¿Dónde ponemos la fe después de una crisis? ¿En el trabajo, en los amigos, en algún Dios? La protagonista de Swarm, una adolescente con varias limitaciones sociales, deposita su fe en Ni'jah, una célebre cantante afroamericana que comparte todo con Beyoncé excepto el nombre. El problema es que Dre -así se llama el personaje interpretado por Dominique Fishback- no es una chica común, y está dispuesta a predicar esa fe hasta la muerte. Literalmente.
La serie de Donald Glover (Atlanta) y Janine Nabers arranca como el relato de Dre y Marissa, dos hermanas que comparten el fanatismo por Ni'jah, pero en distintos niveles: mientras Marissa tiene novio, trabajo y proyectos más allá de su predilección por la popstar, Dre no puede pensar en otra cosa, no puede hablar de otra cosa, no puede creer en otra cosa. Tanto es así que le cuesta relacionarse, se da atracones de comida basura, es fóbica y llega a tarjetear 1800 dólares (que no tiene) en dos entradas para Ni'jah.
El amor por la artista es el punto de conexión entre las hermanas, pero el relato inicial se trunca cuando Marissa aparentemente muere y Dre, entre la sensación de culpa y la incapacidad emocional, tiene un arrebato de violencia y mata al novio de Marissa. Una crisis de fe. A partir de ahí, al estilo Atlanta, la serie se transforma y empieza a eludir toda definición posible.
Categorizarla como el relato de una asesina serial afroamericana no solo sería reducirla sino entender mal todos sus conceptos, pero en términos generales Swarm es una especie de road trip por el sur estadounidense de una piba no muy común y con una fuerte crisis psicológica, entre 2016 y 2018. El destino del viaje es conocer al ícono pop por el que vive y mata, y ahí es donde Swarm va y viene, casi como una antología que no reniega de los saltos temporales, la elipsis y el ascetismo narrativo. Tal como sucede en la cabeza de la protagonista, mucho de lo que pasa en Swarm se construye entre los pliegues del relato, en los silencios, en lo que no se dice.
A lo largo del viaje, Dre va liberando esa maraña emocional en sus víctimas, casi siempre trolls de Internet o haters de Ni'jah que localiza a través de Twitter, otro punto clave de Swarm. La relación de Dre con su teléfono está atada al trauma, dice un personaje en el cuarto capítulo, y es cierto, pero también es el único lugar en el que Dre encuentra sentido de pertenencia. En Twitter, Dre forma parte del swarm (el enjambre), la versión ficticia del grupo de fans de Beyoncé conocido como el beyhive (la colmena).
"Pensamos mucho en cómo las personas se ven afectadas por cuentas de Twitter que podrían ser bots. Si alguien está desequilibrado y siente que forma parte de una comunidad, ¿qué pasa? ¿Cómo nos está condicionando esto?", se preguntaba Glover en una entrevista con Vulture.
Pero igual de importante que el efecto que puedan tener los comentarios de bots y haters en la salud mental de una adolescente frágil son las relaciones parasociales que desarrollamos con famosos, influencers y personas que no conocemos. Gracias a Twitter, Dre está convencida de que conoce a Ni'jah. Cualquiera que tenga una cuenta en la red social de Elon Musk y por lo menos un artista favorito puede sentirse identificado: ¿cuánto sabemos de nuestros ídolos? ¿Por qué nos sentimos cercanos a ellos, nos angustia que se separen y nos alegra que superen una adicción o un trauma, como si fueran nuestros amigos? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para defenderlos cuando alguien los insulta?
Es evidente que Swarm lleva todas estas preguntas al extremo, pero la línea entre fantasía y realidad está en constante corrimiento. De hecho, cada capítulo arranca con una placa que avisa que lo que sigue no es un trabajo de ficción, que cualquier semejanza con la realidad es intencional. Y acá no solo entran las similitudes con la vida de Beyoncé (el episodio del ascensor entre Solange y Jay-Z, el gate de #WhoBitBeyoncé, la reacción conservadora a Formation, todo eso está representado), sino también asesinatos, personas e incluso sectas que existieron en la vida real.
En el cuarto capítulo, Dre termina metida en una comunidad de mujeres blancas liderada por Eva (Billie Eilish en su debut actoral, otro guiño al universo musical), cuyos métodos son casi idénticos a los de NXIVM, la secta estadounidense que fue condenada por trabajo esclavo y tráfico sexual en 2019. En el sexto capítulo, quizás el más disruptivo, la serie adopta la estética y la narrativa de un reality de true crime línea Investigation Discovery, estableciendo un diálogo entre lo meta y lo paródico con la televisión de cable.
Filmada en 16mm y en cuadrado, con altos niveles de grano y saturación, Swarm no esconde la mano de Glover en ninguno de sus siete capítulos. Los showrunners se inspiraron en el cine observacional europeo para construir el relato (tanto en lo visual como en lo narrativo), con The Piano Teacher (2001), el drama delirante de Michael Haneke, como referencia principal. Hay un dejo pretencioso en las decisiones estéticas, pero la textura del mundo de Dre tiene capas y contrastes, un espesor que se perdería en lo digital.
Es, también, una forma de unir las piezas de un producto que no tiene un hilo conductor convencional más allá de la obsesión de la protagonista y, sin embargo, es una exploración incómoda y al hueso de la soledad, las relaciones parasociales y todos esos temas que pueblan la cartografía pop actual. Lejos de los ultraprocesados a los que nos acostumbró Netflix, Swarm carece de constantes: cada capítulo podría ser su propio universo.