Cuando nos preguntamos cómo es posible que un candidato que propone la supresión de derechos (entre otras cosas) sea avalado por personas ciudadanas de este país, es importante preguntarse si es que los votantes han pasado de ser ciudadanos a consumidores de un producto.
Y ¿a qué llamamos producto? “Un producto es aquello que se fabrica y se destina al mercado para satisfacer una demanda. Es un elemento planificado que resulta luego de un proceso productivo, el cual se pone a la venta posteriormente”.
Más que pensar como socióloga, economista, politóloga, etcétera, la propuesta es pensar cómo se relaciona esta “mostración en las urnas” en correlato con el padecimiento que se viene escuchando en la clínica. Los psicoanalistas no dejamos de escuchar el cansancio, el hastío, el fastidio, la ansiedad, la depresión, el pesar del cuerpo y su afectación, el fenómeno del “sin tiempo” y sus concominantes en el cuerpo (aumento de enfermedades en pacientes cada vez más jóvenes, depresión, aumento de la ansiedad, de “ataques de pánico”, trastornos del sueño --de diferentes tipos--, etcétera).
Hace unos años, B. Chul-Han propuso que estamos frente a un nuevo paradigma, una sociedad que no es la sociedad biopolítica disciplinaria sino una psicopolítica, y en lugar del biopoder se instala el psicopoder. Esto es, la psicopolítica de la mano de la vigilancia digital arma un gran combo: las condiciones necesarias para leer pensamientos y controlarlos. A diferencia de la biopolítca, la psicopolítica interviene en los procesos psicológicos.
Acordando con la idea de Han hay una lectura que cae de maduro: la época no propone el “porvenir de una ilusión”.
Freud se preguntó en cierto momento por el futuro que le esperaba al ser humano y a la cultura, y en textos como “El porvenir de una ilusión” (1927) y “El malestar de la cultura” (1929) trabajó y revisó estos temas como escenas, situaciones, que nunca se borrarán, pero no por eso nos impedirán vivir el ahora. Y, parafraseándolo, se puede decir que se habla de todo lo que el ser humano es capaz de hacer, de lo que sabe, del control que genera sobre la naturaleza y como interviene en ella, el ser humano va a la búsqueda de satisfacer sus necesidades, de cancelarlas, también de establecer relaciones y vínculos, sin embargo, también dirá que el ser humano es potencialmente un enemigo de la cultura. “La cultura debe ser protegida contra los individuos, y sus normas, instituciones y mandamientos cumplen esa tarea” (Freud, 1927-35).
Esto no implica un empoderamiento de un grupo de personas sobre algo que es de todos, aunque suele suceder en todas las culturas y comunidades.
De este modo, por ser parte de la cultura, los individuos realizan una renuncia pulsional y ponen límites a compulsiones, por ejemplo. El problema es que no todos los individuos están dispuestos a realizarlo, es propio de vivir en sociedad y de ser parte de una cultura.
Una de las fuerzas más importantes que tiene el psiquismo humano en la cultura son las ilusiones. Las personas vamos a votar con “ilusiones”, la ilusión de que su candidato/a gane, de que se continue un proyecto, de que se continúen conformando derechos que sean para todos y todas. Es la ilusión a la que hace mención justamente el hecho de que estar en la cultura, que ya tiene sus prohibiciones de por sí, haya una ganancia para uno//a y para todos/as.
Retomando las ideas de Han, el psicopoder es más eficiente que el biopoder ya que controla, vigila y mueve al ser humano “desde adentro”, apoderándose así de la conducta social de las masas. Y en las masas hoy, encontramos que la inmediatez por cancelar y satisfacer necesidades es superior a cualquier otra causa, ya que eso “otro” a lo que podría acceder precisa tiempo que es justamente lo que falta, lo que no se tiene, lo que se dice que se pierde. Esto lo nominé “el fenómeno del sin tiempo”: no hay tiempo que perder, pues entonces lo consumo. Así como consumimos las ideas, imágenes, propuestas de las redes sociales, también consumimos la inmediatez de las imágenes sucesivas que por ejemplo imparten los “reels”, con la promesa de que el próximo reel traerá algo mejor, y el siguiente lo mismo, y más y más. No hay tiempo para detenerse y pensar si elijo o no lo que estoy viendo. En estas elecciones también sucedió algo similar: un gran porcentaje de la sociedad ha consumido un producto, los consumidores no tienen tiempo que perder, van a “comprar” en las urnas un “producto” que les cancele rápidamente una situación que es preocupante: que la plata no alcanza. Y no estaría nada mal, porque es cierto que la plata no alcanza. Sin embargo, esto no bastará, ya que si dejamos atrás al ciudadano que vota nos transformamos aún más en consumidores, así nos quedamos más lejos aún de las ilusiones, de creer que mañana tendremos más derechos ganados. Y si no hay derechos, no hay ley. En psicoanálisis se suele decir que deseo y ley son dos caras de la misma moneda, que haya ley circunscribe la posibilidad de desear.
Mirar reels suele ser una forma de consumir tiempo que no tiene un punto de dentención que diga ¿quiero ver esto? ¿estoy eligiendo lo que miro? ¿estoy mirando o estoy viendo? ¿Quién mira lo que estoy viendo? ¿soy yo?
Como decía, la modalidad “mirar reels” pasa por sostener la creencia de que el próximo será mejor y no se produce en quien lo está mirando un tiempo de detención, esto suele generar sensaciones pasatistas de bienestar pero en mayor medida un gran aumento del cortisol (cuando esta hormona se produce en exceso y es prolongada repercute de forma negativa disparando la ansiedad) y un efecto a posteriori de fastidio y agobio: “no tengo tiempo para nada”. De la misma manera, cuando la propuesta de transformarnos en consumidores de un producto y no en ciudadanos que votan, también nos augura un mayor padecimiento ya que no podemos estar por fuera de la cultura ni de la ilusión de que más derechos pondrán en órbita algo del orden del deseo.
Florencia González es psicoanalista. Autora del libro “Lo incierto” (Ed. Paco, 2021).