En 1971, la gran Niní Marshall se animó a dar un salto desconocido hasta ese momento en su carrera: aceptó interpretar a un personaje que no había sido escrito por sus propias manos por única vez en su carrera. La obra se llamó Coqueluche y allí la “dama del humor” le dio vida a una excepcional diva a la vieja usanza. La pieza teatral, en la que compartió el cartel del viejo y querido Teatro Blanco Podestá con Thelma Biral, fue un éxito arrasador que aún hoy se recuerda. Más de medio siglo después, aquella obra regresa bajo la puesta de José María Muscari y el protagónico de Betiana Blum, en una versión que desde hoy se podrá ver en el mismo escenario en el que se estrenó la original, ahora rebautizado Multiteatro (Corrientes 1283). “Hacer esta obra era una cuenta pendiente”, detalla Muscari. “Hacer un papel que hizo Niní es un sueño”, reconoce Blum.
La convocante cartelera teatral porteña de este 2023 suma una nueva propuesta a su voluminosa oferta. La versión libre dirigida y adaptada por Muscari sobre la comedia que Marshall y Biral protagonizaron durante varias temporadas tiene ahora a Blum interpretando a la diva Victoria y a la joven actriz y bailarina Julieta Poggio (que este año alcanzó popularidad por su participación en Gran hermano) haciendo de Coqueluche. Ese cruce generacional le dará vida a la relación forzada y complicada que una diva teatral “de las de antes” deberá entablar con una chica proveniente de un internado de monjas, a la que la madre superiora (Mónica Villa) pone al resguardo en la mansión de la actriz ante la epidemia de tos convulsa que invade a la institución. El contraste entre el refinamiento de la diva y la vulgaridad de la joven harán que la convivencia sea un desafío para ambas.
“La obra expone dos mundos, el de la apariencia en el que vive Victoria, y el de Coqueluche, que es el real”, explica Blum. “El cimbronazo que sucede cuando esos dos universos chocan provocan una confrontación muy real, a veces con demasiada crueldad y otras tiernamente, que las moviliza a ambas pero fundamentalmente a la diva. Porque en su mundo de fantasía, ella tiene corazón, pero últimamente lo vino usando poco. La llegada de la chica se lo activa, pero a los golpes, haciéndole ver y vivir una realidad a la que no estaba acostumbrada”.
Muscari se suma: “Coqueluche pone en tensión al mundo de las apariencias con el real. Por un lado está Victoria, cuyas emociones están resguardadas por la imposición de las apariencias. Y por otro el de esta joven, que viene de una vida dura, que es pura emocionalidad. Coqueluche fue criada en un prostíbulo y después por monjas. Y cuando se enfrentan esos dos mundos se produce una eclosión y, a la vez, un encuentro emocional muy fuerte entre ellas”.
-El choque cultural es, desde siempre, nudo central del teatro. ¿La versión actual resignifica el sentido de Coqueluche en un mundo que rechaza al distinto y las burbujas tecnosociales tienen cada vez mayor capilaridad?
José María Muscari: -La obra plantea, justamente, cómo ese vínculo entre dos mundos enriquece al ser humano. Para mí hay algo de la obra en lo que cada uno de esos personajes enriquece al otro. Y también hay algo que está buenísimo, que habla de la inteligencia del autor y de la historia, que es que no prima un personaje por sobre el otro. En esta obra no hay ganadores ni perdedores. Los personajes operan sobre los otros naturalmente desde el intercambio, pero ninguno moldea al otro a su semejanza. La obra propone un intercambio humano verdadero, simbiótico, que es lo que debería pasar con la diferencia, ¿no?
Betiana Blum: -Hoy está extendida la idea de que lo diferente da un poco de temor, p0rque el intercambio es cada vez menos probable. Se escucha hablar a alguien que vive en el campo o a alguien que esté marginado de la sociedad, y se los cree incultos. En todo caso, son diferentes, pero no más que eso.
-En ese aspecto, ¿consideran que el teatro suele ser un arte que posibilita esos intercambios que la práctica social contemporánea impide?
J.M.M.: -En estos días en los que la puesta fue tomando forma me pregunté muchas veces qué es lo que determina que una obra sea un éxito. En su momento, Coqueluche duró casi ocho temporadas. Y yo creo que una obra se convierte en éxito cuando toca un costado humano. Esta obra fue un éxito porque su trama supo tocar una fibra: supo decir algo que el público estaba necesitando que le digan. Coqueluche se mete de lleno en la problemática de la diferencia, de la ternura, de la apariencia, de la realidad, sobre quiénes somos… Otro de los grandes temas de la obra es si preferimos la verdad, por más cruel que sea, o la mentira tranquilizadora. Antes de comenzar los ensayos, le pregunté al elenco si preferían que le dijeran siempre la verdad. ¡Y hubo de todo! Y siento que en el teatro las verdades son mejor recibidas por el público cuando se dicen con humor. Otra cosa muy distinta es escupirle la verdad a la gente en la cara. Y me parece que esa es la inteligencia que tiene la obra y que tiene el personaje de Coqueluche: le dice a la diva con mucho humor cosas que no permitiría que nadie le dijera.
B.B.: -Esta chica es capaz de decirle cosas muy ciertas pero dolorosas a Victoria. Es una cloaca. Pero lo dice de una manera tan genuina y desenfadada, como nunca nadie lo hizo, que desconcierta a la diva.
-¿Cuál será el tono de Coqueluche?
J.M.M.: -Es una comedia dramática. Cuando leí la obra me interesó porque me pareció muy diferente a lo que yo suelo hacer. Es una obra que me lleva a otro lugar.
-¿En qué sentido esta obra le resulta diferente a las anteriores?
J.M.M.: -Básicamente, porque en general soy medio tildado de diferente, transgresor, rupturista, un montón de palabras que el afuera le pone a mi trabajo. Y justamente la obra lo que menos tiene es ruptura, transgresión; nada que ver, es una obra clásica, muy clásica. Coqueluche es parte de un género perdido: el concepto de teatro para toda la familia, una historia muy simple en el que la ternura sobrevuela. La ternura es algo que la humanidad ha abandonado. Y se trata de una emoción muy linda de encontrar en un teatro. Y lamentablemente en el teatro uno suele encontrarse mucho con la risa, con la angustia, con la adrenalina, pero pocas veces uno se topa con la ternura ternura como emoción.
B.B.: -Igual, el sello Muscari está muy presente. Es una obra clásica pero tamizada por sus manera de ver el mundo y el teatro.
-Incluso, pareciera estarlo desde el mismo casting, convocando a Julieta Poggio, que si bien tiene un recorrido actoral, la mayoría del público la conoce por su reciente pasado como participante del reality show Gran hermano.
J.M.M.: -La obra estuvo dando vueltas mucho tiempo y siempre la soñé con Betiana como protagonista. Una vez que la tuve, me puse a buscar a su contraparte. No era fácil armar a la dupla protagónica porque debían ser antagonistas. Tenía que tener un peso, una versatilidad y una comicidad para el rol muy fuerte, además de cierto “ángel” que yo pensaba que debía tener sí o sí. No se encuentran tantas actrices y actores de 20 años que puedan protagonizar y tengan el peso escénico para estar en la calle Corrientes. Y Julieta me encanta porque tiene “ángel” y esa cualidad no se aprende. Y segundo, porque es una actriz que es formada desde chica, que lo que le pasó es que en el medio de todos sus trabajos de golpe estuvo en el reality más visto del país. Pero fue un trabajo más en su recorrido. Le dio popularidad, pero antes la había visto en Esperando la carroza 2, en El Principito en la versión teatral con Sebastián Franchini, con Patricia Sosa. La había visto en diferentes lugares. No es una ex Gran Hermano, es un actriz que pasó por el reality.
-En su caso, Betiana, ¿no hubo prejuicio?
B.B.: -En lo más mínimo, porque todas fuimos jóvenes y alguien nos permitió dar nuestros primeros pasos en la calle Corrientes alguna vez. A su edad, yo estaba haciendo Lorca en mi pueblo natal. Me escribieron mucho diciéndome cómo iba a permitir que ella actuara conmigo y a mí me daba risa. Julieta tiene una formación actoral impresionante, además es profesora de danza y canta muy bien. Julieta es muy responsable y está muy bien en su papel, genial. Y además porque a mí me sedujo poder hacer un personaje que había hecho nada más y nada menos que Niní, a esta actriz que representa un poquito a las divas de antaño. Ella vive en ese mundo de glamour y de apariencia, y de soledad, y de mucha mentira. Le paga hasta su amante (Mario Guerci), mucho más joven que ella por supuesto. Es una diva en pleno estrellato, una de esas divas que nunca podía verse sin maquillaje. Ella vive en esa apariencia, en un mundo real.
-Muscari, ¿cómo encaró la adaptación de Coqueluche, teniendo en cuenta que no vio la original?
J.M.M.: -Me manejé de la misma manera que cuando adapté La casa de Bernarda Alba, de Lorca, o cuando hice Julio César, de Shakespeare, o cuando hice Madre coraje, de Brecht. Es decir: tomo algo que considero un gran autor o una linda obra, y empiezo a adueñármela, respetando la historia, los personajes, lo que estaba pasando. En este caso, ese trabajo se extendió con la incorporación de Betiana, a la que le propuse que ese trabajo siguiéramos haciéndolo juntos. La mirada de Betiana influyó en mi dramaturgia, en mis cambios, en lo que quería contar, en lo que quería mejorar, en lo que quería sacar. Y la adaptación también se vio condicionada por la sapiencia de cada una de los actores que sumé. El personaje de Mónica Villa, en la versión inicial, tenía otras escenas y le inventé musicales, momentos en los que ella se va a lucir por el peso escénico que puede aportar. El personaje del hijo de Victoria, que hace Agustín Sullivan, era mucho menos gracioso en la versión original. Pero no quería desperdiciar todos los recursos que tiene Agustín, por lo que potencié su personaje de hijo nerd.
-¿Es tan abierto Muscari a los apartes como dice, Betiana?
B.B.: -Es un placer el intercambio. Tenemos charlas, hablamos por teléfono, le comento cosas que me parece que pueden sumar. Y fue alguien muy receptivo a lo que a mi me parecía que podía sumar. No sé si es tan habitual, pero él lo permite y lo promueve. Cuando me doy cuenta de que a un escena se le puede poner el cuore, que uno la puede mejorar, creo que debo expresarlo porque es por el bien de todos. El teatro es un proceso colectivo. Uno puede también leer el guión y seguir las indicaciones del director. Y no está mal, tampoco.
J.M.M.: -Con su mirada, con su experiencia, Betiana engrandeció la obra. No hablo de su trabajo en el escenario que eso es algo obvio: es indiscutible la actriz que es. Siempre está aportando cosas que sirven. Anoche, por ejemplo, me llamó y me dijo "mirá, fíjate que estás agregando unas cosas en tal escena que para mí la ensucian". ¡Yo ni recordaba lo que había agregado! Le dije que me esperara, que hablaba con mi asistente y la llamaba. Cuando hablé con mi asistente, me enumeró todo lo que yo había agregado, y cuando pensé el aporte de Betiana, me di cuenta de que tenía razón y que la escena era más certera a partir de lo que ella me habría sugerido.
-¿No es celoso a la mirada de los otros sobre su adaptación?
J.M.M.: -No, cero. Me parece que, además, cuando llamás a actrices como Betiana o Mónica, a quienes respetás y admirás, estás sumando al proyecto a un conglomerado de cosas. Considero que si alguien actúa bien es porque piensa bien. Betiana es una gran actriz, pero no solo por su talento sino porque tiene una cabeza extraordinaria. Uno no puede no tomar lo que esa cabeza, que tiene un pensamiento, una mirada crítica, que tenga objeciones, que tenga cosas para decir, que por supuesto pueden ser tenidas en cuenta o que las podamos confrontar. Ninguna actriz o actor son meros instrumentos de mis ideas. Mi idea sobre una obra siempre es ínfima al lado de lo que termina siendo la puesta sobre el escenario. Betiana engrandeció la obra. Con su experiencia, con su calidad humana, con su forma de trabajar y comprender lo que es actuar, sería necio no tomar sus comentarios. Pocas actrices como Betiana entienden que actuar es existir, no solo representar.