Como en muchos lugares de Latinoamérica, en Argentina la pandemia ha terminado de consolidar una economía digital vinculada a las startups, en la que el reparto a domicilio se torna una actividad fundamental. Esto ha provocado grandes transformaciones que tienen como resultado el surgimiento de nuevas identidades laborales.

Uno de los casos más llamativos es el de los riders. Las empresas multinacionales ya no buscan repartidores ni deliverys, sino “riders”. Si bien muchas veces ocurre que la aparición de nuevos giros lingüísticos son el resultado de un movimiento horizontal, como el caso de los argots, en otros, como en éste, forman parte de una estrategia verticalista por parte de las empresas multinacionales.

No solo son las empresas de reparto como Rappi, Uber, Glovo PedidosYa, Fedex o DHL las que lo llevan a cabo, sino que otras como McDonald's, Burger King o KFC tercerizan sus formas de reparto y también persuaden a sus empleados para llamar a los repartidores de ese modo.

Esta taxonomía, en apariencia inocente, tiene consecuencias políticas y económicas y forma parte de una estrategia internacional que tiene su fundamento en la figura predilecta del discurso neoliberal y ligada a la meritocracia: el “entrepreneur”.

Emprendedor

La Revolución Francesa eliminó las distinciones fundamentadas de acuerdo al lugar de nacimiento y la sangre. Cabe recordar a Rousseau y el inicio de El Contrato Social, que indica que “El hombre ha nacido libre”. Esto sirvió para apoyar los supuestos del liberalismo económico que venían siendo postulados por una fisiocracia de la que se alimentó Adam Smith a la hora de idealizar la figura del entrepreneur.

Para el padre de la economía, se trata de un “aventurero” que arriesga su capital. Su individualismo es el principal sostén en la construcción de la riqueza de las naciones. En este sentido, el Estado aparece como una interferencia en torno a un equilibrio natural de “mercado”, al que imaginaba compuesto por un conjunto de pequeños y medianos empresarios --“únicos jueces de lo que les conviene”-- pujando en una situación de librecompetencia.

No fueron pocas las voces contrarias a esta idealización respecto al mercado, desde economistas liberales como Ricardo, quién observó las “ventajas comparativas” y ya no era tan optimista respecto a las bendiciones del capitalismo, principalmente con los trabajadores, hasta economistas de izquierda como Marx, quien advirtió respecto a la concentración inherente al sistema capitalista.

También levantaron voces de alerta economistas “heterodoxos” como Keynes, quien en su Teoría del Empleo deja al descubierto la utopía de los supuestos de la economía clásica. De hecho, la consolidación del capitalismo a lo largo del siglo XX ha sustituido al entrepreneur idealizado por Smith por los oligopolios, que actualmente son las marcas que dominan el comercio mundial y que se cuentan con los dedos de una mano.

Con el paso al capitalismo financiero de fines de siglo XX y principios del XXI, las estrellas del "mercado" son los grandes fondos de inversión, cuyo capital, en muchos casos, supera el Producto Bruto de muchas naciones.

O sea que aquel actor social ya no es tan “arriesgado” ni tan independiente y, aquella “mano invisible” tiene nombre y apellido. Ante el poder que otorga semejante volumen de capital, la única garantía posible de contención y regulación de la “oferta y la demanda” parece ser un Estado fuerte al que los sectores neoliberales pretenden destruir.

Los riders

Llama la atención el devenir del entrepreneur en el discurso económico y político dominante y, fundamentalmente, su arraigo en sujetos cada vez más indefensos en el mercado laboral, que muy lejos se encuentran de la burguesía postulada por Smith.

La figura del rider se hace vital para comprender este fenómeno, así como las causas por las que candidatos con un discurso ultraliberal y antiestatal tienen cada vez más representación en sectores a los que anuncian abiertamente que van a perjudicar.

Ser un “repartidor” o un “delivery” aún permitía identificar el lugar ocupado dentro de la lógica capital-trabajo, algo fundamental a la hora de localizar “responsabilidades”. Contrariamente, el rider (una yuxtaposición entre jinete y piloto) remite a una visión romántica ligada al viajero decimonónico, al “aventurero”, al explorador, abriéndose camino ante la incertidumbre.

Al igual que el emprendedor, el rider no debe rendir cuentas a nadie --“es su propio jefe”-- y obviamente resulta una imagen mucho más atractiva que la del repartidor que acata órdenes de su empleador y traslada pedidos de un lugar a otro.

Esta lógica se encuentra alimentada por un aparato publicitario que, como menciona el sociólogo estadounidense Richard Sennet, ha logrado asimilar “la flexibilidad como sinónimo de juventud y la rigidez como sinónimo de vejez”.

Si esto puede resultar demasiado teórico o especulativo, basta recordar las palabras del ministro de Educación de la gestión macrista, cuando interpelaba a los jóvenes poniendo como ejemplo a emprendedores como Marcos Galperín: “debemos crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”, decía Esteban Bullrich.

Ficciones

La “incertidumbre”, otro de los nombres de la “flexibilidad”, implica renunciar a los derechos laborales, algo que puede resultar muy beneficioso siendo el dueño de Mercado Libre pero completamente perverso si se tiene en cuenta que la gran mayoría de los jóvenes de este país y del mundo trabaja en relación de dependencia y en situaciones cada vez más precarias.

Obviamente, la ficción del rider acaba cuando éste sufre un accidente, se despabila frente a su situación de clase y se encuentra sin recursos para afrontar sus condiciones de existencia, o se queda sin trabajo, indemnización ni aportes.

Esta lógica atraviesa a los riders pero se extiende cada vez más al resto de las áreas, en un mercado laboral cada vez más desprotegido. Así se genera la “anomalía” de un trabajador que ya no se identifica con sus pares y sus intereses, sino con los de sus “jefes” y, en este sentido, puede resultar lógico que el Estado aparezca como un obstáculo ante sus logros personales.

Resulta importante comprender, por un lado, que estas transformaciones no son casuales, sino que son fuertemente promovidas desde corporaciones económicas multinacionales y sus representantes políticos o económicos locales, que buscan diversas formas de flexibilización, e involucran una dimensión cultural ineludible.

Por el otro, estas transformaciones favorecen la identificación con las demandas promovidas por candidatos de extrema derecha, quienes acusan continuamente a la “casta política” pero jamás hacen referencia a las castas económicas y logran cada vez mayor penetración entre un conjunto de trabajadores jóvenes precarizados, objetivo principal de sus políticas económicas.

* Docente en Economía Política UP y Teorías de la Comunicación UBA.