“Todo lo que vemos desfilar ante nuestros ojos, todo lo que imaginamos, no es sino un sueño dentro de otro sueño”. Edgar Alan Poe
Habían tenido un día muy intenso. Cada vez que inauguraban una muestra arrancaban muy temprano, en la mañana, con todos los preparativos. Ni hablar del estrés de los días previos, que también los tenían de trajín en trajín. Ni contar con el agotamiento emocional y mental que comenzaba mucho, mucho tiempo atrás. Y el viaje, el larguísimo viaje que los condujo al lugar asignado por el galerista. Ella, desde que inició una vida junto a él, nunca lo había dejado solo en estos quehaceres. Todo lo contrario, se había convertido en su asistente personal. Detallista al extremo, se ocupaba de que todo salga bien.
La obra del pintor debía lucirse, apreciarse, recordarse y, en la medida de lo posible, aspirar a venderse; el pintor debía ser escuchado, saludado, valorado; el público debía deleitarse, asombrarse, conmoverse. Así, exactamente así, ella se lo proponía, se empeñaba, lo gestionaba, y las exposiciones, salvo las consabidas excepciones, salían bien. Entre las cosas que tenían que tener previstas, una de las esenciales, y no precisamente relacionada con la muestra y sus implicancias, era el lugar donde se alojarían.
Al respecto, el pintor y la dama -que así se los apodaba en el ambiente- tenían un sinfín de anécdotas inusitadas que, en reunión de amigos, eran tema ineludible de conversación. Esta vez, gracias a la generosidad de un amigo del artista, tendrían alojamiento disponible sin necesidad de las engorrosas reservas anticipadas y sus posteriores “non gratas” sorpresas. Estaban absolutamente exhaustos y aún faltaban horas para llegar a sus aposentos. Relajados tras ver que todo transcurría en la medida de lo previsto se permitían soñar con el momento en que despedían a los últimos visitantes, saludaban al galerista y respondían las preguntas previsibles de un reportero rezagado.
Esto parece un viaje en el túnel del tiempo qué escalera qué majestuosa escalera como estar en un palacio señorial del siglo dieciocho no sé si me darán las piernas para llegar a la habitación las piernas me pesan me pesan y me siento mareada amor ¿estás ahí? ¿me seguís? seguime acompañame por favor tomame de la mano así está mejor la escalera es infinita parece una escalera al cielo o a un sitio fuera del espacio tiempo me duele tanto la cabeza esa opresión en las sienes casi no me deja ver cuánto necesito acostarme desnuda a tu lado y que desnudo me abraces para saber que es el final de otro día que todo salió bien que valió la pena tanto esfuerzo tanto viaje tantas palabras todo es de color lila aquí un lila por momentos pálido y por momentos intenso como el de tu paleta todo gira aquí de a ratos lento luego con más velocidad y comienza un desfile vertiginoso de imágenes tenebrosas que poco puedo distinguir en las sombras pero me perturban esa cruz invertida esos enormes cuernos de búfalo esas alas gigantes de cisne negro qué extraña broma macabra me tenía reservada para hoy Morfeo.
Final 1
El dueño de casa se despertó sobresaltado con los aullidos de su mascota. Siguió a su perro escaleras arriba hasta la puerta del cuarto de huéspedes. Cuando la abrió, el desconcierto se apoderó de todo su ser. Parecía que la furia de un viento huracanado hubiera provocado semejante caos. Nada estaba en su lugar. De sus amigos, ni un solo rastro. El animal seguía chillando como si enfrente tuviera a un fantasma. Y en la pared lila, justo frente al ventanal, un mensaje escrito en color negro chorreante que decía: ¡Te advertí, papá, que no debías prestarle mi habitación a nadie!
Final 2
El ladrido del perro del dueño de casa los despertó. Sobresaltados por semejante alboroto, abrieron los ojos más grandes que nunca. Luego de tomar conciencia de que estaban en una habitación inusual, a muchos kilómetros de su casa, recién cuando el adormecimiento quiso abandonarlos, comenzaron a observar a su alrededor, iluminados por los incipientes rayos de un perezoso sol de otoño. Todo estaba en su lugar, enmarcado en esas colosales paredes de color lila pálido. La dama se acurrucó junto al pintor y empezó a narrarle, como ya era su costumbre, el extravagante sueño que había tenido durante la noche.