Podría haber sido anecdótico. La juramentación de otro congresista más ese 22 de julio de 2016. Sin embargo, el instante pasó a la historia. Con 27 años, decidida, Indira Huilca juró por la memoria de su padre y por la de todos los muertos del gobierno de Alberto Fujimori. Las cámaras registraron esos pocos segundos. Ahí estaba de pie la hija de la víctima para sostenerle la mirada a Kenji Fujimori, el hijo del victimario. Por una cuestión reglamentaria, el menor del clan familiar debía tomarles la palabra a los legisladores. La numerosa bancada fujimorista intentó socorrerlo con una lluvia de abucheos dirigida a la joven parlamentaria.
–Usted prestó juramento ante el hijo de Alberto Fujimori, responsable de la muerte de su padre. ¿Qué sintió ese día?
–Fue un momento muy especial para mí y también para mis compañeros, porque iniciábamos el mandato que nos dio el pueblo, una representación de izquierda en el Parlamento después de muchísimos años. Uno de los mensajes que más aglutinó a quienes apostamos por el cambio durante el proceso electoral fue no olvidar lo que sucedió en el gobierno de Fujimori. Sobre todo no olvidar a las víctimas del fujimorismo. Queríamos darle un mensaje claro a la mayoría parlamentaria fujimorista de que nosotros íbamos a estar ahí para resguardar no solamente esa memoria sino para respaldar las luchas de quienes están buscando justicia en el país.
–¿No tiene sentimientos encontrados al entrar a un Congreso dominado por una bancada numerosa que sigue reivindicando a Alberto Fujimori?
–Efectivamente uno sí puede sentir una sensación contradictoria, porque ha sido una mayoría ciudadana la que votó por el fujimorismo. No una mayoría que necesariamente esté reflejada en la proporción que ellos tienen en el Congreso, porque eso se debe más a un asunto de cómo está establecida la norma en el país y con la valla electoral que los partidos tienen que pasar. Pero aun considerando eso, hay que reconocer que es un grupo que tuvo una votación importante. Tenemos que hacer un trabajo muy profundo para que esos sectores que encontraron en el fujimorismo una alternativa empiecen a encontrarla también en otros espacios políticos. Parte de ese trabajo es el que justamente nosotros emprendimos. El que se haya podido recuperar a un sector de la población que abiertamente respaldó un proyecto de cambio, que nosotros planteamos con un conjunto de ejes programáticos que otros sectores políticos habían abandonado. Nos parece importante decirlo en medio de esa contradicción que genera el saber que hay una mayoría que apostó por el fujimorismo.
–Antes de la segunda vuelta, Pedro Pablo Kuczynski se comprometió con los familiares y víctimas de las violaciones a los derechos humanos a respetar las sentencias dadas a los responsables que cometieron delitos de lesa humanidad. Pero en las últimas semanas insinuó la posibilidad de indultar a Fujimori. ¿Cómo evalúa este cambio de postura?
–Esta posibilidad es parte de un proceso de negociación que intenta el gobierno ante la debilidad que ha mostrado en este primer año. No solo estuvo el compromiso con las víctimas de la dictadura de no indultar a Fujimori. Con los maestros que ahora están en huelga pidiendo un aumento que se había prometido para el primer año. Con los gobiernos regionales que pedían mayor impulso al proceso de descentralización. No se ha podido avanzar en esos compromisos por la poca voluntad del gobierno pero también porque ha sido un año en el que se ha sentido la fuerza del fujimorismo dentro del Congreso, con el ánimo explícito de bloquear cualquier iniciativa. Esa posibilidad de indultar a Fujimori que el presidente ha dejado abierta pasa más por un asunto de negociación política, por intentar sobrevivir en este gobierno que no ha generado ningún tipo de respaldo a nivel social, frente a un fujimorismo que controla el Congreso y busca golpear a quien todavía considera su adversario, a quien le arrebató la posibilidad de llegar a la presidencia. Eso es lo que hay que considerar cuando se habla del posible indulto. No es solo una señal de traición, sino una señal de que la lectura política que hizo el gobierno no le ha permitido tener un respaldo y lo ha dejado en manos del fujimorismo.
–Igualmente Kuczynski evita la palabra indulto. Habla de “perdón médico”.
–Es un eufemismo. No existe la figura legal de un perdón médico. Lo que expresa tras esa idea es que quiere perdonar a Fujimori. Y lo que está encontrando como límite a esa voluntad es la ley, que es muy clara. No está permitido dar la posibilidad de indulto a quienes han sido sentenciados por determinados delitos, como aquellos bajo los cuales ha sido condenado Fujimori. Delitos de lesa humanidad, secuestro, tortura, asesinato. No hay posibilidad de indultarlo bajo la potestad que tiene el presidente para indultar a otras personas en otras circunstancias. Quiere jugar con esta idea de que tras la evaluación médica podría salir de la prisión. Sin embargo, no se trata de una decisión del presidente. En el caso de que correspondiese un indulto humanitario, que es la única figura a la que Fujimori podría apelar, se abriría esa posibilidad. Eso no pasa por la discusión política, sino por una evaluación a nivel judicial de una junta médica.
–¿Qué significaría la potencial liberación de Fujimori para la sociedad peruana?
–Es un tema sobre el cual la justicia se pronunció, generando una sentencia histórica, y probablemente sea ese el impacto que tenga al nivel de la sociedad. El asunto es si realmente estamos dispuestos a garantizar que quienes han tenido mucho poder en nuestro país y han cometido delitos durante su mandato sean sentenciados por la justicia o queden en la impunidad.
–En seis meses de gobierno, el presidente Kuczynski se reunió dos veces con Keiko Fujimori. ¿Lo que está en juego es solo el indulto o hay más cosas en común entre ambos?
–Tienen varias cosas en común. Comparten un programa económico, algo que no ha cambiado en el país, con consecuencias graves para el manejo del gobierno. Esta disposición que ha tenido el presidente con la señora Fujimori se debe a que es un gobierno plagado de funcionarios que provienen del sector privado, de grandes consorcios empresariales, que no han tenido una brújula clara para orientar el gobierno en el primer año. Es un gobierno con una bancada muy reducida en el Congreso, sin referentes aparte del propio presidente. No tiene una base social con la cual gobernar y piensa que la única manera de llevar la fiesta en paz es con el fujimorismo. Eso en el plano de un juego de poder, en una instancia aislada de lo que la gente está esperando. En otro nivel hay una coincidencia total, como en la conducción económica o en las políticas sociales. Si hubiera una diferenciación del gobierno con el fujimorismo en otros aspectos probablemente el país mismo lo notaría. Pero no se está dando.
–El gobierno de Kuczynski parece estancado. El modelo económico es el mismo que implementó Fujimori en los 90. ¿Cree que las políticas neoliberales fracasaron?
–El modelo económico de Fujimori ha fracasado estrepitosamente. Además es un modelo que ha tenido una continuidad que no se vio alterada por nadie. Ninguno de los gobiernos que lo sucedió se arriesgó a alterar alguna de sus normas mínimas. Ya pasamos este ciclo de altos precios de los minerales y no hubo voluntad política de desarrollar otro tipo de actividades que permitieran fortalecer la economía. Hemos dependido en los últimos diez años del precio de los minerales y sobre esa ilusión se montó una expectativa de que el modelo económico, de modo automático, iba a generar mejores condiciones de vida para la gente. Pero estamos viendo que no es así. La situación es muy crítica. Tenemos una huelga de maestros en Cuzco y una huelga médica que expresa no solo el descontento de ese sector a nivel reivindicativo, sino la grave situación para garantizar atención mínima de salud a la mayoría de la población. Son sectores que se han visto perjudicados por este modelo económico. Perú es un país donde es mucho más fácil para las empresas evadir impuestos. No hemos iniciado ningún tipo de reforma para que la presión tributaria nos permita tener ingresos para invertir en políticas públicas. Esos elementos nos dicen que el modelo está agotado. No se trata únicamente de la lógica económica sino de quiénes determinan por dónde tiene que ir la política económica.
–El fujimorismo quedó a las puertas de la presidencia en las dos últimas elecciones. Ante el prematuro desgaste de Kuczynski, ¿crecen las posibilidades de Keiko Fujimori de llegar al poder en 2021?
–Creo que el proyecto fujimorista también está demostrando su agotamiento. El fujimorismo se constituyó como fuerza política sobre la base de la inocencia de Alberto Fujimori de todos los delitos y crímenes que se le imputaron cuando dejó el poder. En ese mismo momento se formó el primer partido fujimorista y Keiko Fujimori postuló al Congreso. Pudo ingresar por ese recuerdo que tiene la gente de lo que significó el gobierno de su padre. Un gobierno clientelar que supo usar los enormes recursos que teníamos en ese momento, producto de haber asumido todas esas políticas neoliberales, para tener contenta a la ciudadanía a través de dádivas y prebendas. Pero el fujimorismo no tiene ahora otra carta bajo la manga para mostrar en términos de un proyecto político. El elemento del perdón por los crímenes de Fujimori ya no es algo que garantice la unidad de su propia bancada. Hemos visto en las últimas semanas discrepancias dentro del propio espacio fujimorista entre quienes se asumirían más fielmente como herederos del gobierno de Fujimori y claman abiertamente por su libertad y quienes estarían tratando de que ese no sea un tema que salga a la luz. Si el fujimorismo no plantea qué puede hacer para conducir el Congreso de forma que le satisfaga a las mayorías, esta idea de apelar solo a la figura de Alberto Fujimori no va a ser suficiente.
–El Frente Amplio, de la mano de Verónika Mendoza, logró en 2016 la mejor elección para la izquierda peruana en décadas. ¿Considera que este espacio puede pasar de tener un rol fiscalizador en el Congreso a convertirse en una alternativa real de gobierno?
–Debemos asumir las limitaciones que aún tenemos para fortalecer un proyecto político de izquierda, de transformación. Hemos tenido nuestras dificultades para conciliar miradas desde lo organizativo. Sin embargo creo que el último proceso electoral permitió consolidar una visión de país que queremos sin usar eufemismos. Es un avance. Que la gente se sienta identificada. No solamente hablamos de transformaciones en lo económico, sino también en lo social, en lo cultural. Sobre ese avance hay que seguir empujando para ser los representantes de quienes no se sienten identificados con esas disputas que se han venido dando entre el gobierno y el fujimorismo, porque son disputas que se dan casi en las alturas, que no tienen un correlato real en lo que a la gente le preocupa. No han parado las movilizaciones en las diferentes regiones del país de sectores organizados de la sociedad que ven cómo la debilidad del estado, que se ha venido forjando por estas políticas neoliberales, produce una mayor sensación de informalidad. Si algo nos ha dejado el último proceso electoral es que hay una expectativa muy grande para que una alternativa de cambio se consolide.
–El movimiento al que usted pertenece, Nuevo Perú, rompió recientemente con el Frente Amplio. ¿Esta situación no debilita a la izquierda?
–Soy de las que creen que una ruptura no es algo positivo ni algo sobre lo cual no convenga hacer una evaluación para sacar lecciones. Aunque tampoco creo que en el contexto actual la izquierda haya terminado de ensayar la ruta para lograr la unión de los sectores populares y progresistas. Más bien pienso que en el último proceso electoral hemos intentado una de las rutas, que fue la constitución de un frente al cual todavía le faltaban fuerzas a nivel organizativo lo suficientemente sólidas para poder convocar de manera más amplia a otros sectores. Ahora debemos abocarnos a ese trabajo, reconociendo que quienes en este momento han dejado de ser nuestros compañeros de organización no son enemigos ni personas con las que no vayamos a coincidir.
–La situación política no es buena para la izquierda y el progresismo en la región. Siendo una mujer de ese espacio, ¿qué lectura hace del momento?
–Creo que se ha agotado un tipo de proyecto político ligado a estos progresismos que llegaron al gobierno y tuvieron una vocación muy fuerte por fortalecer cierto tipo de actividad económica. Ahora está en discusión cómo recreamos ese proyecto y cómo lo fortalecemos, porque se ha visto golpeado y en algunos casos se sienten retrocesos muy fuertes. Es tiempo de mirar qué cosa no se ha hecho bien, incluso lo que la responsabilidad a nivel gubernamental ha implicado en el abandono de algunas banderas que se consideran importantes. Cómo garantizamos, por ejemplo, la discusión que se le ha exigido en estos años a la izquierda sobre la democracia, para darla en nuestros propios términos. Hay que dejar de lado algunas ideas que dábamos por sentadas y ensayar otras lecturas.
–Llama la atención las acusaciones a ex presidentes como Lula y Ollanta Humala, sobre todo cuando personajes como Michel Temer, Alan García y el propio Kuczynski, seriamente sospechados de haber cometido delitos, parecen escapar del radar de la Justicia. ¿Piensa que hay un doble estándar para investigar a ciertas figuras, sobre todo si están ligadas a proyectos de izquierda o más progresistas?
–Es evidente que siempre va a haber un doble rasero para evaluar a la izquierda. Pero también soy consciente de que nos enfrentamos al poder establecido, a quienes controlan los medios de comunicación. No es casual que durante los procesos electorales se abra un abanico de ataques. Hay un conjunto de actores que se pone muy nervioso cuando existe una posibilidad de que no sea solo gente de izquierda o que consideren adversarios los que pueden ser investigados por casos de corrupción, sino gente de su entorno. Sé que eso es lo que despiertan los proyectos de cambio, la posibilidad de alterar el escenario y la forma en que se configura el poder. El caso Odebrecht en nuestro país presenta características distintas en la manera en que se han manejado estas situaciones de coimas y de involucramiento de altos funcionarios. Pero no es algo nuevo. Acá la corrupción la tuvimos como todo un aparato que hizo que el Estado se transformara en los ‘90 en una gran máquina para corromper. No llegamos a superar esa etapa, entonces cuando se intenta colocar a la izquierda en los debates como si fuera la única fuerza antidemocrática o la única fuerza corrupta es claro que lo que se intenta es silenciar cualquier proyecto político de transformación. Para revertir esta campaña, para que no se establezca como un sentido común, vamos a requerir de un trabajo fuerte a nivel de organización en la sociedad. El tejido social fue destruido por completo en décadas anteriores. Hoy nos toca repararlo y tratar de que la democracia tenga sentido para la mayoría de los ciudadanos.
–Las fuerzas conservadoras son muy fuertes en Perú. ¿Cómo es batallar a favor de la legalización del aborto y del matrimonio igualitario?
–Es duro. Siempre ha habido una presencia muy fuerte de sectores conservadores en la Iglesia Católica, pero han tenido dificultad para hacer que ese discurso anti derechos se transmitiera de forma directa a sus feligreses. Es algo que sí han logrado las iglesias evangélicas, que han comenzado a movilizarse y a penetrar en grupos de la ciudadanía mucho más transversales y populares. Nos preocupa que esas formas tergiversadas de entender las políticas públicas empiecen a tener eco en el Estado. Estamos frente a un retroceso. Por la fuerza que tuvo en su momento el movimiento de mujeres en el Perú hemos logrado dar pasos hacia adelante en el reconocimiento formal de un conjunto de derechos, en medio de una pelea muy fuerte contra el estado. Ahora estamos ante la posibilidad de que el estado retroceda incluso en el reconocimiento de cosas básicas como que en el currículo de educación se pueda hablar de igualdad de género, o que la palabra género sea debatible, un absurdo total. Que la responsabilidad del estado sea garantizar políticas de igualdad de género no debería estar siquiera en discusión. Esos sectores conservadores se alimentan de espacios políticos como el fujimorismo para impedir que las mujeres o las personas LGBT puedan gozar plenamente de sus derechos.