Algunas semanas atrás, el propio museo Roald Dahl condenó al autor en su sitio web por el "innegable e imborrable" racismo y por sus "declaraciones antisemitas". En febrero, sus novelas fueron intervenidas para remover el lenguaje ofensivo. Si el autor fuera un personaje de sus historias para infancias, puede imaginarse cómo sería retratado: un viejo cascarrabias con mal aliento, pelos saliéndole de la nariz y enormes juanetes rojos en los pies. El ilustrador Quentin Would se habría hecho el día con él.
A menudo, cuando los autores son acosados por el escándalo del modo que le sucedió a Dahl en los últimos meses, son instantáneamente despreciados. Su nombre desaparece de la conversación cultural. Con Dahl, de todos modos, ha sucedido más bien lo contrario. En este momento, Hollywood simplemente no da abasto para capturar el trabajo del autor de Las Brujas, El gran gigante bonachón y Charlie y la fábrica de chocolate. 33 años después de su muerte, en 1990 y a los 74 años, el escritor best seller es más popular que nunca entre los cineastas.
En septiembre, el Festival Internacional de Cine de Venecia tendrá la premiere mundial de La maravillosa historia de Henry Sugar, un cortometraje de 37 minutos en el que Ralph Fiennes encarna a Dahl y Benedict Cumberbatch interpreta a Henry, un acaudalado apostar con poderes mágicos para ver sin sus ojos y predecir el futuro. Financiada por Netflix, la película -en la que también actúan Ben Kingsley y Dev Patel- se verá en esa plataforma a partir del 13 de octubre.
La película llega después de Matilda - El Musical, estrenada en 2022, otra adaptación de Dahl a la pantalla notable por la gran performance de Emma Thompson como la aterradora directora escolar Miss Trunchbull. En las últimas semanas, los diarios británicos estuvieron llenos de historias sobre Hugh Grant como un Oompa Loompa danzarín y flautista, uno de los diminutos protagonistas de Wonka, la nueva película del director de Paddington Paul King (se estrena apropiadamente en Navidad). Grant ha sido fuertemente criticado por tomar un rol de "duende", pero eso no ha detenido la expectativa que se está generando para un film que se espera alcance los niveles de negocios en taquilla de Barbie y Oppenheimer. El galán Timothée Chalamet es el protagonista como el personaje indudablemente más famoso de Dahl, Willy Wonka; aquí es un jovencito soñador que apasionadamente quiere concretar su emprendimiento de una tienda de chocolates.
Muchos directores de nombres descollantes se han sentido atraídos por la obra de Roald Dahl. Alfred Hitchcock, Tim Burton, Nicolas Roeg, Steven Spielberg, Wendy Toye, Danny DeVito, Quentin Tarantino, Matthew Warchus y Robert Zemeckis están entre los pesos pesados del cine que han hecho películas o films para televisión basados en sus historias.
En 2021, Netflix pagó un rescate de rey para adquirir los derechos del catálogo completo de trabajos de Dahl y anunció planes para múltiples películas, dramas televisivos y shows para el escenario. Es una prueba de que los recientes escándalos sobre las opiniones políticas de Dahl no han detenido la marea de nuevos proyectos inspirados por sus textos.
"Los padres y los maestros son el enemigo", fue uno de los eslóganes más famosos de Dahl. Los chicos aman la graciosa, anárquica crueldad y los caprichos de sus ficciones. Los adultos se sienten atraídos por su carga de resaca oscura y subversiva. Y nadie, hasta los tiempos recientes, pareció ponerse a hablar de esos momentos en los que el autor se iba de lengua y decía cosas que simplemente no debería haber pronunciado. "Yo dejo que mi imaginación vaya más lejos de lo que la mayoría de la gente se atreve", reconoció Dahl una vez, dando pistas de por qué estaba al borde de cruzas las fronteras del gusto, la decencia y la corrección política.
Las cualidades de Dahl no siempre fueron fáciles de embotellar en una película; por eso es que hay tan pocas adaptaciones a la pantalla que sean verdaderamente satisfactorias. Algunas están deformadas hasta el punto de la perversidad, mientras que otras son retorcidas o decepcionantemente flojas.
La primera película adaptada de una historia de Dahl fue el thriller 36 Horas (1965), sobre los intentos de los nazis de engañar a un oficial del ejército estadounidense (James Garner) para que divulgue detalles secretos de los desembarcos del Día D. Los alemanes le lavan el cerebro a su sujeto y tratan de convencerlo de que es víctima de amnesia. Le dicen que es 1950 en vez de 1944, y que hace tiempo que la guerra terminó. "La más bizarra trama de una aventura de espías que alguna vez se haya concebido", proclamaba el trailer del film.
Como reveló Storyteller ("Narrador"), la biografía publicada en 2010 por Donald Sturrock, inicialmente MGM intentó ocultar el hecho de la película estaba basada en un relato escrito por Dahl en 1944 como Beware of the Dog ("Cuidado con el perro"). Su agente amenazó con iniciar un juicio y terminó consiguiendo 30 mil dólares y que su nombre figurara en los créditos.
Esto fue bien diferente al primer intento del autor en el cine, veinte años antes, cuando colaboró con Walt Disney en el proyecto de adaptación a la pantalla de su historia de 1941 Gremlin Lore, escrita cuando Dahl, un ex piloto de aviones de guerra, era agregado militar en la embajada británica en Washington. En ella aparecen pequeñas criaturas con cuernos que están provocando el caos todo el tiempo para los aviadores de la Real Fuerza Aérea y sus máquinas. Cuando llegó el llamado de Disney, a Dahl, entonces de 26 años, se le dieron tres semanas para dejar su trabajo en Washington, trasladarse a California, instalarse en una lujosa suite del Beverly Hills Hotel y trabajar cada día en los estudios Disney en Burbank.
La película, que iba a combinar acción en vivo con animación, nunca llegó a realizarse. Pero en 1943 se publicó un libro con ilustraciones hechas por los principales animadores de Disney. "No salió mucho de la película. Gastaron como un millón de dólares y la descartaron", le dijo Dahl al programa de la BBC Desert Island Discs en 1979. A pesar de todo, ese roce temprano con Hollywood lo ayudó a ponerlo definitivamente en el camino del escritor.
Es extrañamente adecuado que, temprano en la carrera de Disney, tanto Disney como Alfred Hitchcock estuvieran fascinados por su trabajo. Es la clase de novelista que se ubica cómodamente a horcajadas de mundos muy diferentes, luminosos y oscuros, iguales a los que supieron habitar esas dos figuras gigantes de la cultura popular del siglo veinte.
En el drama televisivo Lamb to the Slaughter ("Cordero al matadero", 1958), adaptada de una historia de Dahl de 1953, una esposa celosa (Barbara Bel Geddes) asesina a su esposo con una pata de cordero. Cuando él le dice que está planeando dejarla, saca la carne del refrigerador y lo ataca con ella en la cabeza, dándole un golpe mortal. Luego ella cocina el cordero y alimenta con él a los policías que están peinando su casa en busca del arma del asesinato. Se hacen un festín con la suculenta carne, sin darse cuenta que se están comiendo la evidencia.
Esa fue una de varias adaptaciones de Dahl que hizo Hitchcock para su serie televisiva Alfred Hitchcock Presenta. Dura menos de media hora pero tiene todos los elementos de las mejores versiones de Dahl para la pantalla: una trama ingeniosa, comedia con una corriente subterránea de violencia, celos sexuales y algunas caracterizaciones muy vívidas. Extrañamente, igual que en 36 horas no se le da mucho crédito al escritor. Este era el show de Hitchcock. Él presentaba los episodios, aparecía al final y daba toda la impresión de que era el genio creativo detrás de ellos.
Una regla similar se aplicó cuando Cubby Broccoli reclutó a Dahl para hacer el guión de la película de James Bond Solo se vive dos veces (1967). Nadie la vio como una película de Roald Dahl. Estaba simplemente al servicio de la marca Bond. Más tarde escribió para Playboy un gracioso relato sobre sus experiencias haciendo la película en la que deconstruyó la fórmula de 007.
"'Podés salir con cualquier cosa que quieras si eso hace avanzar la historia'", me dijeron. 'Pero hay dos cosas que no podés estropear. La primera es el personaje de Bond. Eso está fijado. La segunda es la fórmula de las chicas. Eso también está fijado'", escribió. Al guionista se le dijo que incluyera "tres chicas diferentes". La primera iba a ser pro-Bond y sería liquidada temprano por el enemigo. La segunda debía ser anti-Bond. "Ella debe capturar a Bond, y Bond debe salvarse a sí mismo derrotándola con su puro magnetismo sexual. Esta chica también debe ser eliminada, preferiblemente de una manera creativa". La tercera tenía que ser "violentamente pro-Bond", pero él no tenía permitido tomarse "ninguna libertad lasciva con ella" hasta el último rollo de cinta.
Solo se vive dos veces fue, por lejos, el momento que Dahl más disfrutó en el mundo del cine. "Esa fue la única en la que realmente me divertí", le dijo al periodista de la BBC Roy Plomley. Volar en helicóptero a Japón y ver a Sean Connery hacer lo suyo era algo muy diferente a sus miserables experiencias en Chitty Chitty Bang Bang (1968), también producida por Broccoli y en la que el coescribió el guión, o en Willy Wonka y la fábrica de chocolate (1971, con Gene Wilder como Wonka). "No estoy enamorado de los directores de cine, pongámoslo de ese modo", observó más tarde.
Esta es una de las paradojas sobre el autor. Estaba casado con una estrella de cine, Patricia Neal (ganadora del Oscar y el Bafta a la Mejor Actriz por Hud, de 1963, con Paul Newman), y los productores de cine se arremolinaban sobre su trabajo en el mismo momento en que empezaba a escribir. Y sin embargo él parecía tener poco interés en el cine. Su biógrafo Donald Sturrock escribe sobre cuán "tedioso" encontraba el estar viendo a Hitchcock filmar uno de su relatos cortos, y asegura que Dahl "contemplaba las películas y el trabajo televisivo solo cuando necesitaba dinero."
No ayudó que sus películas a menudo parecieran meterlo en problemas. Sturrock reveló que se le pagó un monto entonces impactante de 300 mil dólares por escribir el guión de Willy Wonka y la Fábrica de Chocolate, pero Dahl estaba consternado cuando la Asociación Nacional por el Avance de Gente de Color tachó a la novela de racista por los Oompa Loompas. En la primera edición del libro habían sido pigmeos negros pero, para el momento en que llegó a las pantallas de cine, en 1971, su piel era naranja y su pelo verde. Dahl se sintió impotente. No le gustaron los cambios que se le hicieron a su guión, ni el hecho de que los productores eligieran a Wilder cuando él quería a Peter Sellers o Spike Milligan.
Desde entonces se han hecho toda clase de adaptaciones del trabajo de Dahl. En la película de historias cortas Cuatro habitaciones (1995), Tarantino dirigió El hombre de Hollywood, basado en Man from the South. Jeremy Irons protagonizó una rústica versión de Danny, Campeón del mundo (1999); estuvo la disfrutable, kitsch versión de Tim Burton de Charlie y la fábrica de chocolate (2005) protagonizada por Johnny Depp; la bien recibida adaptación de Matilda de Danny DeVito; la levemente subversiva mirada de Wes Anderson para la animada Fantastic Mr. Fox (2009), Jim y el durazno gigante (Henry Selick, 1996), que combinaba actores con animación; dos versiones de Las Brujas, por Roeg en 1990 y Zemeckis en 2020, y el intento bienintencionado pero sorprendentemente domesticado de Spielberg en The BFG en 2016.
Casi todas esas películas tienen sus admiradores, pero ninguna se convirtió en clásico. Los realizadores se sienten atraídos por Dahl por tener ese ritmo fuera de norma y cierto salvajismo, pero eso es precisamente lo que hace que su trabajo sea tan difícil de adaptar.
Según el sitio web del escritor, cada 2,5 segundos se vende un libro de Dahl en el mundo. Sus comentarios antisemitas no han espantado aún a los compradores. Tampoco los cineastas se están echando atrás. Al subir a la plataforma, Matilda, el musical fue una de las películas más vistas en Netflix, y los exhibidores señalan al Wonka de Timothée Chalamet como uno de los grandes éxitos potenciales del año.
"En las películas suceden cosas", le confió Dahl a Plomley en Desert Island Discs. "Por eso, si sos un escritor común, es mucho mejor quedarse escribiendo libros e historias. Y nadie puede andar estropeándolas". Pero no parece que el mundo del cine vaya a resignarse y simplemente dejarlo solo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.