La novela “Buenos Aires no existe” (Buenos Aires n'existe pas) publicada en 2021 por la prestigiosa casa Flammarion de París, aspira a ser el voluntario encierro de la inteligencia en una partida de ajedrez. Como bien dice su autor, Benoît Coquil, la historia siempre irrumpe como un perro enloquecido en un tablero de ajedrez. El resultado de ello es lo que da pie a este libro que luce una genial ilustración de Antonio Seguí, y que, curiosamente, en la misma tapa, se califica como “récit”, simple relación de viaje, relato. El articulado de citas, préstamos inconfesados, palimpsestos borrosos, son una delgada mirada sobre los días en que Marcel Duchamp vivió en el Buenos Aires que se estaba construyendo y proyectando en los albores del siglo XX. Por encima del controversial vivir que caracteriza aquella Argentina, se impone una fuerza superior, la del deseo de los deseos, que se sintetiza en la imaginación que llenan estas páginas. No hay dudas de que Benoît Coquil formalizó una luminosa suma de autores, de Argentina y Francia, para realizar con criterio equilibrado su animada novela. Y es Marcel Duchamp el cadenero elegido para que unifique y haga avanzar los nueve capítulos de las 200 carillas. A la ligera, sin restringir valores, no está demás echarle un vistazo al personaje. Marcel Duchamp vivió 71 años plenos de creatividad. Su corazoncito era el de un ajedrecista fanático, pero su mundo imaginativo lo llevó a tantas experiencias diferentes que el denominado juego-ciencia perdió lo que bien pudo ser un gran maestro. Participó en importantes torneos de ajedrez y en el campeonato de Francia; es de destacar como un logro su empate con el gran maestro Savielly Tartakower. Incluso el mismísimo Maestro Internacional Edward Lasker, cinco veces ganador del campeonato de EE.UU., lo elogió diciendo que era un jugador muy sólido. Marcel Duchamp fue un creador multidisciplinario, tanto hacía una escultura con un elemento para botellas, o estupendas pinturas como el “Retrato del Dr Dumouchel”, o “Los Jugadores de Ajedrez” (sus hermanos hacen de modelos), o “Desnudo bajando una Escalera” (hizo dos versiones), o un “Urinario Artístico”, con el que establece la teoría de la “Descontextualización-Pop”, aunque los organizadores de la exposición lo rechazaron por indecente y grosero. Al mismo tiempo, también se interesa en la Geometría Euclidiana y la Cuarta Dimensión. Además, sufre feo, porque se enamora de la mujer del pintor Francis Picabia, su gran amigo. Benoît Coquil inventa el nuevo Diógenes, nos lo hace imaginar desnudo y cínico, imprecatorio frente a las impúdicas aguas del puerto y de los opulentos navíos que le tapan el sol mientras se exportan los codiciados frutos de la joven pampa a la gloriosa y vieja Europa. Cuando Marcel Duchamp resuelve viajar a Buenos Aires, la decisión es sorpresiva. No hay motivo ni meta. Quizás alguna pequeña culpa porque se va acompañado de Yvonne Chastel (modelo del fotógrafo y amigo Man Ray). Antes realiza una obra clave: “Escultura de Viaje”. No más llegar a destino, la ciudad lo decepciona, la ve machista. Le escribe a la escritora Ettie Stettheimer: “Buenos Aires no existe, es una provincia; la gente rica compra en Europa”... De todos modos, él la disfruta y la pasa bien, aunque no logra crear nada. Sufre un período de completa vaciedad intelectual, seguramente muy afectado porque una carta le informa el fallecimiento de su hermano Raymond. Busca superar esta instancia metiéndose de lleno en el ajedrez, estudiándolo hasta largas horas de la madrugada. Yvonne se sabe un estorbo, se harta y lo abandona regresando a Francia. Él viaja a Londres y de ahí a París. Se entera del nacimiento de una hija, a la que no ve por 40 años. Realiza la película de una baronesa afeitándose el pubis, y un cortometraje con Man Ray. Participa en partidas simultáneas contra el campeón mundial de ajedrez Capablanca. Hace de marchand y vende cuadros de pintores amigos. Se vuelve a casar. En 1955 se nacionaliza norteamericano. A pesar de opiniones en contrario, como el lúcido ensayo de Blas Matamoro (“Duchamp pertenece al gremio de pintores mediocres que inventan un espacio virgen para conseguir un primer plano y salir de la penumbra”), Duchamp es reconocido como la máxima influencia del surrealismo, el cubismo, el movimiento Dadá, el pop art. También fundador de lo que se denominó Arte Conceptual, donde se validaba la creación artística como esfuerzo de la voluntad, sin necesidad de talento o vocación. Octavio Paz, en su libro “Apariencia Desnuda, la obra de Marcel Duchamp”, escribió: “empujó el arte hasta sus límites, sin destruirlo”. Duchamp muere en Neuilly-Sur-Seine en 1968. Se da a conocer su trabajo póstumo: un diorama que se observa a través de un agujero donde, con fondo de un paisaje rural, se ve una mujer sosteniendo una lámpara. Habiendo roto códigos y estéticas, Duchamp, por propia decisión, jamás se alió a ninguna corriente artística. Fue admirado por Guillaume Apollinaire. André Breton, algo exagerado, lo calificó como “el hombre más inteligente del siglo”. Con naturalidad, el joven francés Benoît Coquil, combina la historia que pudo haber sido, con una realidad al gusto, y de este modo, sin atenerse a convencionalismos, escribe su primer libro.
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