Las vidas se volvieron invivibles. Las respuestas fueron sordas. Y las salidas reaccionarias. Pienso las mil explicaciones para entender lo que pasó el domingo. Hablo con amigxs, mi novio me pasa entrevistas para escuchar y leo las notas de los diarios. Susurro entre el ruido, siento mucho miedo, desesperación. Pero lo innegable está ahí. Una pandemia como acontecimiento traumático que vino a acelerar todas nuestras crisis. Vidas precarizadas, como encerronas trágicas, que sobreviven para sobrevivir. Y la ineficacia del que más debió estar ahí: el estado.
Si el cuerpo no se pone con otrxs para elaborar lo siniestro y producir nuestro cuidado común, se pone en el síntoma de un modo individual. Pero el cuerpo se pone siempre. Y el síntoma como límite nos dice que algo no anda bien. Si no se escucha puede que sea el caldo para el fascismo. Toda una maquinaria imaginativa al servicio de la crueldad. El punitivismo como modo de hacer lazo con otrxs. Y la desesperanza individual encuentra su grito en el grito más fuerte, sin importar lo que dice.
Escuché por ahí que Milei es un brotado. Análisis morales que ciegan nuestra visión. La respuesta está en la ambigüedad de lo que, la normalidad, llama locura: señalada como la sin razón, es la que enuncia siempre el problema.
¿No es acaso la política el territorio donde se despliega lo que brota? ¿donde se elabora y se arman las estrategias para lo que intenta nacer en los territorios? ¿no es el lugar donde se le da voz a esa fuerza embrional de otros modos de vida? ¿donde se sustentan los procesos de transformación o donde se ejecutan los límites o el veto a lo invivible? ¿por qué entonces el fascismo se queda con nuestra capacidad delirante, desobediente, rebelde, nuestra potencia vibrátil?
Así, la Libertad Avanza - que de libertar no tiene nada- se apropia de nuestra potencia de erotizar otros modos de vida posible y de imaginar esa otra cosa común. Vocifera un límite aunque vaya en contra de toda vida. La desobediencia, la rebeldía, no la de Milei y su cofradía violenta, si no la de lxs más postergadxs, no se puede domesticar. No tiene dirección, ni propiedad. Su fuerza es su convicción. Los afectos de esos cuerpos que no dan más denunciaron lo atroz en el voto. En nuestros tejidos traumatizados y dañados, Milei funciona como una herida abierta. El representante de lo que no se puede elaborar.
La solemnidad es la relación de obediencia con las cosas que producimos. ¿Acaso quedamos atemorizados de nuestra propia fuerza contestataria, rebelde y vital? Sin capacidad imaginante, sin desobediencia no hay creatividad para los actos vivos. Y no hablo de la producción exitista neoliberal de novedad. Hablo de la potencia del riesgo. Volvernos hacer las preguntas que conmuevan. Desestabilizar las certezas que nos dañan. Producir un límite a nuestras vidas invivibles. Creer que se puede transformar nuestra realidad. Pareciera que ese incendio que proponen los libertarios para que todxs vivamos peor, funciona como respuesta a esta desesperación. Nuestra capacidad vibracional está secuestrada por los menos pensados.
Dice que tiembla de miedo la casta. Pero entonces ¡hay que reapropiarse del temblor y ser el terremoto! Porque si las palabras son solo lindas maquetas vacías, si los discursos de igualdad se vuelven privilegios solapados, la política pierde su principal razón: la capacidad de afectar y de dejarse afectar. Y entonces: la a-política, la insensibilización, el des-erotismo y el desánimo como diagnóstico por excelencia de nuestra crisis actual. Necesitamos hacer insurgir nuevamente las desobediencias, los peligros de los grandes deseos, erotizar nuestras revueltas, permitirnos la contestación brutal.
Nos merecemos otra vida y por eso nos tenemos que ofrecer otra cosa. No será sin miedo, ni tristezas. Pero sí con la historia, las rebeldías, la democracia verdadera, los cuidados comunes, las valentías, las convicciones y la potencia de creatividad de nuestro lado. Recordando siempre que su aberrancia es nuestro entusiasmo: la justicia social.
*Psicoterapeuta, escritora