Como si el célebre Lobo de Tiempos Violentos siguiera en el oficio de limpiar los crímenes de la mafia pero en las sierras de Córdoba, con uniforme y el rostro pulido de Antonella Costa. Así es la protagonista del policial La chica que limpia.  “Sí, pero a Harvey Keitel te lo imaginás con un pañal negro y sus anteojos de sol, desde que era bebé era el cleaner. Nació para eso. Se sabe indispensable, llega y maneja la situación. Además que Harvey es el amor de mi vida. Rosa es la contracara. Es una pobre piba que se ve inmersa en esta circunstancia, aunque en un momento empieza a sentir el gusto por el poder y sentirse imprescindible también”, plantea la actriz a cargo de componer a la chica a la que alude el título. La serie de trece capítulos estará dispuesta desde mañana en  Cine.ar. 

Durante el día Rosa trabaja como personal de limpieza y por la noche en espacios más sanguinolentos como clubes de boxeo. Necesita el dinero para costear una operación para su hijo que, vaya paradoja, no puede estar en contacto con ningún germen, y por eso vive aislado cual chico burbuja. Cuando la obliguen a ganar dinero extra haciendo lo que mejor sabe, Rosa (“la impoluta”, la define Costa) profundizará su vínculo entre la asepsia y lo pestilente en varios órdenes. Cada capítulo presenta un caso distinto, y el primero de los manchones a eliminar es el de un boxeador que no quiso arreglar una pelea. Para la policía también será de interés conocer a esa persona que logra eliminar huellas claves en escenas criminales. “Tiene un dilema moral, sobre todo al principio; se ve involucrada con el crimen organizado y se da cuenta de que su servicio es excepcional. Rosa es hábil, meticulosa y obsesiva. Es muy buena en lo que hace por lo que le sucede a su hijo”, explica Costa sobre un papel que marcó su vuelta al plano audiovisual tras haberse autoimpuesto una pausa. “Decidí además dejar de fumar y tomar alcohol para estar más acorde a Rosa. Quería tener mejor la piel. Iba a nadar todos los días. Quería estar ágil, despabilada y... limpia”, dice la actriz de origen italiano, que irrumpió en el cine con Garage Olimpo (Marco Bechis, 1999).  

La chica que limpia se destaca por el cuidado en el aspecto visual, especialmente en los trances en los que Rosa habita mientras quita pedazos de seso de paredes, escuchando música en una atmósfera de limpiadores hasta que todo quede reluciente. El envío, a su vez, es una de las primeras series de la nueva plataforma del Incaa destinada a proyectos audiovisuales de distinta índole. El policial vuelve a demostrar el buen estado de salud de la producción generada en Córdoba: el proyecto dirigido por Lucas Combina fue rodado íntegramente en esa provincia con equipo técnico surgido del interior. “No hay diferencias de ningún aspecto en cuanto a lo técnico y la calidad. Hay, sí, una sensibilidad por no sentirse menospreciado por su trabajo. Pero es el sistema que no permite que se conozca el trabajo del interior. Justamente este proyecto es parte de una movida más federal”, remarca Costa.

–¿Fue fácil componer a Rosa o le implicó algún trabajo extra?

–No fue fácil pero resultó muy placentero. Me convencieron en dos minutos de hacerlo porque me pareció muy interesante el argumento de la serie. Se juega mucho con las dualidades. Lo limpio y lo sucio es permanente. Y eso desencadena a su vez otra serie de dualidades y mundos paralelos en los que se tiene que estar moviendo Rosa intentando que uno no contamine al otro. 

–Se percibe un especial trabajo en la puesta en escena y en las secuencias de trabajo de Rosa. Esto se adosa  a su perfil, su rostro casi marmóreo, muy singular. ¿Cómo fue el rodaje?   

–Hubo un desafío físico también. Fueron larguísimos planos secuencia a dos cámaras, a veces se sumaban una GoPro o una de seguridad, y de verdad estaba largo tiempo limpiando estas escenas. Fue enfrentarse a estas dificultades. Ella entra en unos estados particulares, no es lo mismo que pasar una escoba o limpiar un vidrio. Tiene que quitar sustancias raras, usa productos extraños. Se debe poner creativa. Y en el set jugábamos mucho, yo le preguntaba al director qué música escuchaba Rosa para entrar en ese ambiente. Todos fuimos detrás de un concepto. Está llena de cositas, como ella con su vaporizador. No se trataba de ser repugnante. Es una construcción.

–Es un policial, un thriller, por momentos un drama, pero además cuenta con la particularidad de su protagonista. ¿Ahí radica el interés de la serie?

–Es un recontra policial. Eso además está dado porque en cada episodio hay una escena de crimen a limpiar. El atractivo es que Rosa podría ser cualquiera. Es una persona normal que desarrolla una habilidad porque la realidad la constriñe a eso. No porque tenga un talento natural. Tampoco es una apasionada de la limpieza. No es una heroína, ni está preparada para la aventura que le va a tocar. Es una persona en desconcierto, la llevan a lugares raros, insospechados que le generan mucho miedo. Y eso es muy interesante.