Con Milei nos encontramos ante un típico fenómeno de masas. Es decir, ante la entronización de un líder mesiánico, cuya idealización hace que los integrantes de la masa cedan su Yo, sus ideales, su pensamiento, perdiendo capacidad crítica: alienándose. Un estado hipnótico. Se atienen a su discurso sin cuestionarlo. Este punto de partida es fundamental para entender ante qué nos encontramos. ¿Pero cómo se llega a esta situación?
Hace poco más de un año, en estas páginas, me explayé sobre la situación de riesgo en la cual nos encontrábamos. Quiero retomar algunas de las argumentaciones, a la luz del resultado de las PASO.
Hay una crisis (¿terminal?) innegable de la democracia representativa, reducida al procedimiento electoral. Procedimiento que además se ha mostrado fallido, ya que los sujetos ven que elección tras elección todo empeora. Así, los representantes dejan de serlo y se genera un hastío y rechazo hacia la forma política imperante --cuestión por otra parte globalizada (Bolsonaro, Meloni, Trump...)-- debido a su fracaso en evitar los daños de la forma de vida imperante y también en generar expectativas positivas para la inmensa mayoría de la población. En lo que no es menor la imposibilidad de todo proyecto identificatorio para buena parte de la población, sobre todo los jóvenes precarizados. El voto de los jóvenes ha sido fundamental en el resultado de las PASO, en un fenómeno que además es transversal, es decir, no se reduce a una clase social ni a un grupo etario.
En 2001 un panorama emparentado con el actual dio lugar a la consigna “Que se vayan todos”, que ahora retorna, como en una comedia absurda. Yo preguntaba entonces, ¿y que vengan quiénes? La respuesta fue el kirchnerismo. Si la salida fue entonces --dicho de modo esquemático-- por centro-izquierda, hoy buena parte del colectivo, a partir del sentimiento de lo insoportable de este modo de vivir, parece decidir que es por derecha, ultraderecha.
El descalabro económico, crímenes reproducidos centenares de veces en los medios y una incesante vociferación en los mismos respecto de la inseguridad, y frente a todo esto la inacción del poder político, ha producido un vacío de poder, ausencia de un tercero a quien apelar. La consecuencia es el estado generalizado de disforia que circula entre los sujetos. Esto lleva a lo que Freud denominara como Miseria psicológica de las masas, estado en el cual el mesianismo puede ocupar un lugar relevante. Perdido lo común, y ante una fragmentación reinante, la aglutinación alrededor de un líder mesiánico ha tenido innumerables ejemplos en la historia. En los cuales se da la posibilidad de que el colectivo elija su propio verdugo. Sí, se puede elegir a su propio verdugo, los pueblos se equivocan.
La degradación generalizada del pensamiento crítico (que supo tener una buena presencia en, último ejemplo de lo cual fueron los eventos de 2001/2), es también consecuencia de tener que vivir en la supervivencia para buena parte de la población. A la vez que no ha habido una escucha para la mortificación y el vivir en el desamparo, sin futuro, con una dirigencia política que se ha mostrado ajena y ciega al padecimiento del 40 por ciento de la población que está en la pobreza o del 50 por ciento de jóvenes pobres.
Milei viene a ocupar el lugar que ha quedado vacante, acusando a la que denomina casta política del estado de cosas, y prometiendo que cada quien podrá darse su propia ley (el significante Milei contiene cifrada dicha promesa), enunciando la promesa de libertad absoluta: de venta de órganos, portación de armas, utilización de dólares sin restricciones, entre otras cuestiones. Se ha adueñado de la significación de la libertad. Y enuncia un discurso cargado de odio, con un gran poder de generar identificación y aglutinación, favorecido por el estado de disforia mencionado. De más (o no) está decir que su programa de gobierno puede ser inviable sin recurrir a la represión de los oponentes al mismo. El odio previamente acumulado sería un facilitador para encontrar apoyo en parte del colectivo para dicho accionar represivo.
Se debiera evitar el fácil reflejo de la descalificación apelando a su estado de salud mental (pocos expresidentes habrían pasado esa prueba, por otra parte), entre otras cosas porque no se trata tanto del sujeto Milei sino de aquello que lo ha llevado a ocupar el lugar de enunciación de un discurso del que bien puede ser un portavoz circunstancial. Lo mismo debe evitarse la descalificación de quienes lo han votado: se debe llamar a la responsabilidad, no a la culpabilización.
Como dije entonces, es indispensable además considerar el efecto de la pandemia, que ha provocado un incremento de sentimientos y pensamientos depresivos, de anomia y desesperanza. Con el riesgo latente de hacerlos virar en odio, encontrando fácilmente culpables del estado de cosas, que nunca son los verdaderos responsables sino sus víctimas: inmigrantes, “planeros”, colectivo LGTBI, el Estado, etc.
Llegados a este punto, pude decirse que Milei no es el problema. Parafraseando el dicho popular; la culpa es de aquello que lo alimenta, tanto a él o a como a todo proyecto de arrasar con los restos (que no son pocos) del sistema democrático, que contiene numerosas conquistas a fuerza de las luchas obreras, de las mujeres, de los jóvenes, de los movimientos socioambientales, etc.
Sólo un despertar, un despabilar colectivo puede detener la mano del verdugo... sabemos que eso es muy improbable en este momento de la vida social y política, pero no es imposible. Estamos en una situación en la cual no caben las categorías del optimismo o el pesimismo, se trata de evitar los lugares comunes. Como alguien había dicho: se necesita del pesimismo de la inteligencia y del optimismo de la voluntad. Hoy más necesarios que nunca. La clave podría estar en una movilización del colectivo en defensa de la libertad (el programa de gobierno de La libertad avanza da la impresión de necesitar de represión para poder realizarse) y de oposición a la quita de derechos conquistados.
Yago Franco es psicoanalista. Autor de Psicoanálisis de la Pandemia (Magma Ed.).