En los primeros años de mi infancia me crié en un maxikiosco y un taxi.
Mi mamá era kiosquera, alquilaba un local enorme en el barrio de Liniers y abría de 9 de la mañana a 12 de la noche los días de semana. Los fines de semana, toda la noche.
En el kiosco había una rockola, para mí era como un videojuego pero de música. Plateada y roja con ribetes violetas, futurista, imponente, el comienzo de la virtualidad. ¿Qué más hermoso para unx niñx que poner monedas en una consola y darle play?
En el local todo el tiempo sonaba música, nunca había silencio. La música se mezclaba con las conversaciones de los jóvenes del terciario nocturno de enfrente que venían en los recreos a tomar café y a comprar cigarrillos. Los fines de semana se armaban campeonatos de truco y otras personas hacían la previa antes de entrar a Meteoro bailable, sobre Avenida Rivadavia, a unas cuadras del negocio.
De vez en cuando me dejaban elegir un tema, no recuerdo qué elegía o si era guiada por algún mayor. Los temas que más recuerdo que sonaban eran: "La ventanita" de grupo Sombras; "Sr Cobranza" de Bersuit (robada a Las manos de Filippi, pero esa es una discusión más larga); "La lambada" de Kaoma (también un plagio de "Llorando se fue" del grupo boliviano Los Kjarkas); "Trigal" de Sandro; "Fuiste" de Gilda….
Mis viejos eran copados, y les gustaba la noche, la nocturnidad, me empujaban al insomnio. Se habían hecho algunos amigos clientes que también cuidaban un poco del lugar, que los acompañaban. El amigo más entrañable, de esa época era Aldo, un pizzero de un Uggis del barrio, que caía siempre con el cuchillo pizzero y cuando estaba pasado de birras decía: “qué nadie toque a mis amigos o les doy un cuchillazo”, el que ponía a Gilda en la rockola, el que me regaló el cuarto y último cassette lanzado en vida de la reina, Corazón valiente.
Tendría ocho años y ya estaba extasiada, me creía grande, veía a mis compañeras de la primaria como unas niñitas, no tenía horarios, me trepaba a los postes de luz y comía chicle dinovo sin parar. Veía a los jóvenes de la nocturna chapando en la puerta y quería ser como ellos, cargar un cuaderno en brazos y mirar la vida con sensualidad, desilusión, y dureza. Creo que ya quería tener sexo.
Mi mamá me dejaba ir a la casa de una amiguita del barrio de vez en cuando para que no me pusiera molesta en el negocio, su padre venía a comprar cigarrillos Jockey Club.
Carolina, tenía 10 años y era una adelantada, tenía hermanos más grandes que escuchaban Marilyn Manson, y ya tenían novias.
Ella estaba aprendiendo a tocar la guitarra y miraba MTV. Si bien me sentía más canchera que mis compañeras de la primaria, a su lado era un bebé. La miraba y la admiraba, quería que algo de su impronta y agresividad se hiciera carne en mí. Un día me preguntó si quería que nos chupáramos las partes íntimas. Y le dije que sí y lo hicimos.
Con esa crudeza que supone un negocio a la calle, lleno de personas que van y vienen, conversaciones quizás un poco mucho para una niña, yo prefería ir y venir entre el negocio y la casa de Carolina, eran mis lugares preferidos en el mundo.
Cuando le mostré a Carolina el cassette de Gilda me dijo “en esta casa solo se escucha rock y metal” y lo guardé en la mochila por las dudas.
Una madrugada volviendo del negocio, en el taxi de mi papá, le pedí que pusiera el cassette. Pero no tenía permitido pedir que lo rebobinaran, era una regla familiar y un código de convivencia.
Era la primera vez que íbamos a escucharlo sin interrupciones, de corrido, con las ventanas del auto abiertas, por Avenida Beiró, vacía, a las chapas, dejando entrar el cálido viento de un agosto que ya terminaba. Gilda vivía en Devoto, y yo soñaba que un día la iba a ver por Beiró cruzar la calle con sus dos hijos y le iba a gritar: Gilda, te amo, somos vecinas! Yo vivo en Parque Chas.
Primeros días de septiembre de 1996.
Por lo general escuchábamos temas sueltos que sonaban de la rockola, los más conocidos, los más populares, "Fuiste", "Amame suavecito", "Paisaje", "Corazón valiente", "Un amor verdadero"…
Pero de repente esa noche en la que escuchábamos la voz angelical de la santa Gilda todavía viva, empezó a sonar el tema de iglesia. "Jesucristo".
Quería cantar ese tema pegadizo hasta el final, era la primera vez que escuchaba un tema así, cumbiero, de cancha y religioso. Mientras repetía el estribillo que sonaba en loop: "Jesucristo, Jesucristo, Jesucristo yo estoy aquí".
Años después supe que ese tema no era de ella, sino de Roberto Carlos, el cantautor brasileño. Gilda educada en un colegio religioso, se atrevió a reversionarlo, con una impronta de cumbia y bailarlo en el escenario moviendo el culo al son de "Jesucristo", el hijo de dios. Mezcla de homenaje, y blasfemia.
Y mi mamá impactadisima quiso sacarlo.
—No vamos a escuchar esta canción de iglesia --dijo mi mamá y empezó a tocar los botones del reproductor de la cassetera para expulsarlo.
Tirando mi cuerpo hacia adelante, con el auto en movimiento le arrebaté la mano
— Somos judíos y no vamos a decir el nombre del “magshemó”
Una palabra así me había dicho, como judíos no podíamos decir Jesús entonces había que decirle Magshemó, no sé si era una palabra proveniente del ladino o la había inventado, y no podíamos decir el nombre de Jesús porque para los judíos era un traidor, un convertido.
¿Y qué más hermoso para unx niñx además de poner monedas en una consola y darle play, que que sus padres le digan que no puede hacer algo?
Encerrada en mi cuarto pasaba las horas escuchando Corazón valiente y alentaba con las manos hacia el cielo desafiando a los dioses de mis padres. La cantaba porque amaba a Gilda. Y le agradecía a Aldo por haberme regalado el cassette, a veces las influencias musicales llegan de una manera inesperada. A mí por el amigo pizzero de mis padres.
El 7 de septiembre de 1996 Aldo entró al negocio llorando y nos dijo que se había muerto Gilda, la que luego se convirtió en santa popular y santa pagana, la que de ahí en más y para siempre sería mi primera influencia musical.
Jacqueline Golbert nació en Buenos Aires en 1989. Es periodista, editora y librera. En 2016 cofundó Socios Fundadores, editorial de poesía y narrativa. Publicó la novela breve Contraseña ; los libros de poemas Fe, Que alguien nuevo llegue, Cómo ser perfecta, y el relato Un texto pago sobre la amistad. En 2023 publicó No me importa que me ames por Plan B, Random House. Desde 2017 coorganiza los ciclos de poesía y pintura Todos los bares del mundo y Todos los kioscos del mundo. En 2020, junto con dos amigas, abrió la librería La Sede en Villa Crespo. Dicta talleres de escritura creativa.