TENGO SUEÑOS ELÉCTRICOS 7 puntos
Costa Rica/ Bélgica/ Francia, 2022
Dirección y guion: Valentina Maurel.
Duración: 102 minutos.
Intérpretes: Daniela Marín Navarro, Reinaldo Amien Gutierrez, Vivian Rodríguez Barquero, Adriana Castro García.
Estreno en MUBI.
Ganadora de tres premios en la competencia oficial del Festival de Locarno, donde tuvo su estreno mundial hace un año, la ópera prima de la realizadora costarricense Valentina Maurel encarna un caso particular del relato de crecimiento, aquello que en lengua inglesa suele englobarse bajo la categoría coming-of-age. Los temas que atraviesan Tengo sueños eléctricos son tan universales como recurrentes en ese tipo de relatos –el despertar sexual, los vínculos problemáticos con los padres, las ansiedades propias de quien tiene todo el futuro por delante–, pero Maurel los aborda desde aristas complejas, problemáticas y, por momentos, algo perturbadoras. La primera escena, suerte de prólogo que registra el viaje en auto de una típica familia de cuatro (papá, mamá, dos hermanas) anticipa una inminente separación matrimonial. Palomo, el padre, no controla demasiado bien sus ataques de ira, y la secuencia culmina con una sesión de autolesión frente al resto del clan, la más chiquita orinándose encima y Eva, la mayor, observándolo todo como quien no se ha terminado de acostumbrar a una violencia ininteligible.
Corte a la nueva vida. La relación de Eva (notable Daniela Marín Navarro), una quinceañera en estado de rebeldía, con su madre no parece transitar el mejor momento. El deseo y la concreción de pasar unos días en la casa del padre en San José es lo que posibilita los cambios más radicales durante las siguientes semanas. En realidad, “la casa” en cuestión es apenas un rincón en el hogar de un amigo de Palomo, Martín, figura bohemia que de inmediato acapara la atención de la joven. Allí se llevan a cabo lecturas de poesía que devienen en fiestas privadas, ámbito al cual Eva se acerca desde la curiosidad y un poco de incomprensión. ¿Por qué se comportan así los adultos, qué los lleva a ser de determinada manera? El acercamiento de Eva a Martín, los coqueteos un tanto torpes e incómodos, desembocan finalmente en una relación emocional y sexual no exenta de conflictos y peligros (la diferencia de edad, la nula experiencia de Eva, el vínculo de amistad de Martín con Palomo).
En paralelo, el ping pong de amor-odio. Eva acaricia la barba de su padre como si fuera una niña pequeña y, al mismo tiempo, reconoce en voz alta su incapacidad de tomar la determinación de sentar cabeza y alquilar un departamento que pueda compartir con ella. Es algo más que un simple y clásico complejo de Electra: en ciertas decisiones se juega en parte el futuro de Eva, aunque Palomo no lo pueda ni quiera ver, aislado en su propio mundo de rencores y broncas subterráneas, que afloran con fuerza cuando la necesidad de lastimarse físicamente es imperiosa. La protagonista, en tanto, no termina de caer en la cuenta de que está atrapada en una telaraña de toxicidades masculinas, que van de lo microscópico a lo ostentoso. Así, Tengo sueños eléctricos avanza con firme tensión dramática hacia un desenlace inesperado pero inevitable. Es entonces cuando Valentina Maurel, ganadora del premio a la Mejor Dirección en Locarno, se juega la carta más complicada de todas, más aún en estos tiempos de corrección política: evitar la simplificación, la aplicación puntillosa de la agenda, el derrape en la banquina de la denuncia. Las relaciones humanas son siempre más complejas que un simple rótulo.