Cuando el lunes pasado Javier Milei finalizó su cierre de campaña en el Movistar Arena, recibió un llamado inesperado. Era Mauricio Macri. El libertario había calificado de “excremento” a toda la dirigencia política, pero destacado a dos expresidentes: Carlos Menem y al propio Macri. En lo formal, el contacto del fundador de Cambiemos tenía como objetivo agradecer los elogios y felicitarlo por el acto. En su fuero íntimo, ya empezaba a contar los votos libertarios que engrosarían la candidatura de Patricia Bullrich. El cálculo que nunca imaginó el ingeniero es que el resultado de las PASO dejaría en tercer y cuarto lugar a los precandidatos del PRO.
Milei rompió ayer el bicoalicionismo y obliga hoy a repensar estrategias. Los pases de factura en Juntos por el Cambio comenzaron entrada la noche y seguirán los próximos días. La feroz interna por la sucesión en el PRO no potenció a sus candidatos, más bien alimentó la fuga de votos. En esa carrera, Horacio Rodríguez Larreta se ubicaba en un primer momento como el heredero natural. Sin embargo, el exmandatario tenía otros planes. No estaba dispuesto a entregarle al jefe de Gobierno el terreno allanado. Por eso, promovió a Patricia Bullrich. Una figura que aterrizó en el partido en 2016 y fue creciendo al ritmo de un espeso clima de época: intolerancia política, polarización extrema y discursos radicalizados. Bajo esa atmósfera, la exministra se convirtió en el altavoz de Macri; fue la mejor intérprete de su nuevo relato. Pinchados los globos de la "revolución de la alegría", le dio forma a la épica del ajuste y la mano dura. Así, Macri construyó con Bullrich una versión edulcorada de Milei. Larreta, por el contrario, ofreció una identidad más difusa y se fue con las manos vacías.
La pelea por la sucesión
Los pronósticos sobre la interna del PRO no fallaron. En las últimas semanas, las encuestas ubicaban a Bullrich como la candidata más competitiva. Sin estructura partidaria y apoyada en su alto perfil mediático –de gritos y posiciones intransigentes–, la exministra se autoerigió como el “verdadero cambio”. “Si no es todo, es nada”, rezan sus spots de campaña. La misma consigna que imprimió Macri en su libro “Segundo tiempo”. Con esa lógica, ganó terreno en el barro. Mientras Larreta articulaba la gestión de la pandemia con Alberto Fernández y Axel Kicillof, ella impulsaba las marchas anticuarentena y reforzaba un discurso antisistema. Como plan de estabilización, prometió devaluar, recortar derechos laborales y privatizar empresas públicas. También sincerar la economía bimonetaria y romper el cepo cambiario el día uno. Con esas cartas, se presentó como exponente de la reacción conservadora. Se acercó a Milei hasta donde pudo, envió guiños al electorado libertario y tendió puentes para eventuales alianzas legislativas.
A diferencia de Larreta, Bullrich disfrutó la campaña. Se sintió cómoda. No tenía nada que perder. No era la favorita ni tenía responsabilidades de gestión. Jugó sin condicionamientos. Pegó arriba y abajo. Al gobierno nacional y al de la ciudad de Buenos Aires. Calificó al alcalde porteño de "ventajero, oportunista y deleznable". Hizo campaña con la muerte de René Favaloro. Atacó sin límites y ganó una interna sanguinaria. La disputa, claro está, no representaba un choque de civilizaciones, tampoco de modelos económicos. Era el clásico conflicto familiar sobre cómo administrar la herencia y una pelea por los bemoles en la conducción. En suma, fue una discusión metodológica acerca de la intensidad del plan de gobierno y los márgenes de alianza.
El apoyo solapado de Macri a Bullrich fue clave. Sin hacerlo explícito, el exjefe de Estado envió señales para dejarle en claro al núcleo duro que ella era su preferida. Él quiso ser candidato. Hizo la tarea, pero reprobó el exámen. Lanzó un libro, visitó provincias, recorrió el conurbano bonaerense y entendió que en la memoria colectiva aún está presente la huella mnémica de su ruinoso gobierno. Por eso jugó la interna desde afuera. Se mantuvo activo y puso en valor las pocas acciones que todavía le quedan. Amagó con presentarse, amenazó con castigar a quienes no se ataran a sus directrices y, sobre el final, apostó por Bullrich. Sabía que un triunfo de Larreta envalentonaría a quienes proponen su jubilación anticipada. La victoria de la exministra en la interna le brinda ahora algo más de oxígeno, aunque una eventual derrota en octubre sería letal. Entre sus cuentas pendientes, está el desvelo por cómo será recordado. Sueña con que un nuevo período cambiemita sirva para reescribir su fallida presidencia. “A Alfonsín la reivindicación le llegó años más tarde”, repite fantasioso.
Falló la calculadora
A pesar de lo que dictaban las encuestas, Larreta tenía argumentos para ilusionarse. Contaba con una seguidilla de victorias de sus aliados provinciales: Maximiliano Pullaro en Santa Fe, Carlos Sadir en Jujuy, Claudio Poggi en San Luis y Marcelo Orrego en San Juan. No obstante, la batalla final fue para Bullrich y quedó expuesto, una vez más, el inútil ejercicio de nacionalizar elecciones locales.
El jefe de Gobierno fue el gran perdedor. Pagó caro el zigzagueo y su falta de autenticidad. Cuando se exhibió moderado, lo cuestionaron por “tibio”. Cuando exageró dureza, nadie lo creyó verosímil. Todo el mundo sabía que su candidato porteño era Martín Lousteau, pero se vio obligado a decir que apoyaba a Jorge Macri. Su equipo de marketing intentó humanizarlo. Lo mostró enamorado, bailando chacareras, agitando pañuelos invisibles y haciendo chistes sobre su pelada. Todo sonó forzado.
Los que perdieron con Larreta
Junto al alcalde de la Ciudad, perdieron sus acreedores: María Eugenia Vidal, Elisa Carrió y la conducción de la UCR. La exgobernadora se mantuvo neutral hasta que en la última semana hizo público su respaldo. La jugada le valió el reto de Macri y el destrato de los soldados bullrichistas. Más allá del tironeo, se supone que no le resultará complicado acomodarse a la nueva etapa. Distinta es la situación de la líder del la Coalición Cívica, que apoyó a Larreta desde un primer momento. Resulta difícil creer que tenga un lugar relevante en la esfera Bullrich. Enemistadas desde hace años, Carrió ya advirtió que el plan de gobierno de la exministra incluye un "ajuste brutal" y una feroz represión que podría derivar en muertes. Parecería ser un punto de no retorno, aunque en política nada está escrito en piedra.
Para la tropa radical, la derrota fue por partida doble. Gerardo Morales perdió a nivel nacional y Lousteau en territorio porteño. Lejos quedó la ambición de dejar de ser furgón de cola. Ahora sus conductores deberán enfrentar su propia interna. Saben que en breve los correligionarios les disputarán sus liderazgos. El llamado “Grupo Malbec” de los mendocinos Alfredo Cornejo, Luis Petri y Ernesto Sanz, ya está preparado para una batalla que empezará después de octubre.
En el corto plazo, la coalición estará abocada a ampliar su volumen electoral y asegurar la migración de votos de Larreta a Bullrich. Queda como incógnita si el larretísmo asumirá un rol activo en lo que resta de campaña. Ayer, en principio, hubo foto con abrazos sobre el escenario. "Estamos más unidos que nunca", lanzó titubeante el jefe de Gobierno. A su lado estaba Bullrich que, con cara de pocos amigos, no podía disimular la desconfianza.