La uruguaya - 7 puntos
Argentina, 2022
Dirección: Ana García Blaya
Guión: Basilis, Josefina Licitra, Sofía Badía, Alejo Barmasch, Juan Games, Marcos Krivocapich y Melania Stucchi, basado en la novela homónima de Pedro Mairal.
Duración: 78 minutos
Intérpretes: Sebastián Arzeno, Fiorella Bottaioli, Jazmín Stuart, Gustavo Garzón.
Estreno: Disponible en salas.
Se sabe que una película, como un cuento, necesita capturar al espectador desde el comienzo. Fracasar en eso equivale a perder la conexión con él y que la historia deje de interesarle. O peor aún, que nunca le importe, haciendo colapsar el dispositivo inmersivo del cine. Para lograrlo, La uruguaya, segunda película de Ana García Blaya, utiliza un truco viejo pero eficiente: altera el orden cronológico del relato, revelando al principio información que corresponde al final, para luego retroceder y ahí sí, avanzar sobre la línea de tiempo clásica. Esa decisión también amplia la advertencia antispoilers que convoca a no revelar el final de las películas: acá tampoco se puede contar el comienzo.
La uruguaya hereda de la novela homónima en la que se basa, del argentino Pedro Mairal, el juego de crisis cruzadas que atraviesan a su protagonista, dejándolo sin lugar donde refugiarse y con la salida por arriba como única solución para ese laberinto. Lucas es un cuarentón que ha conseguido construir una obra de cierto éxito como escritor, pero que atraviesa la peor etapa de su vida. Por un lado debe hacerle frente a la famosa crisis de los 40, cuya sombra lo empuja a cuestionarse todo. Pero la cosa va más allá del dilema existencial.
El tipo también está afectado por el síndrome de la página en blanco, que le complica el trabajo. Su matrimonio tampoco pasa por su mejor momento, reducido a un esquema de excusas y reproches, sin vestigios amorosos a la vista. Y lo peor de todo: Lucas es argentino, con lo cual todo lo anterior se ve agravado por una precariedad económica que no le permite proyectar el futuro más allá de la próxima semana. La película plantea esta situación con eficacia dentro de su primer acto, dejando al protagonista al borde de todos estos abismos de manera simultánea. Pero también lo hace de forma bien argentina, evitando caer en el drama para avanzar por el lado de la tragicomedia.
Al mismo tiempo revela cuál es la válvula de escape que, con torpeza masculina, Lucas encuentra en busca de alivio. Se trata de Magalí, una chica de veintitantos que conoció en una actividad literaria en Montevideo y con quien tuvo algún acercamiento que no pasó de un intenso franeleo. Alimentado a la distancia a través del contacto virtual, el vínculo con ella empieza a funcionar para Lucas como una realidad paralela donde sus problemas no existen. Una burbuja de felicidad que si bien no le aporta ninguna solución, se le ofrece con la fuerza de lo nuevo, de lo potencial. Y de la fantasía, materia prima del escritor.
La película incorpora la figura de una narradora femenina, decisión interesante para abordar una novela muy masculina nada condescendiente con su protagonista. Ese cambio en el punto de vista altera la forma en que se percibe al personaje, apartándose del tono sarcástico y (auto)crítico del libro. La voz en off, que puede ser pensada como un posible diálogo entre mujeres, conserva el lado crítico, que se vuelve externo y más explícito. Mientras el sarcasmo es desplazado por la aparición de la ternura, solo posible a partir de la mirada superadora de quien ve el mapa completo desde afuera.
Esa ternura es el gran aporte de la cineasta García Blaya, que se permite retratar a Lucas sin convertir a La uruguaya en la puesta en escena de un juicio. En lugar de eso, se permite ser testigo de la regresión casi adolescente que opera en él, donde la realidad pierde la pulseada contra la testosterona. Una generosidad que la directora ya había mostrado con el protagonista de Las buenas intenciones (2019), su ópera prima, otro chico grande que asumía sus responsabilidades a medida que la vida lo obligaba a cruzarse con ellas. Es cierto que acá la vida también le mete flor de golpe a Lucas, pero quizas no se trate (solo) de un castigo, sino de una suerte de terapia de shock.