El doctor Esteban Rubinstein es médico generalista en el Hospital Italiano y desde hace años ejerce una medicina "extramoral", donde se aleja de certezas absolutas y propone un enfoque más de diálogo con el paciente. La figura del médico no tiene allí una relación asimétrica con quien pisa su consultorio, ni tampoco siente que es una autoridad moral o que el paciente deba sentir culpa por un hábito que lo enfermó. De algún modo, este médico propone un más allá del bien y del mal. No es raro: es un estudioso del pensamiento de Friedrich Nietzsche y realiza un cruce entre medicina y filosofía, en el que se pueden debatir temas complejos como la razón, la moral y la compasión, a través de la observación del pensamiento del filósofo alemán. Sobre este profesional que tenía anonimato, posó su mirada Jorge Leandro Colás y realizó el documental Los médicos de Nietzsche, que se estrena este jueves. El film tiene la particularidad de exponer a Rubinstein no sólo hablando con tres de sus pacientes, sino también discutiendo con un grupo de médicos que intentan seguir los pasos de su teoría y que manifiestan las dificultades que se les presentan.
Un amigo en común le comentó a Colás sobre la existencia del doctor Rubinstein. "Vos que hacés documentales, tal vez te interese lo que él está haciendo: vincular la filosofía con la medicina general", le señaló. A partir de esa charla, Colás comenzó a juntarse con Rubinstein. "La verdad es que en los primeros encuentros no le entendía nada ni para dónde iba esta teoría, qué tenía que ver un filósofo del siglo XIX con una enfermedad del cuerpo de un paciente de la Buenos Aires de hoy", afirma el director de Parador Retiro.
Pero en medio de ese clima de incertidumbre, mientras el realizador volvía a los libros de Nietzsche que había leído en su adolescencia, sentía "que había algo". "No entendía mucho, pero sentía que había algo atractivo para poder contar en un largometraje documental. Y enseguida salió un concurso de desarrollo de proyectos del Incaa, lo bajé un poco a papel y lo ganamos, lo que me obligó a empezar a grabar unas cosas. Y ahí me empezaron a caer un poco más las fichas: cómo eso se corría de lugares muy conservadores y muy establecidos dentro de la medicina general, tomando algunos conceptos de Nietzsche: lo extramoral, esto de que nada es marcadamente bueno o malo. Y quise que la película contara esta nueva mirada sobre la medicina", agrega Colás.
-¿Vos elegiste los tres pacientes que hablan con el médico o Rubinstein tuvo injerencia en eso?
-Hicimos un intercambio con una particularidad de Rubinstein: él tiene pacientes desde hace mucho tiempo. El es médico de cabecera de muchos pacientes con los que tiene un vínculo muy fuerte y muy establecido. En esas primeras conversaciones, para ver quiénes podían ser parte de la película, sumarse, estar de acuerdo en exponer sus vidas, sus cuerpos, sus problemas de salud ante una película, empezamos a focalizarnos más que nada en los que él ya tenía un vínculo de confianza. En el documental de observación eso es clave para que se rompa un poco la incomodidad de la cámara y de un equipo de rodaje. Entonces, la película se iba a subir a ese vínculo ya construido y creo que eso fue un acierto. Al principio, buscábamos personajes con distintos puntos de vista hacia la vida, de patologías de salud diferentes y empezamos a grabar alrededor de siete pacientes. Poco a poco, y casi naturalmente, se fue reconfigurando en estos tres pacientes que, además de ser muy interesantes per se, había algo de estar viviendo un proceso de salud con sus cuerpos. Había distintas cosas que nos permitían ese movimiento. Sabíamos que la película sería un desafío porque iba a ser muy hablada, en un único lugar prácticamente. Por eso era interesante esa idea de actividad, de movimiento y de proceso dentro de lo que le pasaba a cada uno de ellos.
-¿Todo ese vínculo que relatás te permitió que la cámara no intimidara a los pacientes en las conversaciones con el médico?
-Tal cual. Al establecer ese vínculo, eso nos ayudó a zanjar esa cuestión de incomodidad. Hablábamos mucho con los pacientes, hablábamos antes de las consultas, después, en el medio. Establecimos un código y un acuerdo porque si no, estaríamos violando el secreto médico al grabar directamente una consulta médica. Entonces, establecimos un ámbito que eran consultas, pero eran para la película y hablando mucho. Les dijimos al médico y a los pacientes: "Si ustedes no quieren que algo esté en la película, lo podemos discutir". La verdad es que nunca nos pasó que dijeran: "Esto no lo grabes", sino que se fue dando casi naturalmente y se estableció este vínculo de mucha charla y de mucha confianza y ni hablar cuando se dio lo de la enfermedad que aparece en el caso de Valeria. Después de eso, hablamos mucho con Valeria y ella fue la que habilitó que la película siguiera su curso e incorporáramos su enfermedad a la misma. Dijo: "Saquemos algo bueno de todo esto malo que me está pasando". Y fue muy importante para la película.
-Teniendo en cuenta que es una exploración por la palabra, ¿cómo trabajaste las conversaciones entre médico y pacientes para que el documental no fuera tedioso?
-Ese era un gran desafío. Al principio, cuando contaba del proyecto que incluía medicina, Nietzsche, un consultorio con dos personas hablando, mucha gente me decía: "Un plomo, no sé cómo lo van a contar". Corríamos el riesgo de hacer una película muy aburrida. Pero había algo que nos pasaba a nosotros y que después empezó a pasar en las primeras proyecciones, por ejemplo, en el Bafici: la gente empatiza mucho con los pacientes. En cierto sentido, en algún momento de nuestras vidas, todos somos o fuimos pacientes médicos y nos podemos vincular y sabemos lo que es atravesar un problema de salud. Y me parece que la gente encuentra ahí un lugar de identificación muy fuerte. Y me parece también que estos tres personajes representan algo muy activo y muy potente. De hecho, las proyecciones fueron muy activas con silencios sepulcrales por momentos, con mucha risa en otros momentos (que tampoco era algo calculado ni esperado). Y también nos parecía atractivo mostrar la otra cara: qué les pasa a los médicos cuando atienden a los pacientes. Ese costado estaba menos explorado desde el documental; incluso, desde la ficción. Y es que, a veces, los médicos no tienen ganas de hablar ciertas cosas con los pacientes y se ven un poco obligados a hacerlo. Ese otro costado iba a poder revelar algunas cuestiones. Y si el espectador quedaba enganchado con esas cosas que pasaban en la película, se iba a poder sostener todo el relato, pese a su fórmula inicial bastante hermética.