Una de las tantas pesadillas que nos dejaron las PASO es saber que 1/3 del padrón electoral está a favor de esta demencia y la liturgia de la violencia como construcción política. Tal vez, refugiarnos en nuestras burbujas progresistas de algoritmos con gustos afines no fue la mejor idea para militar contra este chiflado. Sobre todo, porque dicha burbujita no nos asegura ningún blindaje y, como en las películas de terror, los votantes de Milei están entre nosotros.
A esta altura del partido, muchxs ya hemos depurado a nuestros grupos de amigxs. La vida es demasiado hostil y desgastante para hacer micromilitancia con el misógino de Juanchi en el grupo de Whatsapp Egresados 2007. Sin embargo, con la familia, hacer este filtro, es un poco más difícil.
Dicen que cada familia es un mundo y cada mundo puede convertirse en su propia versión de El planeta de los simios: estar de este lado de la mecha y habitar una familia de gorilas, conservadores, reaccionarios y filo fascistas es un panorama complejo. Hay distintas especies. Está la tía evangelista que desconfía de la ESI, cuando te ve pregunta si engordaste y te quiere meter en una estafa piramidal. Está el cuñado aspiracional medio pelo, que estudió Administración de Empresas en la UADE y quiere que los extranjeros no se atiendan en hospitales públicos (a los que él igualmente no va). O el tío homofóbico, que escupe mientras habla y quiere que vuelva la colimba porque ahora “son todos putos”. Dos especímenes maleducados y desagradables que, cuando empiezan a monopolizar la charla, elegís irte a jugar al patio a los penales con tu primito. Pero el calvario continúa: mientras estás peloteando él, que siempre fue un dulce con vos, te dice que va a votar a Milei porque le parece un tipo gracioso.
Con el primito sentís que todavía podés hacer un trabajo de micromilitancia para que no vote a un fascista; al pibito no le vas a soltar la mano. Pero lo más doloroso es cuando vas a la cocina a refugiarte de este infierno y tu abuela, una de las personas que más amás en la vida, mientras te bate huevos para hacerte un merengue, dice las tan temidas cuatro palabras: “Que-vuelvan-los-militares”.
Sin embargo, hay que separar la paja del trigo. Como dijeron columnistas como Federico Vázquez e Iván Schargrodsky, no todos los votos fachos son iguales. Y eso nos puede ayudar a pensar una estrategia. Por más de que Milei sea un delirante que asegura que se comunica con su perro muerto y tiene fantasías megalómanas donde cree que es Moisés, su voto es uno de los más racionales de todos. Muchos de sus electores no son necesariamente trolls libertarios acosadores, machos resentidos ultraviolentos. Sino personas que se empobrecieron durante el macrismo, que están preocupadas por la inseguridad, que quizás trabajan en la informalidad y no son alcanzados por las prestaciones de un empleo registrado; laburantes que no tienen nada que perder, a los que la dirigencia actual no les dio ninguna solución y ven como su calidad de vida se degrada año a año. Gente que encuentra en Milei una alternativa que, por el momento, tiene el beneficio de nunca haber fallado (porque no gestionó ni una colonia de vacaciones). Quizás, con ellos todavía puede haber un diálogo posible, al menos desde la identificación de clase.
Luego, están los ideológicamente gorilas. Gente que votó a Macri aunque le fue bien durante el kirchnerismo, porque tienen un núcleo duro internamente antipopular que trasciende las circunstancias coyunturales. Personas que no les importa quién gane las elecciones porque son, fueron, y serán siempre ricos. Estos son los interlocutores más difíciles. ¿Cómo hablar sobre la redistribución de la riqueza con gente que tiene un piso en Recoleta, una casa de country en Pilar para el verano y se va a esquiar a Las Leñas en invierno? ¿Cómo hablar sobre la importancia de la gestión estatal fuerte con quienes se atienden en hospitales privados, sus hijxs van a escuelas privadas y ni siquiera saben lo que es una SUBE? ¿Cómo plantear el drama de alquilar a quienes tienen un piso de ocho ambientes y alquilan dos monoambientes con contratos temporales a extranjeros en dólares? O lo peor de lo peor: gente igualmente precarizada que una pero completamente desclasada que, por una lógica aspiracional, se identifica con valores de una clase superior conservadora, expulsiva y elitista.
Frente a esto hay varias opciones (todas válidas), en función de cada necesidad y expectativa personal. Pegar el portazo y quemar todos los puentes por incompatibilidad ideológica irremediable. Refugiarnos en otras redes de amorosidad por fuera de la familia tradicional (fundamental). Proteger lo que te resta de salud mental: elegir no gastar pólvora en chimangos y reservar tu energía para dar el debate en otros espacios. Verte solo con miembros muy selectos, fingir demencia y no hablar de “temas polémicos”.
O tratar de encontrar esos resquicios, tantear si hay algún terreno común posible, disputar algún sentido, hacer un trabajito de hormiga con paciencia, al menos para evitar que el primito se vuelva un pichón de INCEL. No dejar pasar, en la mesa del domingo, los comentarios clasistas, fascistas, ajustadores, xenófobos, misóginos, DELIRANTES y discutirlos con argumentos, que bien sabemos que no nos faltan. Encontrar cierto goce en la incomodidad. Ser más maricas, tortas, travas, putos y feminazis que nunca. Chapar con tu novia enfrente de la tía evangélica y reírte en su cara. Resistir, que es lo mejor que sabemos hacer. Aunque el tío facho no deje de ser un reaccionario, tal vez tu sobrina de once años te escucha debatir con él, se identifica con vos y quiera ser tu aliada. Resis y hacer ruido, que es lo mejor que sabemos hacer.