Nuestros antepasados sabían que todo acabaría mal, de lo contrario sería imposible explicar esta nave. El arca no se construyó en un día ni fue producto de la improvisación, es el resultado de los errores profetizados por la conciencia; esta nave es hija de la culpa.
A nadie de los antiguos se tenga por mártir, lo mismo daba aceptar el privilegio de un lugar o la resignación de permanecer inmóviles a la espera del fin. El viaje, se sabía, sería largo, acaso eterno; ninguno de los primeros tripulantes vería la tierra prometida; los que partieron sólo modificaban el espacio donde los alcanzaría la muerte.
A pesar de todo, y ante el hecho consumado, subyacía la idea de que allá, en el fin de los días, en el extremo impensado de la cadena de sobrevida, alguien alcanzaría la nueva tierra y esa esperanza permitió sobrellevar la angustia.
Se dictaron leyes para la nave; el código fue perfecto mientras se lo creyó perfecto.
La ley contemplaba minuciosamente cada aspecto de la vida en común; era claro que en un espacio limitado, los alimentos y el agua serían limitados, por lo tanto los navegantes debían estarlo también: las normas regulaban los tiempos y los alcances de la procreación.
Pero pronto los hombres sucumbieron nuevamente al egoísmo. Y entonces los desbordes, los engaños, el desorden. La previsión legal falló y la confianza desapareció. Se dejó de creer en el código. Había que modificarlo, entonces. ¿Quién se encargaría de legislar? Por fin los hombres encontrábamos un motivo para enfrentarnos. Y la lucha se mantuvo por años.
Los nuestros perdieron y yo que los encabezaba fui condenado al ostracismo.
Me encerraron donde se acumulan los libros, el sector más alejado de la nave.
Más que una biblioteca, este lugar es un archivo. Aquí residen la nueva y la vieja historia, las preguntas que responden preguntas, las palabras, los idiomas, los motivos y las consecuencias. Y a nadie le interesa.
***
Las formas de la rutina carecen de relevancia cuando nada neutraliza su opresión. Qué importancia tiene ser un domador, o un músico, o apenas un testigo, si todo se reduce a subsistir. Qué importancia tienen las maneras de cubrir los huecos cuando tenemos conciencia de una condición imperfecta que necesita justificarse la existencia.
Nací en esta nave, toda mi vida fue y será esta nave, este reducido espacio donde los libros y los pensamientos me gritan que no soy mejor ni peor que un insecto. Tantas palabras, aquí; la vida resumida (o amplificada) hasta el absurdo.
Salir de aquí no sería más que extender los límites de mi prisión. Aún así, quiero salir.
Pero vendrán por mí cuando ya no tengan fuerzas.
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Ojalá supiera cuál de todas las palabras guarda el secreto de las demás.
Letras de antiguas lenguas, vocablos muertos, innecesarios para esta vida. Cuando yo muera, el idioma de mis libros también morirá.
Es la condena: olvidar la historia, repetir los errores, ignorar la experiencia.
La expulsión del edén.
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El hombre asesinó a la Tierra y, sin embargo, la vida continuó: Dios fue tan piadoso como para permitirnos el arca; y tan imparcial en sus designios como para condenarnos, aquí también, a la ignorancia.
Hemos olvidado la razón de nuestro rumbo; rodeados de universo, somos prisioneros de la eternidad.
Nada sé, nada soy, nada tengo; vuelvo a mi búsqueda con la certeza de lo inútil. Mientras los hombres aceleran el nuevo ocaso, me pregunto si la muerte es fin, comienzo o continuidad.
Hombres del mundo, la tierra ha muerto y nosotros también moriremos.
La tierra ha muerto, si es que alguna vez fue.
Ver para creer.
Basura.
No logro concebir la sustancia de la Tierra, no alcanzo a imaginar la consistencia del barro.
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El sueño me ha vencido; cuando más tenía por decir, me he dormido. Desperté con el sabor amargo de los sueños olvidados. Persiste el vago recuerdo de algo bueno, algo perfecto. Sí, estoy seguro: en mi sueño vi la perfección. No la razoné, la vi; o, mejor dicho, la oí: era una melodía, la música de un piano. Me angustia haber poseído el tesoro más precioso y luego haberlo perdido.
Es la condena; es un punto en el cual el tiempo carece de sentido y el espacio se desintegra como mi sueño. Es un instante, un pensamiento inmaterial que nace al declararse el destino. Allí está el destino, lúcido e inmutable, lleno de verdad y ansiosa espera. El tiempo desaparece, el espacio es una excusa.
Hace meses que conozco mi destino. Y falta tan poco. La ansiedad me ciega, apresura mi sangre, tensiona mi piel.
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Este es el año 40 de la Nueva Ley del Arca.
Sin tiempo final, para qué seguir contando las horas. Cada día es el mismo día.
Si al menos una ventana me permitiera confirmar el universo, si al menos una luz recayera dentro de esta esfera metálica que viaja hacia quién sabe dónde.
Cuando el movimiento era circular, era fácil contar los ciclos y aceptar la mentira del tiempo. Pero ahora el viaje es lineal y no existen puntos de referencias. Es imposible explicar un principio, es impensado el final. Uno y otro son Dios, pero cómo explicarlo si no lo sé. El tiempo es ahora y es incierto.
Soy inercia.
Todo es ahora. No sirven los "secretos pasos iguales" que se atrevieron a inventar el tiempo. La duda alcanza a mi propia existencia. Miro mis manos, me asombra que los dedos obedezcan a mi voluntad; veo en ellas la perfección, ¿por qué, entonces, me sé imperfecto?
Recuerdo instantes de plenitud, segundos enteros los he saboreado; cuál de todas mis alegrías me los había permitido. Quisiera resucitarlas, aunque sé que sería en vano, pues sólo una vez cumplen su misión y lo hacen en el tiempo y lugar predeterminado por Dios. Pero quién es Él, dónde está.
Ya he perdonado y he soportado, mi prisión me ha enseñado la paciencia. Ya he dado y he perdido; he alabado y me he arrepentido. Hoy acepto mi destino y espero la hora que el único me ha prescrito. De mis pasiones aún persiste la angustia, pero poco a poco creo dominarla; la ira es un mal recuerdo; la vanidad, innecesaria; la soberbia me ha sido arrebatada y el miedo... el miedo alimenta la angustia. No perjuro, glorifico su Nombre (aún sin conocerlo); no hay mujeres que desear ni prójimo a quien insultar, de aquellas sólo añoro a la que alguna vez fue mía. No he robado, no he deshonrado a los padres de mi cuerpo, y si alguna cosa he matado, sólo fueron ilusiones. Y aún así, no soy justo: Dios se niega a mi conciencia.
Aquí estoy, ciego entre los ciegos, apartado entre los necios, prisionero de mi albedrío. Aquí estoy, porque así lo quieres. Es el año 40 de la Nueva Ley del Arca; he aceptado mi destino, pero me cago soberanamente en tu Cínica Voluntad.