Faltaba dar vuelta una carta del paño económico en el día después de las elecciones PASO. El sabot manejado por la banca del FMI había tirado esa baraja oculta. Si no se daba vuelta para mostrarla, el dueño de la mesa de juego había adelantado que se retiraba sin cumplir con el compromiso de desembolsar 7500 millones de dólares. Bajo esta extorsión financiera escandalosa, el equipo económico tomó esa carta y la jugó en forma desesperada. La figura es el Joker anunciando un ajuste del 22 por ciento del tipo de cambio oficial.
La devaluación brusca fue resistida y desmentida en más de una ocasión. El equipo económico de Sergio Massa sólo puede exhibir que consiguió moderarla respecto al pedido inicial del ciento por ciento de los técnicos del FMI. Sin embargo, este golpe cambiario aplicado cuando faltan 70 días para las elecciones generales, acompañado por un alza de la tasa de interés hasta el record de 118 por ciento anual, tendrá impacto en la tasa de inflación, en especial en el sensible rubro Alimentos y Bebidas.
Además habrá un corrimiento del resto de los precios porque, se sabe en base a la experiencia argentina de una economía bimonetaria, una devaluación con pocas reservas en el Banco Central y sin un plan integral compensador sólo se traduce en un incremento de la nominalidad. O sea, la brecha cambiaria del 100 por ciento cuando el dólar oficial era 280 pesos y el contado con liquidación o blue era de 560 pesos, pasará a ser de 350 y 700 pesos, respectivamente.
Todo queda igual y sólo quedan los costos de una nominalidad más elevada.
En estas mismas páginas, el domingo se explicó que más allá de discursos amigables, comentarios de comprensión sobre el impacto de la sequía y de supuesta colaboración para conseguir financiamiento alternativo, la conducción del FMI y el dueño del organismo (Estados Unidos), han tenido en la práctica un comportamiento desestabilizador en el frente financiero y, por lo tanto, de la economía en un año electoral cuando se trata de un gobierno que no es de su preferencia política.
La devaluación del 22 por ciento confirma el apriete financiero obsceno del FMI al gobierno de Alberto Fernández. No le soltó la mano, por ahora, para evitar un descalabro de proporciones, como lo hicieron el Banco Mundial y el FMI con Raúl Alfonsín (1989) y Fernando de la Rúa (2001), respectivamente. Sin embargo, ha hecho poco y nada para aliviar el crítico cuadro macroeconómico agudizado por la sequía. Por el contrario, ha sido uno de los principales responsables del ahogo financiero de estos meses. Y también lo será del shock inflacionario inicial derivado de la devaluación, abriendo un escenario inquietante sobre cómo será la evolución posterior del resto de las variables.
El interrogante se encuentra en si esta devaluación brusca forzada por la extorsión del FMI es suficiente, y si esta exigencia para realizar el desembolso comprometido no está abriendo las puertas del infierno de una inflación descontrolada.
En esta instancia, conviviendo con un cuadro político-electoral complejo emergente de las PASO y con un frente financiero-cambiario de reservas en el Banco Central delicado, resulta fundamental medidas compensadoras por el lado de los ingresos.
Una inmediata suma fija para trabajadores formales y titulares de derechos de programas sociales, acompañado de un acuerdo de precios y salarios con un suba inicial y congelamiento posterior de bienes básicos de consumo de las familias.
Elegir la menos mala de todas peores opciones de vínculo con el FMI, dilema que se le presentó al ministro Sergio Massa, no lo exime de ejercer una política de protección económica para gran parte de la población, pese a que un porcentaje importante de ella no acompañó al oficialismo en las PASO. Si no hace nada, el mayor riesgo es que también sea abandonado en las generales de octubre por una porción del electorado que los votó este último domingo.