¿Por qué decir “Macri basura, vos sos la dictadura” sería no entender la complejidad de la situación que estamos viviendo? ¿Qué tiene de “simple” ubicar a los dirigentes que hoy ocupan el poder del Estado como los civiles de la dictadura?
Después de la nota de José Natanson que se publicó en este mismo diario, muchas fueron las reflexiones que generó su lectura, la mayoría centradas en discutir la idea de “derecha democrática y renovada”, pues parece que la desaparición de Santiago Maldonado, el encarcelamiento de Milagro Sala en Jujuy, la represión a los maestros con motivo de la instalación de la Escuela Itinerante en la Plaza del Congreso, la persecución y detención de varias militant@s con motivo del Ni una menos, la represión a los trabajadores cesanteados de PepsiCo, la aberración de la Corte Suprema de (in)Justicia con el 2×1, las amenazas constantes a dirigentes populares, no alcanzan para señalar como represora, violenta, desaparecedora a la Alianza Cambiemos.
Democracia y elecciones no son sinonimias. El sistema democrático-electoral que tiene vigencia desde 1983 se configuró como antinomia de la dictadura cívico-militar-clerical. Una democracia que desde la perspectiva final del genocidio era soñada como esperanza y como un camino que iba a conducir a la sociedad argentina de una historia de intolerancia, autoritarismo, “oscurantismo”, a un futuro de pluralismo, libertad, integración y convivencia bajo patrones por cierto mucho más deseables que el orden autoritario, dictatorial y asesino-desaparecedor anterior. La democracia aparecía de manera proyectiva, entendida menos como proyecto/realización que como programa a realizar. Entonces, la utopía democrática era utopía de la plena realización de todas esas libertades arrebatadas y negadas por la dictadura. En el caso argentino fue sintetizada por el presidente Alfonsín con la frase “con la democracia se come, se cura, se educa”. Es decir, la democracia como programa vino a reemplazar al socialismo como proyecto en disputa en el período de ascenso popular entre 1959 y 1973/75. Y la frontera de lo posible se circunscribió a los límites del capitalismo.
Democracia se convirtió en sinécdoque de elecciones y, en el contexto de una sociedad posgenocida, parece que eso bastó para poner en jaque el programa democratizador de Alfonsín –que con el Plan Austral y las leyes de impunidad a los genocidas se desplomó– y también para configurar una hegemonía neoliberal, cuya promesa de futuro era el ascenso social orientado hacia el individualismo, el consumo en Miami y otras aspiraciones anti-colectivas. Las luchas populares de 2001 sometieron a crítica el modelo económico del menemato junto con las perspectivas culturales del neoliberalismo y, a partir de 2003, los gobiernos kirchneristas recuperaron muchas de las demandas populares para realizar una parte sustantiva de su programa de gobierno, que entramaba una promesa de bienestar basada en la estabilidad. En 2015, se sabe, la Alianza Cambiemos gana las elecciones en un contexto latinoamericano signado por los golpes en Haití, Honduras, Paraguay y Brasil.
En este contexto, creemos que se presentan al menos dos interrogantes: ¿el ciclo que arrancó a fines de los 90 con los gobiernos progresistas y revolucionarios de nuestra región ya está cerrado? Y: ¿se está configurando un nuevo proyecto hegemónico? En principio, y a diferencia de lo que se viene analizando a raíz del resultado de las PASO, creemos que Cambiemos no tiene para ofrecer más que una promesa condensada en la expresión “vivir en la incertidumbre”. Con la crisis del capitalismo y con el lugar periférico-dependiente propio de la Argentina no es posible prometer ni siquiera una falsa utopía de bienestar por derrame. El macrismo no tiene proyecto, sí tiene un pool de medidas económicas regresivas, a veces contradictorias entre sí, que responden directamente a sus negocios, y las sostiene con represión. Por el revés, presenta una subordinación absoluta a los planes estadounidenses de reconquista latinoamericana. La Alianza Cambiemos no tiene una aspiración de un sujeto a construir. Ni siquiera alimenta la idea –tal como lo había hecho el menemato– que los “negros” podían “emblanquecer”. Estamos frente a un esquema de poder que dialoga con los propios en el puro presente contra el pasado reciente. Pero sin futuro: apelando a un registro emotivo individual sin promesa de futuro.
Entonces, ¿cómo es posible construir un nuevo proyecto hegemónico sin proyecto? ¿Sólo con medidas económicas? ¿Sin “novedad” respecto de los rasgos de sociedad individualista que Cambiemos ni siquiera propone, si es que exceptuamos el levísimo y poco marketinero ademán emprendedor? Por cierto, y para analizar el resultado del domingo pasado y los desafíos que la Argentina tiene de cara a octubre, el 60 por ciento de la población votó a la oposición. Pero ¿otro problema, quizás mayor, no radicaría en que ni en la oposición se cifra un proyecto de futuro para canalizar el descontento? El futuro no se construye con la “audacia” de los globos, sino proponiendo un proyecto de país que, en nuestra región, sea capaz de declinar la deshumanización que estamos padeciendo.
* UNGS-Conicet y CEIL-Conicet.