“En general, nunca vuelvo a ver mis películas, porque cuando estoy trabajando en ellas las veo tantas veces que después apenas si las veo en el momento del estreno. Pero Mundo grúa tiene la diferencia de que fue mi primera película y no va haber ninguna que se parezca a Mundo grúa por esa razón. Y además lo que pasó con Mundo grúa fue algo que me llevó muchos años poder procesar y ver con nitidez, porque todo fue muy vertiginoso”. Quien habla es Pablo Trapero, el director de esa película clave del llamado Nuevo Cine Argentino que, a partir de este viernes, vuelve a demostrar su vitalidad y su vigencia gracias a su incorporación –en una versión restaurada- al catálogo de Netflix, junto a otras películas del realizador.

Trapero tenía apenas 28 años cuando Mundo grúa se estrenó el viernes 9 de abril de 1999 en la primera edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici). Y la aparición tanto de la película como del festival marcaron un antes y un después en el desarrollo del cine argentino. “La copia terminada en 35mm, completa, un rollo atrás del otro, la vi el día del estreno en el Bafici”, cuenta ahora Trapero en diálogo telefónico con Página/12, desde Barcelona, donde actualmente está radicado junto a su familia. “Iban llegando los rollos a la cabina desde el laboratorio y se iban cargando en el proyector. Estaba el primer acto rodando en el cine y todavía no había llegado el segundo… Era en blanco y negro, y ya no se copiaba en blanco y negro, tuvimos que hacer muchas pruebas, pero el asunto es que la copia final salió de laboratorio el mismo día en que se estrenaba en el Bafici. Fue increíble. Y esto fue el último día de proyecciones del Bafici, y al día siguiente la película gana el premio a la mejor dirección y al mejor actor. Fue todo muy vertiginoso, veo la película terminada un día y al día siguiente aparecen los premios, la empiezan a invitar a otros festivales, va a Venecia y gana el premio de la Semana de la Crítica. Y lo que produjo la película en su momento es algo que recién pude ver y asimilar mucho más tarde”.

Todavía estaba caliente el antecedente de Pizza, birra, faso, de Bruno Stagnaro y Adrián Caetano, que el año anterior había sorprendido en el Festival de Mar del Plata por su libertad de espíritu, por su oído absoluto para el habla cotidiana porteña y por sus personajes en las antípodas de esa burguesía tan trajinada hasta entonces por el cine nacional. Pero Mundo grúa llegó no sólo para ratificar esas virtudes sino también para potenciarlas. Tal como enunciaba su título, Mundo grúa venía a reivindicar el mundo del trabajo, un mundo hecho de fierros, de herramientas, de amistades masculinas, de solidaridad y compañerismo laboral. Y también un mundo familiar, donde no falta “la vieja” y un amor a contramano de los estereotipos de belleza al uso, entre el Rulo, su memorable protagonista (interpretado por Luis Margani, un actor no profesional), y Adriana (Adriana Aizemberg), una quiosquera que le prepara para el almuerzo sus sándwiches de milanesa, “los mejores del barrio”.

El mundo del trabajo

“Lo que me interesaba era mostrar el mundo del trabajo, pero no por una cuestión social, sino porque siempre me atrajo esa relación muy fuerte que se establece entre un tipo y una herramienta, un tipo y una máquina. Me fascina el mundo del laburante”, le contaba Trapero al crítico Horacio Bernades en una entrevista en Página/12 en ocasión del estreno en salas de la película, en junio de 1999. “La película se llama Mundo grúa porque, más allá del hecho concreto de que el protagonista maneja una grúa, el título suena a cuelgue, y el Rulo está como medio colgado en el mundo (…) El Rulo no es un pobre tipo”, se apresuraba a aclarar Trapero en ese reportaje. “Es un tipo que necesita trabajo y lo busca. Le irá mejor o peor, pero no es alguien digno de lástima. Al fin y al cabo, hay mucha gente como él. Tampoco quería convertirlo en un representante de nada, un número en una estadística. Es un tipo llamado El Rulo, y le pasa lo que le pasa.” Y Bernades explicaba: “Filmada en 16mm y blanco y negro, ampliada luego a 35mm y dotada de sonido Dolby, la película de Trapero parecería cumplir al pie de la letra aquel sueño del pibe estudiante de cine: filmar con dos pesos, los fines de semana o fuera de hora, y terminar haciéndose un lugar en la cartelera de estrenos”.

El germen de Mundo grúa fue el cortometraje Negocios (1995), una ficción empapada de realidad que Trapero filmó en el modesto comercio de repuestos de autos que tenía su padre en San Justo y en la que ya asomaba el carisma y la bonhomía de Luis “Rulo” Margani, que interpretaba a un dependiente del local, muy querido por clientes y vecinos. Cuando Trapero se mudó a Buenos Aires para estudiar en la Universidad del Cine, vivía en un departamento de la calle Salta, cuyo contrafrente daba a un edificio en construcción sobre la avenida 9 de Julio. Y no podía dejar de apartar la vista de la gigantesca grúa que trazaba líneas de fuga en el cielo porteño, al punto de que ahí mismo empezó a escribir en un cuaderno Rivadavia el guion –los diálogos, el storyboard- del que sería su primer largometraje, con el Rulo como protagonista.

Cuando Trapero lo convocó primero para Negocios y después para Mundo grúa, Margani era un electricista de autos, que a fines de los ‘60 había sido bajista del grupo Séptima brigada y cuya única experiencia cinematográfica era una fugaz aparición -interpretando el tema “Paco Camorra”, todo un hit de la época- en la película El profesor patagónico, dirigida por Fernando Ayala y protagonizada por Luis Sandrini. De hecho, ese pasado “rockero” del Rulo es evocado con humor y nostalgia en Mundo grúa, porque más de uno de los personajes con los que se cruza en la película todavía recuerdan al conjunto o a “Paco Camorra”, aunque treinta años después, y con otros tantos kilos de más, nadie reconoce al bajista de entonces.

Clima de época

“Todos sabemos que hay millones de Rulos en este país, millones de buenos tipos con problemas para tener un laburo y sin un mango en el bolsillo”, explicaba Margani a Página/12 en una entrevista de julio de 1999. “El Rulo le pone el pecho a la historia, con algo de melancolía pero con esperanza, que es lo que lo sustenta. Uno más entre millones, sólo que éste está en una película”. El rodaje, que Trapero llevó a cabo durante casi dos años, tuvo lugar en pleno menemismo, pero la película elude las referencias directas a ese momento político (como había hecho en cambio La nube, de Fernando “Pino” Solanas) para dar cuenta en todo caso de sus consecuencias: la falta de trabajo y la precarización laboral. Lo que expresa Mundo grúa, aún sin proponérselo, es un clima de época.

“Cuando le han preguntado a Pablo Trapero si Mundo grúa tenía algo que ver con la decadencia de los 90 en Argentina... él lo negaba”, contaba en una entrevista para la Universidad de Harvard Lita Stantic, que se sumó a la película como productora asociada y contribuyó a la finalización del film. “Lo curioso es que se dan coincidencias y a veces se filtra, de alguna manera aparece el contexto, y el contexto es lo político. Trapero no pensó en que la película era política—y es muy política, porque de alguna manera, Mundo grúa expresa el fracaso del menemismo”.

Pablo Trapero (Imagen: Bernardino Avila)

Consultado hoy, Trapero sin embargo admite ese Zeitgeist, que iba incluso más allá de la política de la época y que expresaba toda la ebullición del cine argentino joven que surgió en aquel momento: “Todo podía pasar, y pasaba. Lo que más recuerdo como vivencia es esta sensación de que las películas son un emergente de un momento, reflejan, cuentan un momento, son como una suspensión en el tiempo de algo que está pasando y del que vos como realizador sos parte y reflejás eso que está pasando a tu alrededor”.

El nuevo cine argentino

Es particularmente llamativo comprobar en el rodante final de créditos de Mundo grúa la cantidad de nombres, en distintos roles o incluso en los agradecimientos, de productores y directores que estaban muy cerca también ellos de hacer sus propias películas y que hoy siguen estando, como el propio Trapero, en plena actividad: Hernán Musaluppi, Ana Katz, Rodrigo Moreno, Lisandro Alonso, Lucrecia Martel y Martín Rejtman, por citar apenas a los más conocidos. Allí está –incluso en el elenco, que incluía a Federico Esquerro, Daniel Valenzuela, Roly Serrano y Oscar Alegre, que habían participado en la primera camada de cortos titulada Historias breves- el núcleo duro de lo que entonces se llamó el Nuevo Cine Argentino.

“Estábamos todos queriendo aprender cómo es esto de hacer películas”, recuerda hoy Trapero. “Y además queríamos hacerlo de una manera distinta a cómo habíamos visto a las generaciones anteriores hacerlas. Es la primera generación ‘joven’ del cine argentino desde de la llegada de la democracia. Porque en los años ’80 vuelven los directores que habían tenido que dejar de filmar por la dictadura, no hubo generaciones nuevas que hubieran podido formarse y recién en los ’90 empieza a haber este recambio generacional después de casi treinta años, porque el tiempo muerto de la dictadura impidió todo”.

Para Trapero, “los antecedentes eran de directores que habían empezado a hacer sus películas a la edad que tengo yo ahora, porque habían trabajado décadas como asistentes de dirección, etcétera, y no era habitual que alguien menor de 30 años dirigiera un largometraje en ese momento. Todos nos explicaban que teníamos que hacer otro camino, que era el paso a paso, hacer la experiencia desde abajo, en el rodaje. Y todos los de nuestra generación decíamos: ‘Pero yo quiero aprender a dirigir dirigiendo. ¿Cómo voy a aprender sino dirijo?’ La única manera de saber dirigir es dirigiendo, todo lo demás te da experiencia, te enriquece, pero no es lo mismo. Podés nutrirte y aprender en otros roles, pero los desafíos que tenés como director solo los podés aprender dirigiendo y eso es lo que empezó a pasar en ese momento”.

Otra preocupación del guionista y director era reproducir fielmente el habla cotidiana de los personajes, porque mucho del cine argentino que se hacía hasta entonces –con la pionera excepción de Pizza, birra, faso- sonaba fatalmente engolado. “Eso era algo con lo que nosotros convivíamos… Yo veía las películas del cine argentino y me decía: ‘¿Pero quién habla así? ¿Por qué la gente habla tan raro? Yo no conozco a nadie que hable así’…”

Recuerdos

Margani con Daniel Valenzuela en "Mundo grúa"

En el balance de la temporada cinematográfica 1999 que publicó a fin de ese año Página/12 no sólo se daba cuenta de los más de dos millones de espectadores que había conseguido arrastrar Manuelita, el producto animado de la compañía García Ferré Entertainment, en connivencia con Telefé, sino también de la revelación que significó en ese contexto la aparición del primer largometraje del futuro realizador de Carancho. Decía ese texto: “Mundo grúa, de Pablo Trapero, se convirtió en una obra emblemática. Filmada en blanco y negro, con un presupuesto mínimo y un actor no profesional como protagonista (el estupendo Luis Margani), la película de Trapero demostró una capacidad de observación y una sensibilidad en la mirada que hasta entonces era muy raro encontrar en el cine argentino. Se diría incluso que el camino que abrieron en años anteriores –cada una a su manera, con propuestas muy diferentes entre sí– Picado fino y Pizza, birra, faso, en su búsqueda de un cine independiente no sólo de las transas económicas al uso sino también de los lastres formales que mantenían anquilosado al cine nacional, alcanzó uno de sus puntos más altos en el pudoroso lirismo de Mundo grúa”.

Según recuerda hoy Trapero, “nadie de mi familia venía del mundo del cine, ni mucho menos. El cine me gustaba desde siempre, pero no era algo que yo pudiera siquiera imaginar que podía hacer. Vivíamos en San Justo y lo que hoy parece lejos, en ese momento imaginate… en mi familia decían ‘Pablo se va la capital’. Y eran apenas 20 kilómetros. Cuando decidí estudiar cine me anoto en varios sitios (el Cerc, lo que ahora es la Enerc; la Escuela de Avellaneda, los dos o tres que había en ese momento, que no eran más) y por el diario me entero que Manuel Antín estaba por abrir la Universidad del Cine. Creo que era el año 1991. Llamé, me armaron una entrevista con Antín, que es lo que hacía entonces Manuel con todos los aspirantes, y me dijo ‘no te preocupes, acá vas a tener un lugar’. Y obviamente la FUC no solamente para mí fue un lugar fundamental sino que fue muy responsable de lo que todos los que estudiamos ahí vivimos después. Porque fue un lugar donde mucha gente como yo pudimos aprender y materializar nuestros deseos y nuestros sueños".

Y continúa Trapero: “Mis primeros dos años en la FUC los recuerdo como una experiencia vertiginosa, efervescente, caótica, desprejuiciada, festiva, porque era lo que vivíamos nosotros en la escuela. Una escuela donde nosotros aprendíamos y la escuela aprendía de nosotros y estábamos todos metidos en el mismo experimento. Manuel tuvo esa generosidad y esa visión de abrir un espacio donde se pudiera discutir de todo. Porque creo que lo más interesante de lo que pasó en la FUC, más allá de dónde venía cada uno, es que todos queríamos ir al mismo lugar, un lugar que todavía no existía. Para mí, que no tenía ningún contacto con el mundo del cine, la FUC fue mi única posibilidad de llegar a conocer otra gente que quería hacer lo mismo que yo quería hacer”.

* Junto con Mundo grúa, la plataforma Netflix subirá el jueves 18 otros tres films producidos y dirigidos por Pablo Trapero: Leonera (2008), Carancho (2010) y Elefante blanco (2012). En meses subsiguientes, aparecerán también otros títulos del realizador, como El bonaerense (2002) y Nacido y criado (2006).