La película, cinematográficamente valiosa e impactante, sobre la vida de Robert Oppenheimer, el físico norteamericano que comandó el proyecto Manhattan dando lugar a la creación de la primera bomba atómica, abre una serie de interrogantes sobre los orígenes de la Guerra Fría y del terror nuclear que desde entonces asedia al mundo. La clave está en el breve encuentro sin entenderse lo que hablan, entre Robert Oppenheimer y Albert Einstein al comienzo de la película, en parte ficcional como lo reveló el director, pero que refleja bien el pensamiento de ambos, y se esclarece al final. Oppenheimer estaba preocupado por las consecuencias físicas de la explosión nuclear, la destrucción material y las reacciones posteriores sobre la humanidad que podía traer esa explosión, y Einstein, que se oponía a la utilización de la bomba, aunque al principio la había propugnado, pensaba que las consecuencias principales serían políticas. Y de hecho lo fueron.

Si hay un anticipo de la Guerra Fría, este estuvo marcado por las bombas atómicas que los norteamericanos arrojaron el 6 y el 9 de agosto de 1945 sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, causando más de 250.000 víctimas, la gran mayoría civiles, cerca de la mitad en el acto y las otras a posteriori por efecto de las radiaciones. Esas bombas no cambiaron el curso de la guerra. Alemania se había rendido en mayo de ese año y no eran necesarias para terminar el conflicto bélico. Japón estaba vencido y la Unión Soviética intervino el 8 de agosto para acelerar su rendición, abandonando su pacto de neutralidad con el imperio del sol, firmado para no involucrarse en la guerra en Asia, tal como había acordado con los aliados. De modo que el apuro del nuevo presidente Harry Truman (asumió en abril del 45 tras la muerte de Franklin Roosevelt) como se advierte en el film por utilizar la bomba atómica, no tenía mucho que ver con el fin de la guerra en sí. La bomba había sido ensayada con éxito en el campo de Los Álamos el 16 de julio de ese año por el equipo de científicos y militares que dirigía Oppenheimer en el llamado proyecto Manhattan. El verdadero propósito de Truman era anticiparse a la presencia soviética en Japón con una demostración contundente del poderío norteamericano. Incluso, al día siguiente de la prueba denominada Trinity, una de las escenas más espectaculares de la película, iba a comenzar la Conferencia de Potsdam, donde se verificarían los acuerdos de Yalta acerca de la partición del mundo entre Estados Unidos, la URSS y Gran Bretaña, y sería de inmediato una medición de fuerza para los otros aliados.

Truman, a diferencia de Roosevelt, estaba decidido a pasar de una política de alianza a una de contención de la amenaza soviética. La Rusia de Stalin ahora se consideraba en Washington su mayor potencial enemigo. El lanzamiento de la bomba atómica era un elemento esencial para disuadir a Moscú de sus intenciones de extenderse en el mundo -sus ejércitos ya ocupaban media Europa- y significó un comienzo anticipado de la Guerra Fría. Esto se vinculaba internamente con las campañas anticomunistas emprendidas en el Congreso norteamericano por el senador Joseph McCarthy y antes de él, por el representante republicano y futuro presidente Richard Nixon y el FBI. El asunto del espionaje atómico fue uno de los más resonantes y Oppenheimer estuvo involucrado en las acusaciones que se hicieron en este sentido. En su caso no fueron públicas, como ocurrió en otras anteriores que involucraban a altos funcionarios de Roosevelt: el diplomático Alger Hiss, uno de los principales gestores de la creación de las Naciones Unidas y el subsecretario del Tesoro y fundador del FMI, Harry Dexter White, cuyas carreras fueron destruidas, por ser acusados de espías comunistas. 

La mayoría de los científicos con los que Robert trabajaba eran conscientes del peligro que entrañaba la bomba en sí y mucho de ellos estaban dispuestos a compartir sus conocimientos. No creían que la sola posesión del secreto atómico por Estados Unidos garantizara un futuro de paz. Por otra parte, después del lanzamiento de la bomba en Hiroshima y Nagasaki, Oppenheimer se opuso al desarrollo de una más destructiva, la de hidrógeno, lo que creó malestar en el gobierno norteamericano. Especialmente en el presidente Truman que luego de un encuentro que tuvo con el científico, bien reflejado en la película, lo considera despectivamente un llorón, por no decir un traidor. Con todo, las acusaciones en su contra no fueron por espionaje sino por sus presuntas simpatías de izquierda, como su apoyo a los republicanos españoles y las vinculaciones comunistas atribuidas a su esposa, su hermano y una antigua novia. El castigo que recibió fue el de ser apartado en forma humillante de sus funciones en el gobierno. El exvicepresidente Henry Wallace, muy amigo de Oppenheimer y un liberal en el estilo norteamericano, menciona en sus memorias que Robert le había confesado la preocupación de los que estaban construyendo la bomba por haberse abandonado la idea, sostenida por Roosevelt, de comunicar a Moscú los resultados obtenidos en su fabricación. Wallace percibía “una culpabilidad en la consciencia de los científicos atómicos” que trabajaban en ella, de que estuvieran contribuyendo a otra guerra -esta vez con Rusia- con consecuencias muchísimo más graves que la anterior.

 

Con la llegada al gobierno de Truman estas ideas desaparecieron y la posible transmisión de información a los soviéticos pasó a ser un punto central en las persecuciones anticomunistas que tuvieron lugar. El episodio más resonante del llamado espionaje atómico, que no se menciona en el film, fue la ejecución en la silla eléctrica, en junio de 1953, del matrimonio de origen judío Julius y Ethel Rosenberg, las últimas víctimas fatales de la guerra mundial. Por su liberación se hicieron sin ningún éxito demostraciones y manifestaciones en todo el mundo. La acusación sobre ellos se basaba en la denuncia de un exmaquinista del centro de Los Álamos, el sargento David Greenglass, hermano de Ethel, que confesó haber pasado secretos a los soviéticos, atribuyendo la responsabilidad a los esposos Rosenberg, militantes comunistas. Greenglass sólo fue condenado a prisión y años más tarde desmintió esas declaraciones. Los mensajes de los servicios secretos soviéticos interceptados por la inteligencia norteamericana durante la guerra, dentro del llamado Proyecto Venona, que se dieron a conocer públicamente recién 1995 después de la caída de la URSS, le daban a Julius Rosenberg un rol menor en la cuestión y exculpaban a Ethel. Ambos fueron en especial centro de las campañas anticomunistas, y no fue por ellos que los rusos pudieron explotar su bomba atómica en 1949. 

La mayor incongruencia es que se les aplica una ley de 1917 que establecía la pena de muerte al espionaje para el enemigo en tiempos de guerra, pero en la 2º guerra los dos países eran aliados, no rivales, y un castigo de esa magnitud no debería haber sido aplicado. En cambio, de Karl Fuchs, un científico alemán y ciudadano británico que trabajó en un puesto importante en Los Álamos junto a Oppenheimer, se sabía fehacientemente que transmitió información crucial a los soviéticos. Fuchs fue juzgado y sentenciado en Gran Bretaña en marzo de 1950 a 14 años de prisión, la máxima pena posible en ese país por pasar secretos militares a una nación aliada. Una vez liberado, tuvo cargos de responsabilidad en la República Democrática alemana. Otro sospechoso de transmitir información atómica fue el joven científico norteamericano Theodore Hall, que no sufrió pena alguna, a pesar de la existencia de pruebas en su contra. Fuchs y Hall son mencionados en la película. Sin embargo, ésta pasa por alto a los Rosenberg, que no trabajaban en los Álamos aunque trascendieron en la historia de la creación de la bomba. La biografía sobre la cual se basa el film de Nolan se subtitula “el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer”, pero la mayor tragedia fue la de los Rosenberg.