“Trato de hacer fotografías honestas, no arte”, dijo alguna vez Tina Modotti (1896-1942) con la modestia típica de los grandes. Suyas son algunas de las imágenes más emblemáticas del siglo XX, donde la vanguardia estética se fusiona con el genuino compromiso social y político. Dueña de una obra vital y atemporal, también su personalidad fue de avanzada, siendo -como era- una mujer valiente, decidida y emancipada que vivió a su manera, superando incontables escollos. Normal, entonces, que la curadora Isabel Tejeda declarase recientemente que -para ella- era muy importante “encarnar biográficamente a Modotti porque, en su obra, fotografía y vida van de la mano”.
Tejeda es la responsable de Tina Modotti, la exhibición más amplia jamás montada en torno a esta fotógrafa italiana, que reúne cerca de 250 de sus imágenes y se presenta por estos días en el Centro KBR de Fundación Mapfre, en Barcelona. Un esfuerzo titánico en tanto la gran mayoría de las piezas son copias de época, antaño reveladas por la mismísima Tina, cedidas para la ocasión por numerosos museos, galerías y coleccionistas privados de Italia, de España, de México, de Estados Unidos. Un plus, resalta Tejeda, en tanto también permite observar “cómo era su trabajo de laboratorio, cómo positivaba sus propias fotografías”.
Nomás ingresar a la sala, un texto recuerda que TM fue testigo y partícipe de algunos de los mayores acontecimientos históricos de la primera mitad del siglo XX, que forjaron su personalidad libre, resuelta, arrojada. Su biografía está cruzada por “la emigración europea a América en el cambio de centuria; el nacimiento del cine mudo en la costa oeste de los Estados Unidos; el agrarismo postrevolucionario en México; el muralismo político; la reivindicación de la cultura indígena; la incorporación de las mujeres al espacio público; la pugna entre estalinistas y trotskistas tras la Revolución de 1917; la guerra civil española…”. Y eso que murió joven, con apenas 45 años, tras una vida tremendamente movida.
Sus fotografías también responden a un período breve: las tomó principalmente entre 1923 y 1930, desplegando un talento sobresaliente en menos de una década. Organizada cronológicamente, en la muestra puede observarse la evolución de su trabajo: la modernidad de sus composiciones tempranas; cómo experimenta con formas, luces y técnicas de impresión en imágenes que bordean la abstracción al capturar -por poner algunos ejemplos- los arcos del convento de Tepotztlán o las formas geométricas naturales de flores como las azucenas, los geranios y las rosas. Y ya luego, cómo vira su enfoque hacia la fotografía de denuncia, poniendo el acento en la desigualdad y la injusticia, especialmente de la clase campesina mexicana; sin desatender, empero, los aspectos formales de un corpus deslumbrante.
Primeros años: de Údine a Hollywood
Tina Modotti nació en Údine, al noreste de Italia, en 1896, hija de un mecánico y de una costurera. A los 12, se vio obligada a abandonar la escuela para trabajar como obrera de una fábrica textil, dada la precaria situación de su familia. A los 16 años, cruzó el océano rumbo a los Estados Unidos, donde su padre ya estaba instalado, habiendo emigrando en busca de una mejor vida. Aunque no sabía inglés, la morena vivaz de metro y medio de altura se las apañó para conseguir empleo como costurera en San Francisco, en una tienda de lujo donde, por su belleza, no tardó en ser fichada como modelo.
Curiosa por demás y deslumbrada por el pujante movimiento cultural de la ciudad, TM empezó a interesarse por las artes, especialmente por el teatro; a punto tal que pronto debutó como actriz amateur en piezas que tuvieron relativo suceso. Por estas fechas, se enamoró de un joven poeta y pintor, Roubaix “Robo” de l'Abrie Richey, con quien se mudaría a Los Ángeles y formaría parte de un círculo de vanguardia integrado por artistas e intelectuales anarquistas, fascinados por la mística oriental, el amor libre, la Revolución Mexicana… “Con Robo, no se casaron pero sí vivieron juntos”, aclara Tejeda, resaltando cómo Modotti era renuente a dejarse encorsetar por las limitantes costumbres de la época.
Ya en Hollywood, su inteligencia y carisma le reportaron papeles en -al menos- tres películas de cine mudo: Tiger’s Coat (1920), de Roy Clements; Riding with Death (1921), de Jacques Jaccard; y I Can Explain (1922), de George Baker. Interpretando, eso sí, roles estereotipados -“por sus cabellos oscuros y su piel mediterránea”- de mujeres exóticas y sensuales. Al respecto: la exposición proyecta el film Tiger’s Coat, y además recupera algunos raros retratos de Tina posando con distintos disfraces: como bailarina, manola, personaje de Las mil y una noches, etcétera, en una suerte de book que le servía entonces de carta de presentación profesional. Así las cosas, la Modotti actriz -que también escribía poesía- poco tardó en ponerle punto final a su fugaz carrera fílmica, pasando a campos más verdes: la fotografía.
Los decisivos años mexicanos
Como se ha mencionado, en Los Ángeles Tina era parte de círculos bohemios, y así fue cómo Edward Weston -presentado por un amigo en común- entró en escena. Reconocido fotógrafo establecido por cuenta propia, él quedó flechado por Modotti y le pidió fotografiarla. Del intercambio surgió un affaire que duraría varios años; un amor tan fuerte que cuando Tina le sugirió mudarse a un México posrevolucionario (que ella había conocido un año antes, cuando viajó por la repentina muerte de Roubaix), Weston -que estaba casado, con hijos, tenía un estudio exitoso- lo dejó todo para seguirla hacia un país que había ejercido en ella una fascinación inmediata. El año era 1923, y a poco de embarcar en el SS Colima, los enamorados hicieron un trato: abrir un estudio donde ella se encargaría de la gestión a cambio de que él le enseñara fotografía.
Llegados a Ciudad de México, efectivamente fundaron un estudio. TM gestionaba pedidos, organizaba las exposiciones de su compañero; oficiaba además de traductora para que él se entendiera con sus nuevos amigos; los pintores Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Siqueiros, entre ellos. Florece Tina en ese círculo de intelectuales y artistas, de ideas cercanas al comunismo, que ella comparte. Y la bohemia abraza, cómo no, a esta italiana desenfadada que viste pantalón, que fuma pipa, que no teme expresar lo que piensa.
Weston y Modotti exploran el país sacando imágenes con cámara compartida, aunque “cuando miraban lo mismo lo plasmaban de forma distinta”, según Tejeda. Un ejemplo: en 1924, un circo ruso pasa por la ciudad y cada cual lo captura a su modo; Weston se concentra en las costuras de la carpa, en la marquesina, en las luces; Modotti, en cambio, captura a los laburantes que han ido a entretenerse después de una ardua jornada. En otras palabras, Tina aprende -a la velocidad de la luz- el modernismo de Edward, pero le aporta una dimensión política, convencida de que sus piezas no pueden reducirse a una simple exploración estética: necesitan reflejar la realidad social de México.
Para ella, un bodegón con mazorca de maíz, guitarra y banderola es más que un bodegón: es un símbolo de la patria en lucha. En su obra, instantáneas de manos ajadas que lavan la ropa, de pies maltrechos tras una vida de esfuerzos celebran el orgullo de las mujeres indígenas del Istmo de Tehuantepec… Su cámara se detiene en una bella mujer que porta una bandera; en una manifestación enmarcada a través de una multitud de sombreros típicos, en piezas que son hoy icónicas.
A finales de 1926, por cierto, la relación con Weston está agotada, y él regresa a los Estados Unidos. Ella se implica cada vez más políticamente; se afilia al Partido Comunista. Por esas fechas, “Modotti asiste y fotografía manifestaciones y participa en asociaciones políticas como Manos Fuera de Nicaragua”, anota la curaduría. Con su cámara, mientras tanto, le huye a la pose y retrata a personas reales en situaciones reales, “tanto de la ciudad como del campo: una fila de ciudadanos que espera para empeñar pertenencias, campesinos en las escuelas agraristas, vendedoras de tortillas, de coles, porteadores de maíz, lavanderas, madres acarreando a sus hijos, fiestas populares…”. Algunas de estas obras fueron publicadas en periódicos como El Machete, dirigido a lectores campesinos, y más tarde en revistas extranjeras como AIZ, Der Arbeiter-Fotograf, New Masses, Put’ Mopr, etcétera.
El costo del idealismo
A fuerza de talento y dedicación, una carrera promisoria se abre ante los de Modotti, pero ella profundiza la actividad militante, y paga caro su compromiso político: en 1929, la policía mexicana la responsabilizó por el asesinato de su amante, un revolucionario cubano, y la prensa reflota los magníficos desnudos que Weston le había tomado para describirla como una “mujer de poca virtud”, como “una comunista depravada”. Aunque finalmente es absuelta, al año siguiente vuelven a la carga: la acusan -falsamente- de haber participado del atentado contra el presidente Pascual Ortiz Rubio, y la expulsan, sin más, de México.
Tras ser deportada, TM pasa por Berlín y por la URSS, antes de sumarse a las filas del bando republicano durante la Guerra Civil Española. No lo tiene fácil: la expulsan en varias oportunidades del país, pero ella se las ingenia para regresar cada vez. Allí hace las veces de miliciana, de enfermera; también escribe artículos que firma con seudónimo para la revista Ayuda, editada por Socorro Rojo Internacional. Se hace amiga de Malraux, de Hemingway, de Dos Passos. Y por falta de inspiración y medios, abandona la fotografía, aunque Robert Capa intente convencerla de que vuelva a tomar la cámara. Es en vano, Tina Modotti ya no le encuentra sentido. Al respecto, cuenta Tejeda que “no hay rastro de fotografías suyas en este período, aunque algunos autores sospechan que tres de las 17 imágenes de Viento del pueblo, poesía en la guerra, de Miguel Hernández, pudieran ser suyas”.
En 1939, tras la victoria del franquismo, TM regresa a Ciudad de México usando un alias y, tres años más tarde, muere en condiciones cuanto menos sospechosas. Algunas voces hablan de purga, aunque el diagnóstico oficial prevalece: ataque al corazón con tan solo 45 años, volviendo a su casa en taxi tras cenar con amigos. Una vida demasiado corta, pero ciertamente bien vivida.