La persona Es una tarde muy fría. Valentín Demarco (1986) nos abre la puerta de calle y nos conduce por un largo pasillo al fondo, donde está su taller. Ya resguardadas de la intemperie, Valentín nos ofrece un mate con medialunas, que ha calentado expresamente.
Nos cuenta que tomó clases durante su adolescencia en la Escuela Municipal de Orfebrería de Olavarría, con el maestro Armando Ferreira, “inventor” el estilo olavarriense. A los 18 años se mudó a Buenos Aires para estudiar diseño industrial en la UBA, carrera que abandonó después de dos años para cursar la licenciatura en Artes Visuales de la UNA. Se graduó en 2017 con una tesina que se explaya sobre los vínculos entre la artesanía tradicional y el arte contemporáneo.
“Más allá de mi formación académica”, subraya, “el espacio que más marcó mi rumbo como artista es la clínica de obra de Diana Aisenberg, de la que participé entre 2012 y 2020”. Obtuvo el Tercer premio revelación (Fundación Andreani a las Artes Visuales, 2013), Premio Lucio Fontana (Consulado General de Italia en Buenos Aires, 2014), Premio Ópera Prima (Casa Nacional del Bicentenario, 2016) y fue seleccionado para el Premio Braque (2017). Obtuvo la Beca Bicentenario a la Creación (Fondo Nacional de las Artes, 2016). Varios de sus videos están disponibles en Vimeo (“Men Art Work”, “Mi puñado de esplín”, “Cebame”).
En 2020 participó del 9° encuentro Nacional de Plateros de Olavarría con una obra que produjo un módico escándalo: “Cuchillo y tanga haciendo juego”, en la que su culo en primerísimo primer plano lucía una tanga de metal labrado por el mismo, con un facón también de su factura. La obra participó también de Art Basel (Miami) y marca un tono y una dirección: el artesanado popular tensionado hacia experimentaciones con el propio cuerpo y la puesta en primer plano de una queerificación intensa de las reglas del arte contemporáneo.
En 2021 montó la muestra “¿No soy de aquí?” en el Museo Dámaso Arce de Olavarría, donde mostró una impresionante colección de exvotos (ofrenda hecha a un dios o dioses) producidos en su propio taller, con la misma torsión: algunos son más clásicos, otros lo son menos (vergas, dildos). Todos son hermosos.
En la obra que puede verse en la galería Isla Flotante, se anticipan algunos de los motivos que son el objeto de esta nota y de este encuentro con Valentín.
Lo visitamos porque nos enteramos de que el MALBA, luego de haberlo exhibido este año, ha comprado para su colección el video “Cebame” (2019) y todos los objetos con él asociados, en un gesto de canonización inesperado, sorprendente por su audacia. En la muestra que terminó el 30 de julio, funcionaba como una instalación (se lo veía a través de una mirilla, referencia al Étant donnés de Duchamp).
El ritual “Cebame” comienza con una pava sobre una cocina y una conversación de dos mujeres, tan insustancial como la que inaugura una de las mejores novelas argentinas. Luego, un plano muestra una repisa de cocina donde hay varios mates, tres de calabaza (porongo), uno de madera y uno de metal. Uno de los porongos dice Olavarría, el otro es más moral y reza “Sin lugar a dudas, mantener vagos nos salía más barato que mantener ricos” acompañado del anagrama MMLPQTP (Mauricio Macri La Puta Que Te Parió).
Podría decirse que esa repisa cita el campo de lo popular: están los mates, con su típico llamado a satisfacer la pulsión oral, está la demarcación (en este caso sí se traza un límite) de lo exterior al campo: el liberalismo, está la propia población. Está lo más tradicional (como costumbre y como rasgo de sociabilidad) y en el centro, un mate de metal, con forma de dildo, boca labrada, sobre un pie también de metal. Se intercalan primeros planos del mate de metal y de la pava con el agua ya caliente, y luego se ve el mate chorreando una sustancia gelatinosa y transparente. Hay que aclarar que las imágenes son de una calidad extraordinaria, tanto en lo que se refiere a la iluminación como al equilibrio de los planos. Una estetización extrema de un hecho cotidiano o lúbrico como preparar un mate. Mateemos. Cebame. Hagamos un arte a partir de eso.
Suena un rasgueo de guitarras y vemos un plano cenital de la boca del mate, los hermosos labrados en primer plano, algo de yerba ya dispuesta en el fondo, sobre un fondo rosado que cubre toda la pantalla y que pronto identificamos como piel humana. El mate está inserto (no puede haber otra explicación) en un ano. El porongo ha encontrado su lugar.
El siguiente plano muestra la inserción del mate en un ano, de perfil. No es el mate de metal que estaba en la repisa y que chorreaba, ahora lo comprendemos, gel lubricante, sino otro más pequeño, pero de boca más ancha. En planos sucesivos, una mano sigue llenando el agujero con yerba. La cuchara entra en el agujero y descarga la yerba.
Siguen tres escenas puntillosamente fotografiadas. Un hombre y una mujer en la cama miran sus celulares y toman mate del culo erguido que está entre los dos. Apenas si se miran, comentan cosas que ven en las pantallas, alternan el chupado de bombilla. En la siguiente escena, el culo-mate reposa a medias en el regazo de un hombre y a medias en el apoyabrazos de la silla en la que está sentado, vistiendo pantalón corto de cuero, borceguíes y arnés. Enfrente, en un sofá, duerme un perro. La luz que entra por el ventanal es exquisita. El hombre sorbe y mientras tanto, acaricia distraído las nalgas del yacente.
Ya no veremos más la boca del mate, abierta y en proceso de llenado, sino un cuerpo inerte del cual diferentes personas disfrutan sorbiendo el líquido del mate inserto en el ano (que es, por supuesto, el del artista, el pequeño valiente, Valentín Demarco). Las dos mujeres que hablaban al comienzo aparecen ahora en la cocina, donde el cuerpo yace en una mesa (cuelgan el torso y la cabeza, que nunca se ve). Conversan de banalidades y toman mate, alternativamente. En la escena final, un exterior, un hombre toma mate dentro de un auto, al costado de una autopista.
El mate culero La obra es un acontecimiento de larga proyección. “Cebame” desasocia el ritual del mate de la felación (sorber el jugo del fondo del porongo) y lo asocia con el anilingus (chupar el culo). Desbarata, así, incluso la lengua popular, según la cual el “chupaculos” es un ser despreciable y “chupame el orto” es un desafío odioso. Valentín Demarco toma una figura central de la cultura popular y abre la idea de pueblo (la desmarca) como se abre el ano para recibir el mate culero. El que pide “cebame” ya no es el agujero del mate sino el ano, ese centro oculto de la cosmogonía neobarroca (si hay que creerle a Severo Sarduy), gloriosamente iluminado por la luz de “Cebame”. Lo popular, en la perspectiva de Valentín no es necesariamente lo que se ve, sino aquello que puede imaginarse, una hipótesis, una estrategia (entrar al arte por la puerta de atrás).
Claudio Iglesias ya había señalado en Página/12 , a propósito de la obra de Valentín, un giro notable del arte contemporáneo argentino, que vuelve a ciertos aspectos del artesanado, donde encuentra sus condiciones de posibilidad.
La operación de Valentín es muy minimalista, pero toma como objeto el inmenso edificio del barroco americano, el lenguaje popular, los ritos de la sociabilidad criolla, las identidades flotantes y una práctica que no aparece sugerida por retórica visual sino en su total esplendor figurativo: no hay distancia entre la boca del mate que se ceba y la boca del culo que lo contiene. En manos de Valentín Demarco, el arte es un gigantesco dispositivo de enajenación, de vaciamiento de nombres, una máquina para imaginar alguna lengua, alguna historia, algún pueblo.
Entrevista a Valentín Demarco, el creador del mate culero
¿Cómo hiciste el clic para pasar de la práctica de la artesanía al concepto de arte. ¿Cómo fue ese proceso?
-En realidad, diría que recuperé de mí mismo el oficio artesanal que llevaba adentro una vez que ya estaba inserto en la esfera del arte y pensando en su lógica y problemáticas. De hecho, comencé a indagar en el imaginario local porque me molestaba que el arte contemporáneo -que en ese entonces era un concepto que me obsesionaba- se presentara como de ningún lugar, o de cualquier lugar, todo igual de estéril. Me parecía que tenía que haber algo más. Y ese algo más creo que lo encontré en Ema, la cautiva (1981), la novela de César Aira. Comencé a ensayar cruces entre el cubo blanco y el territorio nacional, que casi siempre fue pensado como espacio negativo, inmenso y desierto; entre el arte contemporáneo y todas las cosas nuestras que no tenían lugar en sus confines, como ser las artesanías y la picardía.
Ahí enganchaste con la gauchesca...
-Sí, viendo los afectados gauchitos que pintó Juan Manuel Blanes y los paisanos culones de Molina Campos, pero sobre todo viendo todo lo que no había, o más bien las ganas que había que poner para poder ver algo -los ojos desviados-, pensaba que tenía que haber un desarrollo más explícito y consistente de un (homo)erotismo criollo. En esa línea realicé en 2016 una exhibición titulada “Un episodio en la vida del artista popular” donde contaba en imágenes un hecho de la biografía temprana de Florencio Molina Campos a través de unos dibujos inspirados en su obra y en la de Tom of Finland. Para ese entonces la platería ya estaba otra vez en mis manos -retomé el oficio a fines de 2014-, pero también en mi cabeza como un legado que me sentía un poco responsable de reimaginar. Él era una suerte de desclasado que rememoraba su pasado feliz de hijo de estanciero y abonaba en una visión anacrónica e idílica de la vida rural, pero la manera de construir sus imágenes trastoca ese mensaje edificante y pacato en otra cosa, en algo popular, que genera empatía y una mueca risueña.
Hablame del encuentro extraordinario entre el mate y el culo...
-Diría que el mate, por empezar, me fascina porque señala un territorio. Por darte un ejemplo, hay una pequeña obra de Monvoisin en la Colección Fortabat donde se ve una escena típicamente europea, sin embargo, un matecito pintado la afinca acá. Esto aún no explica cómo llega el mate al ano. La conexión esa viene de un reconocimiento formal. Habiendo visto muchos mates de plata, objetos paradigmáticos dentro del repertorio de la platería gauchesca, y como conocedor del universo de los juguetes sexuales anales, no podía dejar de reparar en las similitudes que guardaban. Entonces empecé -no sin cierto pudor de compartirla- a forjar la idea de crear un objeto que cumpliera ambas funciones. Una vez que realicé el primer mate culero, como le puso Santiago O. Rey, o mate tapón -como lo nombró un gran platero-, me encontré con el problema de tener que estar explicando la funcionalidad de la nueva invención. Ahí fue que decidí hacer un video donde pusiera en escena esta práctica de matear del culo. En un principio imaginé una escena bastante más gay y pornográfica de lo que resultó la pieza al final. Pero no me convencía, yo quería que muchas más personas pudieran incorporar la posibilidad de la costumbre improbable que les estaba proponiendo. En ese sentido quise que fuera cándido y luminoso, que se viera cotidiano y “normal”. En definitiva, también estaba pensando en lo que se asume como normal y en cómo se construyen las tradiciones y las costumbres. Los mates y las bombillas de plata de hecho aparecen como forma aceptable para las aristocracias virreinales de incorporar el mate -que es de origen guaraní, aunque se nombre con una palabra quechua-, bebida que al principio era considerada poco higiénica y bárbara.
En Cebame hay una tensión muy bien resuelta entre obscenidad y estetización. Digamos: hay goce, pero hay también belleza...
-Como te comentaba antes, quería que el video se viera lo menos sórdido posible; que la dimensión del goce estuviera presente pero filtrada por una delicada capa de costumbrismo de fácil incorporación, que placiera a la vista en un sentido convencional. Por decirlo de algún modo, que se vea aceptablemente mainstream para mostrar algo que puede ser impensado o inaceptable para algunas personas. Esta tensión es algo que me interesa mucho y admiro en otrxs artistas -no necesariamente de las artes visuales-: la posibilidad de insertar lo raro y peculiar en circuitos de circulación masivos y estandarizados. Para realizar el video, convoqué a Emilio Bianchic, que es un referente para mí. Con él hicimos la edición del video y me ayudó a convocar al equipo. La cámara y la fotografía la hizo Juan Renau, y Santiago Guidi, con quien ya había trabajado en el video “Exilio” (2016), hizo la producción. Y bueno, luego hay un reparto maravilloso.
¿Podés hablar un poco de “lo que vendrá”? ¿En qué estás trabajando?
-Si en Cebame había una decisión de insertar la costumbre de matear del culo en la esfera de lo cotidiano, diría que ahora estoy trabajando con un enfoque distinto, intentando construir una fantasía vernácula, que destaque lo extraordinario de nuestras imágenes y prácticas, un costumbrismo enajenado. Inventar una mitología local donde quepan las cosas que no fueron incluidas, como el homoerotismo criollo del que hablábamos antes. Pienso en cómo Horacio Ferrer reimagina la poética del tango y las paicas y las grelas pueden convivir con los ovnis. Y bueno, con Piazzolla y Amelita Baltar hacen el último hit del tango que es “Balada para un loco”. Por otra parte estoy trabajando en el guión de una película junto a Fermín Eloy Acosta, un escritor que admiro y encima es olavarriense también, con producción de Oh My Gómez, que imagina el despertar homosexual de un adolescente bonaerense en los 70’s, con el trasfondo del boom del folklore en esos años.