La uruguaya, de Ana García Blaya, una película financiada por 1961 productores”, se lee en la información de prensa de la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Pedro Mairal, que luego de su estreno en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata desembarcará este jueves en la cartelera comercial. El hincapié en la ingeniería económica se debe a que rompe los esquemas tradicionales de una industria habituada a depender de los fondos del INCAA o de las plataformas de streaming: la totalidad del presupuesto del segundo largometraje de Ana García Blaya (Las buenas intenciones) surgió del aporte de casi dos mil personas de 21 países a través de bonos que arrancaban en cien dólares. El responsable de este experimento es el periodista y escritor Hernán Casciari, quien con su revista Orsai demostró que el financiamiento colectivo (o crowdfunding) era un camino posible para los emprendimientos culturales.

Con esa revista editándose desde 2011, Casciari afirma ante Página/12 que la adrenalina de los comienzos empezó a mermar con el correr de los números. ¿Qué hacer cuando aquello que resultaba desafiante deja de serlo? Ir más allá, lo que en este caso se tradujo en la incursión en el mundo audiovisual. “Al principio nos parecía imposible hacer una revista de 212 páginas sin publicidad, con distribución en todo el mundo y textos de grandes autores que cobraran muy bien. Pero no sólo lo conseguimos, sino que se volvió rentable y hoy la hacemos de taquito. Nos juntamos a comer un asado y decimos 'queremos un texto de éste y éste'. Es casi un hobbie, dejó de ser desafiante. Con mi socio Chiri nos propusimos volcarnos hacia algo que sea medio imposible. Y ahí, de una forma muy orgánica, apareció el cine”, cuenta el autor de Más respeto que soy tu madre.

Centrada en la historia de un escritor casado (Sebastián Arzeno) que viaja Montevideo para cobrar el dinero de su próxima novela y, de paso, reencontrarse con una chica veinte años menor (Fiorella Bottaioli), La uruguaya es un éxito incluso antes de su estreno. Así lo demuestra el hecho de que esos financistas hayan recuperado la inversión y hasta ganado dinero, como también que la productora Orsai Audiovisuales tenga en marcha otros ocho proyectos, entre ellos una película animada sobre la infancia del Dibu Martínez, una comedia romántica escrita por Tamara Tenenbaum, un drama histórico comandado por Felipe Pigna y una comedia negra a cargo de Diego Capusotto y Pedro Saborido.

La uruguaya nos sirvió para tantear, porque la logística económica para hacer esto en la Argentina es muy complicada. Tuvimos que abrir empresas en Montevideo, Delaware y Barcelona para que pudiera poner plata gente de 21 países. Siempre le avisábamos a la AFIP lo que hacíamos para que estuviera todo claro, pero estuvimos seis o siete dedicándonos a eso y no a La uruguaya. Todo eso está solucionado para las producciones en camino”, cuenta.

-¿La idea siempre fue empezar con La uruguaya?

-No teníamos nada definido cuando armamos este sistema. Tampoco queríamos empezar con algo mío porque no tenía interés en que se pensara que había hecho toda esta logística para financiarme. Ahí empezamos a buscar, y cuando llegamos a la novela de Pedro....es imposible no querer hacer la película cuando leés el libro.

-¿Qué tenía de particular?

-No podíamos hacer algo que requiriera un presupuesto mayor al millón de dólares porque era la primera vez y no queríamos pisar en falso. Y la novela tiene dos elementos muy interesantes. Por un lado, refleja nuestra relación con el dólar, algo que nos genera un problema de salud mental muy grande y que acá está muy bien trabajado. Después, tiene algo de pintura de época sobre los varones de más de 45 años con problemas de juventud perdida que tienen que cogerse sí o sí a cosas de 25 años, que cosifican y cogen para demostrarse algo. Hay algo muy tóxico ahí, pero creo que las nuevas generaciones no tienen esa cuestión tan presente como la mía.

-Alguna vez dijiste que "escribir es una función de contar". ¿El cine también?

-Sí, totalmente. Los formatos cambian muy rápido, pero lo que no cambia es que las historias son las historias. Hay cosas que no pueden ser distintas: una introducción, un punto medio, un conflicto, una oscuridad prefinal y un desenlace. Es como mezclar harina, sal, agua, fuego y que salga la masa de una pizza. Después vemos si le ponemos champiñón, jamón, ananá o lo que sea, pero la masa es la masa. Los formatos son el champiñón, el jamón o el ananá, y la historia es la masa. Y eso no cambió en tres mil años. La voracidad del formato no importa tanto. Yo puedo contar cuentos en la tele, en la radio o a mi hija en la cama, y es lo mismo.

-¿Creés que esta modalidad de financiamiento colectiva podría extenderse a otras películas, por fuera de las que haga Orsai?

-Cualquiera puede hacerlo porque el problema no es la financiación colectiva, sino la comunidad. Vos podés pedir un millón de dólares, pero es difícil si del otro lado no hay sesenta mil personas que han creído en vos. Es un tema más de confianza, de tiempo y de construcciones genuinas para que un día, después de muchos años, puedas decir: "Che, necesito dos millones de dólares para hacer una película con Diego Peretti" y te los den en un mes y medio.

-En una entrevista dijiste que "los generadores de contenidos, en vez de pensar en lectores, piensan en la pauta”. ¿Con el cine pasa lo mismo?

-El cine te obliga a eso, porque los mecanismos habituales son el INCAA, que hace tiempo está de capa caída, o las plataformas. Pero viene Netflix y te dice: "Te doy esta plata, pero ahora tu jefe es el algoritmo". Fuiste: sos el empleado de alguien. Nosotros queremos hacer películas que podamos vender cerradas a Netflix. De hecho, vendimos La uruguaya a Disney sin que vieran un fotograma. Lo que hacemos es defender a como dé lugar el hecho artístico sin que se metan los que tienen guita. Si ellos quieren más plata en lugar de buenos resultados, estás hasta las manos y se pudre todo. Nosotros tratamos, en la revista, los libros y las películas, de ser sumamente justos con el talento. Nuestro juego no es hacer guita, es hacer cosas. Por eso gastamos todo en quienes las hacen.

-El contexto hace que sea más difícil preservar lo artístico por sobre lo comercial. ¿Cómo se busca ese balance?

-Estamos en contra de hacer algo que no sea lo que se nos antoja. Toda nuestra energía está en construir un lugar donde el que entra pueda hacer lo que quiera. Una vez que está adentro, no le decimos lo que tiene que hacer porque nos convertiríamos en un Netflix más chico. En la revista nos cuidamos mucho en cuanto a ser ecuánimes respecto a las ideologías de los autores. No soportaría que sean todos de izquierda o de derecha. No me gustan esos medios, que son la mayoría. Yo necesito que escriban todos y que ni siquiera por equivocación salga un número desequilibrado en cuanto a lo ideológico. Tampoco quiere decir que no tenemos ideología, pero no es la ideología del chiquitaje, la de “Cristina o Macri”, sino una de la cultura libre, de que todos cobren por hacer lo que les gusta y que ningún empleado esté llorando en el baño por algo que le hayamos hecho.

-¿Y por qué a muchos periodistas y artistas les cuesta salir de esa lógica de la pauta? ¿Miedo, desconocimiento, comodidad?

-Es mucho más fácil convencer a un gil que a cinco mil personas. Es más fácil convencer al gerente de Noblex para que te ponga un aviso en la contratapa que a cinco mil personas para que compren una revista. Orsai existe porque hay muchísima gente que la lee, por eso puede permitirse no tener ni un centímetro de publicidad. Si yo hubiera buscado a algunos gerentes que pongan pauta, si hubiera usado toda mi energía para hablar con esas cinco personas en lugar de hacerlo con las primeras diez mil personas que compraron la revista, Orsai hubiera dejado de existir cuando alguno de esos gerentes bajó la pauta. Al principio es más fácil hablar con gerentes porque te dan un pedacito de torta y podés empezar. Pero si no construís un grupo de gente que le interese lo que estás haciendo, lo hacés solo por plata y no porque te gusta el producto. A nosotros nos gusta el producto Orsai. Nos sentamos a pensar el próximo número con muchas ganas y sin preocuparnos por si tal o cual marca nos saca la pauta. Es mucho mejor, mucho más rentable. Pagamos mejor y ganamos mejor, no pensamos en eso, la gente nos acompaña... es un círculo virtuoso.

-Puede ser virtuoso y mejor, pero requiere algo difícil en la Argentina, que es pensar a largo plazo en términos económicos.

-Esto es absolutamente egoísta, pero no pensamos solo en la Argentina. La uruguaya tuvo financiación de 21 países. Hay que pensar regionalmente los proyectos. Es todo un mundo de ideas y construcciones que te va llevando a muchos lugares. Siempre hay formas de hacer las cosas creativas, periodísticas y culturales de alguna manera. Al mismo tiempo, hay mucho miedo de salir de lo tradicional y enfrentarse a algo que no se sabe muy bien qué es. Pero hay gente haciendo cosas.

La Universidad Orsai

La uruguaya todavía no se estrenó, pero Hernán Casciari ya sabe cuál será su próxima aventura: la Universidad Orsai, a la que llama "la primera universidad de narrativa de Latinoamérica" y que funcionará a partir de 2026 en la localidad de Mercedes, de donde es oriundo el escritor. “Ya tenemos en comodato cuatro hectáreas durante cuarenta años para hacer el campus. Va a ser algo serio, muy bestia. Lo estamos haciendo para que sea la primera universidad con tecnología de punta que permita estudiar desde donde se te antoje”, adelanta.

Sobre el motivo para incursionar en el terreno educativo, cuenta: “Una de las cosas que nos pasa tanto en la revista como en el desarrollo de los guiones es que hay una cosa medio endogámica que hace que trabajemos todo el tiempo con las mismas personas. Encontramos un grupo de gente con la cabeza disparadísima, que es lo que nos gusta, pero si queremos buscar más abajo, no hay nada. Vemos que salen de las universidades con herramientas tremendamente obsoletas. Entonces, nos propusimos generar un semillero a través de un Instituto Universitario. Pero uno en serio, no un taller palermitano. La idea es que sean cinco años, con los dos primeros dedicados a enseñar a contar historias y a vender bien tus proyectos, y después una especialización en áreas más específicas. Pero primero aprendiste cómo seducir al otro con lo que querés contar”.