Toda moneda es un acuerdo, histórica y socialmente construido. No hay una naturaleza del dinero, sencillamente porque no tiene nada de natural. Las personas y las comunidades necesitan bienes para sostener y reproducir la vida en la tierra, no dinero. Esta condición, que sí es natural --si no reponemos la energía que gastamos nos morimos--, es rápidamente olvidada e invisibilizada ante la hegemonía de las economías monetarias actuales.

Como en tantos otros ámbitos de la economía política, en el origen del dinero no hay consenso. Por un lado, la historia más difundida le otorga al desarrollo del intercambio y a las dificultades del trueque, que esta historia supone que primero se realizó sin dinero, el motor primogénito de su creación. De modo espontáneo, a prueba y error, se comenzaron a usar determinadas mercancías como medios de cambio y luego como unidad de medida, es decir, como dinero.

Desde el otro costado de la biblioteca, se afirma que no hay pruebas históricas de sociedades que hayan organizado sus intercambios de este modo y que primeramente la función del dinero fue la de ser unidad de cuenta más que la de medio de intercambio. Para ello, ponen el acento en el poder estatal, único capaz de definir la unidad de cuenta de modo general, proveer el dinero y provocar su aceptación generalizada, dado que lo admitirá para el pago de impuestos.

Sea el mercado, sea el Estado, o ambos, lo que queda claro es que el dinero es un invento histórico, necesita de acuerdo y aceptación social y debe ser unidad de cuenta, medio de intercambio y, como tal, debe poder trasladar su valor en el tiempo, es decir, servir también como depósito de valor para futuros pagos.

Por esta razón, por ejemplo, no se puede decir que las criptomonedas sean dinero en la actualidad, dado que no cumplen todas estas funciones de modo generalizado e incluso debido a su inestabilidad algunos aseguran que no pueden considerarse como reserva de valor sino como un activo más de una canasta posible de inversión.

Pero, como se dijo más arriba, el dinero siempre es una construcción histórica y lo que hoy no es “acuerdo social” podrá ser acuerdo en el futuro, o no serlo nunca. Del mismo modo, algo que es dinero, como lo fue el oro en su momento, puede dejar de serlo, conservando una sola de las funciones en la actualidad, la reserva del valor.

Bimonetarismo

En la Argentina, la moneda de curso legal es el peso, pero en la función de reserva de valor compite con el dólar y, si bien está circunscrito al mercado inmobiliario, el dólar también compite allí como unidad de cuenta. ¿Por qué sucede esto?

La primera razón, que se ve en la superficie, es la inflación, que carcome el poder de compra del peso obligando a buscar instrumentos financieros que compensen mediante una tasa de interés real positiva dicha pérdida. Del mismo modo, la inflación obliga a una actualización constante de los precios medidos en pesos (unidad de cuenta) que en un mercado en el que la decisión de compra puede durar varios meses (incluso años), como lo es el mercado inmobiliario, resulta por demás dificultoso. Allí, cuando los instrumentos alternativos en pesos tienen tasas reales negativas o pierden confianza, quedan espacios vacantes, que, como es de esperar, los ocupa otra moneda que cumpla tales funciones: el dólar.

De este modo, si se quiere fortalecer la moneda local, la primera batalla que hay que ganar es la de la inflación. Claro está también que desde la derecha vernácula se propone cortar con la inflación eliminando el peso mediante la dolarización de la economía, ocultando que una cosa no implica necesariamente la otra y, fundamentalmente, que se resigna soberanía a favor de los EE.UU.

Una cuestión no menor es que la batalla contra la inflación es doble. Por un lado, hay que estabilizar la economía y por el otro, construir confianza y memoria colectiva de dicha estabilidad, que permita combatir la memoria inflacionaria de las y los argentinos. Un objetivo que llevará muchos años, tantos años como una historia de crisis rentístico-financiera, devaluaciones, confiscaciones e hiperinflaciones supieron sedimentar.

Ahora bien, decir que Argentina es un país bimonetario, implica reconocer la derrota en una batalla, pero no la guerra. Dolarizar es perder la guerra, retroceder y ceder un territorio que será muy difícil volver a recuperar. Reconocer el bimonetarismo argentino es ponerle nombre y apellido a un problema que tiene muchas caras.

Escasez

Como se mencionó en una anterior nota en este mismo medio, si bien la inflación es un fenómeno multicausal, un motor central en nuestro país es la escasez de dólares, que provoca regularmente bruscas devaluaciones, derivando de ellas los procesos inflacionarios. Dicha escasez, o amenaza de escasez, alimenta no solo las presiones inflacionarias, sino que concomitantemente deteriora el acuerdo social, es decir las representaciones y las expectativas sobre el peso como reserva de valor.

La escasez de dólares tiene una fuente originaria y dos derivadas que, en determinados períodos, se amalgaman con la originaria, profundizando y agravando sus consecuencias.

La restricción externa, es decir la incapacidad de la economía argentina de obtener vía exportaciones los dólares necesarios para sostener su crecimiento económico, dada la estructura productiva insumo-dependiente del exterior, es la principal fuente de escasez de divisas. El techo al crecimiento llega demasiado pronto y suele “resolverse” con devaluaciones, caída del PIB, desocupación y pobreza.

Los efectos derivados son, por un lado, el crecimiento de la deuda externa a pagar en dólares, si es con condicionamientos del FMI mucho peor, y, por el otro, la formación de activos externos, la denominada fuga, en el marco de una sostenida dolarización de excedentes de parte de capitalistas locales y foráneos. Ambos efectos o fuentes, (a esta altura es difícil separar el “huevo y la gallina”) se suman a la demanda de dólares, alimentando la escasez existente por la mencionada restricción externa.

Es importante destacar que si bien la situación estructural que se describe no conoce de partidos ni banderías partidarias, algunos proyectos políticos la enfrentan y otras propuestas la profundizan.

Todas las experiencias neoliberales en la Argentina, desde la dictadura cívico-militar hasta el último gobierno cambiemita, aumentaron el peso de la deuda sobre el PIB, alentaron y fomentaron la formación de activos externos y deterioraron el aparato técnico, científico e industrial.

Para muestra basta un botón, pero se ofrecen dos. Según el balance cambiario del BCRA, el promedio de la cuenta formación de activos externos, equivalente a la fuga de capitales, durante el gobierno de Cambiemos fue de 16.303 millones de dólares anuales mientras que, durante el período 2003-2015, fue de 6.476 millones de dólares.

Por su parte, según el Banco Mundial, a fines del 2015 la deuda externa representaba el 30,4 por ciento del Ingreso Nacional mientras que, finalizada la última experiencia neoliberal, además dejar al país con el condicionamiento del FMI, el peso de la deuda era de 65,3 por ciento.

El bimonetarismo de la economía argentina es un problema en el que está en juego mucho más que la cuestión de qué moneda puede cumplir las funciones de una unidad de cuenta, reserva de valor o valor de intercambio. Es un problema de libertades y de soberanía.

Como dice Eduardo Rinesi, nadie puede ser libre en una comunidad que no lo es, y una comunidad se vuelve libre --de otra comunidad, de una potencia imperial, de un ejército invasor o de la banca internacional-- por medio del Estado en el que se organiza y que la representa. Nuestra moneda es parte de ese Estado, de lo común, que nos hace libres y soberanos.

(*) Docente ISFD Nº41. UNLZ FCS (CEMU). [email protected]