El campo cultural se divide imaginariamente en centro y periferia (Bourdieu). En posición privilegiada están los productos que consuelan la ansiedad de los paladines del buen gusto. Para encontrar algo verdaderamente interesante, por no decir alguna novedad, los consumidores menos dóciles tenemos que ir hacia los márgenes. En ese borde grueso y por siempre excesivo, aparece de pronto la portada del n°9 de Balam. Sobre la parte inferior de un rostro desenfocado, puede leerse un disparador y una promesa: “Nuevas masculinidades”.
La publicación, que deslumbra con este número de 280 páginas, se nutre de fotografías y textos en tres idiomas: español, inglés y portugués. Un mismo texto puede hallarse en cualquiera de los tres. Esto lo subraya Luis Juárez, el “editor en jefe”, cuando se ríe de que “hay lectorxs que no entienden de dónde es Balam, y eso está bueno porque da lo mismo de dónde sea”. Con una convocatoria permanentemente abierta a fotógrafes del mundo entero, Juárez remarca que “venimos de todos lados, y somos de todos lados. Ese es uno de los factores por los que la revista está vigente desde 2015”.
Escuela de sinvergüenzas
Es, también, uno de los factores por los que Balam habita, sin ánimos de mudarse, los márgenes de la cartografía cultural. La suya es una marginalidad autoconvenida. Para confirmar su ubicación, la revista se presenta como una “Escuela de sinvergüenzas”. Esta denominación cancela cualquier posibilidad de centralización: les sinvergüenzas estamos, por definición histórica y por capricho, lejos del centro que todo lo normaliza.
Para Juárez, además, la idea de una “escuela de sinvergüenzas” remite a “nuestros docentes de vida: los amanerados que copan las calles, las locas que siempre resistieron, que salieron de los armarios y ocuparon los espacios antes que nosotras”. Entusiasmado, remarca que Balam es un abrazo para ellas.
En la carta con que inaugura el número de las “Nuevas masculinidades”, Juárez capta nuestra atención con la imagen de dos maricas apoyadas una sobre otra, muy afectuosamente y con alegría contagiosa. Junto a ellas, un epígrafe de Pedro Lemebel: “¿No habrá un maricón en alguna esquina desequilibrando el futuro de su Hombre Nuevo?”. Para las lectoras más avezadas, salta enseguida a la vista el famoso “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)” con que Lemebel enfrentó a sus compañeros homofóbicos de la Izquierda allendista.
¿Qué dice la carta de Juárez? Que Balam “trasciende el hecho impreso: es una reivindicación de aquellas masculinidades marginadas por un sistema tóxico que prioriza modelos idénticos y seriados, enlatados de la góndola del deber ser”. Esos modelos idénticos y seriados son los que regurgita el campo cultural en su centro. No obstante, “bajo una visión cuir, las imágenes seleccionadas en Balam evidencian el rol que la práctica fotográfica jugó y juega en la codificación, la experimentación y la construcción de lo masculino en la sociedad contemporánea”, apunta la carta del editor.
Fotos que hablan
Desde luego, Balam es una revista de fotografía. “Pero, más bien, es un objeto de arte que puede perdurar en el tiempo”, repone Juárez. “Y no tiene nada de líneal; cada número se edita desde cero. En cada caso, decidimos qué narrativa visual va a tener el número. Lo pensamos desde el lado más objetual, como fotolibro, y no desde el lado tradicional-líneal según el cual todos los números se replican y se parecen. Esa es la razón por la que todo el tiempo estamos invitando a escritorxs que puedan, en línea con la propuesta del número, acompañar la potencia de las fotos”.
Las imágenes hablan por sí solas, pero también son habladas en los textos que las acompañan. A la esmerada selección de fotografías de procedencia variada y múltiple —se incluyen los trabajos de artistas de México, Brasil, Australia y Estados Unidos, por mencionar solo algunos países—, se suman los textos elaborados por autorxs de la talla de Cole Rizki, Diego Tedeschi, Dulcina Abreu, Facundo Blanco e Igor Furtado.
“Por ejemplo, en este número arrancamos con una serie de fotografías sobre ‘el nuevo hombre’, sobre las transmasculinidades puntualmente, y la cerramos con un texto de Cole Rizki que reflexiona sobre la visibilidad de esas masculinidades”, detalla Juárez. “Cole es un intelectual trans de la Universidad de Virginia. Él miró nuestras fotografías y, desde la primera persona, reflexionó sobre ellas. Me parece muy importante que les lectorxs tengan acceso a la intimidad de quien escribe, que las reflexiones sean hechas desde esa intimidad. Cuando une lee Balam, lo hace tanto desde las fotos como desde los textos”.
¿Nuevas masculinidades?
“Las nuevas masculinidades no son nuevas”, observa Juárez. “Existieron siempre, pero estuvieron mucho tiempo ignoradas. Las fotos de Balam subvierten las reglas del hombre blanco normativo, discuten las relaciones de poder encargadas de nutrir las nociones de masculinidad con las que hemos crecido y, sobre todo, resignifican el camino y la aceptación de les mariconxs, las identidades trans y las infinitas maneras de ser dentro de la comunidad LGBTIQ+”.
El motivo de volver sobre estas nociones es “mostrarles a las nuevas generaciones el paso de nuestra historia, algo que resulta muy importante en este contexto de sobreexposición a los medios y consumo aleatorio de un gran caudal de información”. Para Juárez, “Balam detiene de algún modo ese caudal; ofrece la chance de demorarse en el contenido que ofrece. Ni hablar de que muchos de les fotógrafes incluides en la revista se encuentran en una situación de cierta vulnerabilidad en materia de acceso a los recursos. Se trata, pues, no solo de democratizar sino también de descentralizar, para que la fotografía que está en los márgenes pueda encontrar un centro entre nosotres”.
Un objeto para atesorar
Juárez reconoce que hacer Balam es “bastante complejo”, como cualquier proyecto independiente y autogestivo. “Manejamos nuestros recursos y nuestros tiempos, e invertimos muchísimo en la materialidad del proyecto. Además, como cada edición está pensada con un formato directamente relacionado con la temática, tenemos que empezar de cero en cada oportunidad. Es un desafío, pero lo hemos logrado: cada edición propone algo nuevo”.
En efecto, cada número de Balam es un objeto para atesorar. La vastedad y la belleza del contenido son un centro de gravitación que atrae y retiene. Recomendamos una lectura atenta y un paso lento a través de sus imágenes. Todas ellas son una parada necesaria en el recorrido de la revista, y a más de una querremos volver.
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