La actuación, la pintura y la música atraviesan de distintas maneras la vida de Martín Pavlovsky. Que las prioridades entre esos frentes se alternen y varíen según los caprichosos esquemas de la libre profesión, es apenas un dato en la dinámica artística de quien asegura, a fin de cuentas, que termina encontrándole sentido musical a todo. “Te soy sincero. Para mí la música es fundamental. Aunque haga muchas otras cosas, yo pienso como músico”, dice Pavlovsky en conversación con Página/12. “Vengo del teatro, con la fuerte impronta familiar de mi padre –el gran Eduardo “Tato” Pavlovsky–, y también hace un tiempo recuperé la práctica de la pintura, que tiene que ver con mi formación desde muy chico. Pero la música está siempre ahí, rondando todo eso, y por más que le pongo pasión a la actuación y me interesan las artes plásticas, sólo me confieso ante el piano”, continua Pavlovsky.

Después de hacer recientemente la parte del profe que lo echa a Fito Páez del conservatorio en la exitosa serie El amor después del amor, o ser el afinador del piano que va a tocar Bill Evans, en Bill 79, la película de Mariano Galperín que cuenta las peripecias del genial jazzero en San Nicolás, el pianista-compositor-arreglador-actor insiste en vivir la música como ventura cotidiana. “Me levanto a la mañana y toco Bach, ¿viste? No se si hay algo que se pueda comparar con eso. Y entonces la música se convierte en lo más importante, en lo que más me ocupa”, asegura Pavlovsky, que después de la pandemia sacó un disco con música propia, que no casualmente se llama Dos mundos.

Entre guiños minimalistas, aires jazzísticos y folklóricos o acaso tangueros, y gestos que podrían bajar de Satie, Gismonti, Chopin o Remo Pignoni –la música que lo nutrió como pianista–, la tradición oral y la música escrita traspasan sus propios cánones, en un álbum que es un fiel reflejo de esa multiplicidad que es más fácil de escuchar que de explicar. Antes de aspirar a ser nueva, la música de Dos mundos se empeña en sonar fresca e ingeniosa, sólida y directa. “Tengo una formación digamos académica”, comenta el pianista y compositor, egresado como pianista del Conservatorio Carlos López Buchardo en 1987. “Composición estudié acá en Buenos Aires con Manolo Juárez, Oscar Edelstein y Gabriel Senanes y después me fui a París. Allá entré al Conservatoire National de Pantin, donde tuve como maestros, entre otros a Sergio Ortega Alvarado (histórico integrante del conjunto Quilapayún y compositor de “El pueblo unido jamás será vencido”).

“Cuando volví de Francia, me encontré enseguida con Juana Molina –fue parte del elenco del recordado Juana y sus hermanas– y desde ahí se abrieron otros espacios para la actuación, pero por esa época la música contemporánea estaba muy arriba entre mis obsesiones. Compuse mucho e incluso tuve algunos reconocimientos”, apunta Pavlovsky, galardonado con el Premio Tribuna de compositores 1992. “Después, quién sabe por qué, paulatinamente me fui corriendo hacia otros lugares, más tonales si se quiere, pero nunca logré componer canciones. Eso es raro. Como que fui reconstruyendo una sensibilidad hacia la música popular que me venía de lejos, pero sin detenerme en la canción. Mi primera conexión con ese mundo fue como pianista de Marilina Ross, a los dieciocho años, cuando con mi familia volvimos del exilio. Después, cuanto estudiaba en Francia había trabajado con el tango y acá eso siguió de alguna manera con el cuarteto de Luis Borda y con La chicana”, continua Pavlovsky.

“Con el tango me conecté casi de casualidad y hasta hoy esa relación sigue presente, como una fuente importante para mi música, como compositor y como pianista”, asegura el músico y actor. “El tango no es un fin, claro, pero sí un condimento importante para la música que quiero hacer. Lo mismo que el folklore, que para mí me viene de todos los folklores, como una fuerza de la naturaleza. En este sentido aprendí mucho de escuchar a los compositores rusos: Prokofiev, Tchaikovsky”, sigue Pavlovsky, que además trabajó como pianista de café concert, al lado de figuras como Enrique Pinti, Cecilia Rosetto y Antonio Gasalla. “Por otro lado, el minimalismo siempre me atrajo y lo estudie mucho. Me enseñó eso de no poner cosas de más, con lo mínimo hacer lo máximo”, asegura. En esa mezcla de materiales, estilos y horarios, también la música para cine y teatro ocupa un lugar importante en la obra de Pavlovsky. “Y la danza también”, agrega el músico.

Paciencia y originalidad

Toda esa experiencia decanta en Dos mundos, un disco que se gestó con mucha paciencia y que como tantas cosas atrasó su salida por la pandemia. “Tenía músicas en gran parte compuesta en las últimas épocas y algunas un poco más viejas, pero quería tocarlas y grabarlas en versiones nuevas, porque creo que una de las cosas que caracterizan a Dos mundos tiene que ver con los músicos que me acompañan”, asegura Pavlovsky. Facundo Guevara en percusión, Martina Greiner en violoncello, Ingrid Bay y Guille Airoldi en trombones, Martcho Mavrov en corno y Eduardo Oso López en tuba, configuran un ensamble poco frecuente, que Pavlovsky hace sonar con gran sentido de la originalidad. “La idea de grupo fue fundamental en este caso, con muchos de ellos toco desde hace años y no los elegí sólo porque son buenos músicos”, agrega el pianista. Alejandro Terán, que toca la viola en el tema que da nombre al disco, y las cantantes Laura Vásquez y Sandra Baylac, que intervienen en “Despertando” y en la sorprendente “Vidala Irlandesa”, son algunos de los invitados.

“Cuando empecé a darle forma al disco, traté de hacer una selección atemporal. Seleccioné mucha música, compuse otro tanto y arreglé como loco. Naturalmente al momento de grabar algunas cosas quedaron afuera, pero entraron otras que ni pensaba que podían entrar”, cuenta Pavlovsky. “El tema que terminó dando nombre al discos es la reelaboración de una música que había compuesto para una película de Juan Solanas (Un amor entre dos mundos, 2013) y también hice una versión de “King Kong”, un tema que se hizo conocido a través de una versión de Pablo Nemirosky con Minino Garay y que ya habíamos grabado con el Cuarteto de Luis Borda”, señala. El despliegue energético de “Malambo”, los aires chacarerosos de “Combinaciones”, el funky trunco de “El camino más corto” y la magnética languidez de “Las horas”, completan un panorama de luminosa variedad.

Dos mundos fue grabado antes de la pandemia y pudimos sacarlo recién cuando empezaba a terminar. Será por eso que lo siento como algo nuevo y viejo a la vez”, reflexiona el músico. “Teníamos la grabación ahí sin saber muy bien qué hacer. Yo estaba Uruguay para filmar en la serie Porno y helado, cuando del Club del disco aceptaron editarlo. Ahí nos recibieron de la mejor manera, fue lo mejor que podía pasar”, concluye Pavlovsky.