoy en día hay un revisionismo muy peligroso que obliga a juzgar con ojos actuales conductas que eran absolutamente diferentes. ¿Podemos pensar que Colón era colonialista? La concepción del colonialismo moderno no se la puede aplicar al marino genovés, pero obviamente su actitud derivó en un colonialismo posterior que lleva su nombre. Entonces creo que deberíamos tener mucho cuidado porque como no hay seres impolutos no vamos a poder leer a nadie. La cancelación está tan de moda que ya ni siquiera Chéjov, que ha sido una de las personas más nobles del mundo, aparece como un hombre ejemplar.
La comunidad zapatista
-¿Qué encontró tu padre en el zapatismo?
-En el zapatismo encuentra una comunidad. Él pasa del “yo” al “nosotros”, de ser un filósofo de gabinete a entregarse a un movimiento y al mismo tiempo esto entronca con sus primeras pasiones filosóficas. Cuando llegó a México, le pareció un país horroroso, injusto, violento, corrupto y dijo: “necesito algo que me haga querer a este país”. Él encuentra en el legado de los pueblos originarios algo muy rico para defender a México, entonces decide ser mexicano voluntariamente. Al final de su vida el zapatismo le da la oportunidad de ser también en la práctica miembro de esta transformación. Es algo muy importante porque lo que empieza en su vida siendo una teoría, acaba siendo una forma de vida con los zapatistas.
-Más allá de las disidencias entre padre e hijo, el zapatismo fue un punto de encuentro, ¿no?
-Sí, totalmente. Yo me entusiasmé desde el principio. En agosto de 1994 fui a la primera convención que los zapatistas hicieron. Mi padre tenía reticencias porque él estaba en contra de los movimientos armados. Los zapatistas ya se habían transformado en un movimiento social después de unos cuantos días de escaramuzas, pero mi padre todavía tenía desconfianzas. Al principio mi entusiasmo fue muy grande. Luego él se sumó a la causa. Y claro, dada su estatura intelectual y lo que él había escrito, se convirtió en uno de sus principales asesores. Yo me hice un poco atrás para no estar a la sombra de mi padre, porque eso siempre es un poco incómodo. Seguí apoyando, pero a nivel de base, como militante anónimo durante muchos años.
-Al final del libro tiene un papel protagónico tu madre. ¿Se podría decir que la constructora de la figura de Luis Villoro como padre le pertenece a ella?
-Sí. El método del libro es buscar la figura del mundo, el orden secreto que pueden tener las cosas, y mi figura del mundo está construida por la vida de mi madre porque yo crecí con ella y es esa manera mucho más emocional que racional de entender las cosas la que seguramente me llevó a la literatura. Al escribir sobre mi padre no había advertido que implícitamente estaba escribiendo sobre mi madre o, sobre todo, escribiendo con su mirada. Me pareció necesario que ella tuviera la última palabra. Quiso decir cosas que nunca me había dicho. Y eso me pareció muy hermoso. Ella me contó que mi padre se tuvo que hacer cargo de sus hijos cuando ellos se divorciaron y él dijo: “caray, pues ya no es mi esposa la que está todo el día con ellos, ahora tengo hijos. ¿Cómo son? ¿Qué hago?”. Y fue ahí cuando me dio el fútbol y todo lo demás.